Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 575
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Pareció que ya partiríamos, y me dispuse a tomarlo por la cintura no bien se moviera, pero
se volvió nuevamente hacia mí para hacerme recomendaciones. ¿Llevas la escopeta a mano?
¡Apenas hagas pie en la Chacra debes soltarte y tomar el arma!
–Sí, tío, sí.
– ¿Neffe Arturo? –me llamó en otro tono, extrañamente afectivo.
–Sí, tío Kurt.
–Quizás sea ésta la última vez que nos veamos. No quiero ser pesimista, pero por la
dudas, despidámonos aquí.
–Nooo, no –exclamé horrorizado, tratando de espantar los pensamientos agoreros.
Después de lo sucedido a mi familia, no podía pensar sin echarme a temblar en la posibilidad
de perder también a tío Kurt–. Nada malo nos pasará, querido tío Kurt: ¡el triunfo es seguro!
¡Seremos como el bumerang que vuelve a manos de quien lo arrojó, devuelve su golpe, y se
detiene!
Pero de nada valieron mis argumentos. Tío Kurt ya se había vuelto del todo y me
abrazaba efusivamente.
–Adiós Neffe –me dijo con nostalgia–. La vida no nos dio oportunidad de conocernos
mejor. No obstante, fue muy bueno tenerte en Santa María esos meses. Me devolviste la fe en
la Sabiduría Hiperbórea al traer las respuestas que aguardé durante 35 años. Ahora arriesgaré
mis últimas fuerzas en la más demencial de todas las misiones que me han encargado nunca.
Y esto también es necesario para la Estrategia del Führer; como siempre, no comprendo por
qué, pero sé que es así. Adiós Neffe Arturo: nos veremos al final; al final de la Operación
Bumerang o cuando se libre la Batalla Final.
Se me hizo un nudo en la garganta; no tuve coraje para decirle adiós. Sólo lo abracé con
fuerza.
Empero, tío Kurt seguía siendo el mismo cabezadura de siempre.
–Partamos, pues –propuso–. Recuerda solamente que, pase lo que pase, Yo no me
apartaré del único principio que comprendo.
–Sí; ya sé, tío Kurt; ¡por Wothan, no me lo repitas más! ¡”Los Inmortales no pueden
morir”!
Serían las 19,45 del día 26 de Marzo de 1980, y ya había oscurecido bastante en Cerrillos.
Tío Kurt dio la primera orden a Ying y Yang e instantáneamente comenzó a producirse el
fenómeno: se levitaron lentamente hacia arriba los perros daivas y tío Kurt, que parecía
disponer de un efectivo punto de apoyo bajo sus pies. Tal punto de apoyo a mí no me
alcanzaba, y por eso me apresuré a tomarme de su cintura, quedando literalmente colgado en
el espacio, sin base alguna, y comprobando que tío Kurt se encogía acusando mi peso muerto.
El ascenso se prolongó unos segundos, hasta que perdí la noción de la altura. En el
ínterin, logré divisar con el rabillo del ojo las copas de los lapachos, los techos de la Finca, y,
en un pantallazo, el pueblo de Cerrillos, iluminado artificialmente por las lámparas callejeras.
No nos movíamos uniformemente, sino que la subida se aceleraba a medida que ganábamos
altura. En un momento dado, tío Kurt, más allá de Kula y Akula, plasmó las complejas órdenes
mentales y los perros daivas, sin detener su movimiento, realizaron el vuelo svipa-Lung. La
orden procedente del Espíritu Eterno tuvo el efecto de un latigazo y, no sólo los perros daivas:
Yo también lo sentí; y comprobé el poder, el terrible poder que es capaz de demostrar un
Iniciado Hiperbóreo, un Hombre Dios.
Si tuviese que referirme al tiempo, diría que el vuelo a través del Tiempo y del Espacio no
duró más de un segundo. Sin embargo, aquel hundirse en la negrura más impenetrable no
transmitió sensación de temporalidad sino de eternidad, de estar fuera de la vida y de la
muerte, y de todo transcurrir.
Luego de ese instante sin tiempo, en el que sin ninguna duda experimenté la impresión de
un salto, comenzó un descenso desacelerado, durante el cual distinguí nuevamente los
objetos habituales, cielos, montañas, casas, árboles, luces. El viaje se componía, pues, de tres
fases: una, de ascenso acelerado, con percepción permanente del cielo y las estrellas; la
segunda, del salto svadi-Lung propiamente dicho, en la que carecí de toda visión contextual,
salvo a tío Kurt; y la tercera, de descenso desacelerado, en la que tranquilizadoramente
reencontré sobre mí el útero cósmico del cielo estrellado.
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