cial no se dan cuenta de que están criticando a Dios, pues fue
Dios o la naturaleza, como se prefiera denominar, quien decidió
poner una raza distinta en cada continente, y todo ese trabajo de
miles de años de evolución esta sociedad hipócrita lo está destru-
yendo. Los guionistas de cine intentan crear una visión irreal del
mundo y así contentar la moda actual, basada en apoyar el mesti-
zaje, por ello, proponen una relación entre blancos y negros en la
que el negro siempre aparece en sus películas como el fiel servi-
dor del blanco, siempre dispuesto a hacer de mero complemento
de este, como si solo fuera un perro fiel y bondadoso, como si un
negro nunca pudiera ser malvado, o al menos no en la magnitud
que el blanco. Todo con el fin de sugerir al hombre blanco que
acepte el mestizaje bajo la premisa de que el hombre negro siem-
pre le podrá servir como instrumento de sus caprichos y no como
un auténtico hombre libre. Desde el poder se favorece esta visión
de las cosas, para conseguir una calma aparente en la masa social,
en lo que se refiere a las tensiones interraciales, para que así el
estado se pueda ocupar de una campaña imperialista con la que
intentar obtener una rentabilidad material, de su victoria sobre los
nazis, pero a costa de sacrificar la calidad de vida de los ciudada-
nos, al ignorar los graves problemas sociales que esta política
ocasiona. Se trata en definitiva de mostrar una imagen pública
aparentemente distinta a la de los nazis, pero teniendo el mismo
objetivo que ellos, que es la dominación del mundo.
Otro ejemplo de esta sumisión a los tópicos es como el cine pre-
senta a las mujeres, pues las muestra con un aspecto más mascu-
lino que el hombre más varonil, todo con el fin de satisfacer a los
grupos feministas y evitar sus críticas, al final estas mujeres pare-
cen más un grupo de brujas intratables que auténticas mujeres fe-
meninas. Además, se muestra una versión de ellas totalmente
irreal, en lo que se refiere a su fortaleza física, creándose la fic-
ción de ser igual de corpulentas que los hombres, lo cual es evi-
dentemente falso, si lo consideramos como algo representativo de
la mayoría. Es evidente que quienes siguen a ese falso dios del
feminismo desprecian al verdadero, pues fue Dios quien decidió
que el hombre y la mujer fueran distintos, pero no para que uno
fuera inferior al otro, sino con el fin de especializarse en tareas
distintas para mejorar la especie. La sociedad debe perder el mie-
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