Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 578
¨El Misterio de Belicena Villca¨
del Sulphur Philosophorum y se encontraba presente Mercurio, el gran Artifex trasmutador,
es decir, tío Kurt Shivatulku, representante de Wothan, que es Hermes, y que es Mercurio.
Girando en hipnótico torbellino, las Scintillae luminis fueron cubriendo mi campo de
visión. Chispas doradas, brotaban ahora de todas partes y surcaban el espacio hasta
apagarse, un espacio extrañamente carente de viento y de sonidos, como si la Naturaleza
entera estuviese entretenida en manifestar su lumen Naturae. Quité la vista del sombrero
hongo y de la garrafa de ácido, invisibles bajo la vertiente luminosa y, semianestesiado, paseé
la vista en derredor: del Mundo entero parecían surgir Scintillae. De la casa, del suelo, de los
árboles que antes no vi, pero que se erguían a diez pasos, de todas las cosas emergía una
aura dorada y titilante, compuesta por miríadas de Scintillae luminis. ¿O aquella visión
significaba la súbita actividad de un sentido nuevo, que hacia posible percibir el Anima Mundi,
una luminositas sensus Naturae?
Pero una luminositas mayor atrajo mi atención. Sobre los cadáveres de los asesinos
orientales, en efecto, comenzaban a elevarse dos nubes de vapor ectoplasmático, también
rutilantes debido a la emisión y absorción de miles de Scintillae a un metro de altura, aquellas
nubes se mantenían girando en espiral, y nutriéndose constantemente del vapor lechoso que
emanaba de los charcos de sangre. Como en un cuadro de la escuela impresionista, como en
una obra de Enrique Matisse, Yo veía la Realidad descompuesta en millones de puntos de
colores, chispas de luz que giraban con la forma del elementum primordiale y de la massa
confusa, del chaos Naturae. Con la visión saturada por el hervidero de Scintillae, sentí que
interiormente, e irracionalmente, una voz me hablaba; decía: “Yod, Yod, cada Scintillae es
yod, un ojo de Avalokiteshvara”; “y entre todas las Scintillae hay dos que son El Uno,
son las Scintillae unas, las Mónadas de Bera y Birsa que no pueden morir”.
Ya escarmentado por lo sucedido en Santa María, fue sólo escuchar estas voces
procedentes del Alma, de mi propia Alma influenciada emocionalmente por la Gran Madre, y
remitirme a la Virgen de Agartha. Sí: cerré como pude mis oídos, ya que no podía prescindir
de la grandiosa luminositas, y me entregué al rapto de la Virgen del Niño de Piedra, cuyo
auxilio espiritual me permitió sostenerme en aquel terrible momento. De acuerdo a lo que
ocurrió a continuación, hubiese sin dudas perdido la razón si Ella no apoyaba a mi Espíritu
desde el Origen. Porque en ese momento, cuando la cantidad y multiplicidad de las Scintillae
habían alcanzado su máxima exaltación, todas se abrieron al unísono y mostraron un ojo
inexpresivo, un ojo que era el mismo ojo repetido demencialmente en todos los puntos
del espacio. Toda la Naturaleza, todas las cosas diferenciadas, todo lo que alcanzaba a ver y
percibir hervía ahora de ojos inexpresivos, de ojos ícticos que indudablemente nos miraban a
nosotros: y aquellos millones de ojos de pez, de oculi piscium, eran los Ojos de la
Misericordiosa que se abrían para contemplar las Almas de sus Hijos Amados, las
Almas de Bera y Birsa que estaban desencarnando en medio de un gran terror.
Pensad en la escena: en la forma general de los entes nada ha cambiado, todos son
distinguibles y reconocibles, todos son nombrables como siempre; el árbol, el piso, la casa, el
Cielo, la nube, los cuerpos, todos los objetos siguen siendo los mismos; pero ahora, además
rebosan de una vida bullente de ojos Divinos, de ojos que miran con Amor natural.
Pensad en el árbol, todo compuesto de ojos, y en la casa, o en el Cielo, también compuestos
de ojos, y pensad que las miles de miradas del árbol a la casa y las de la casa al árbol, y
las de ambos al Cielo, son los lazos que ligan y religan a los entes y constituyen la
superestructura de la realidad: una estructura de objetos ligados entre sí por la Voluntad del
Creador y el Amor natural de la Gran Madre.
Si se la ha imaginado, hay que pensar ahora que en esa escena me encontraba Yo,
espantado por los omnipresentes ojos de Avalokiteshvara, “la que todo lo ve”, y estremecido
hasta la raíz de mis sentimientos, agitado en mi naturaleza emocional por el intenso Amor de
la Gran Madre, por su Piedad ilimitada. Así, pues, primero fue la fascinación por las Scintillae
y luego el espanto de la ebullición panóptica y el espanto mayor fue comprobar que mi propio
cuerpo estaba constituido por millones de ojos compasivos. Y este fenómeno, terrible,
demencial, explica por qué mi mano se detuvo antes de tomar los corazones del interior del
sombrero hongo.
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