Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 572
¨El Misterio de Belicena Villca¨
e insinuó veladamente que mi alejamiento de la Iglesia podría estar conectado con la
desgracia actual. Prometí regresar a las misas dominicales, como cuando era niño, y
confesarme y tomar la comunión, hasta que el buen hombre quedó satisfecho.
Una nutrida muchedumbre, entre curiosa y triste, se reunió en la necrópolis para despedir
los restos mortales. Allí estuvieron, puntualmente, Maidana y el Comisario de Cerrillos. Este
último me entregó la previsible citación.
–Lamento molestarte en estos momentos, Arturo, pero sabrás comprender que tenemos
un deber que cumplir. Mañana puedes venir a prestar declaración a la Comisaría. Es a las 11
horas: te estará esperando el Juez, que también desea interrogarte.
Prometí concurrir con exactitud y el Comisario se retiró satisfecho. Luego del responso, el
cura también se alejó, y tras de él se dispersó la gente, no sin antes repetir su pésame.
Cuando eché llave al mausoleo, sólo quedábamos tío Kurt, Maidana y Yo.
Nos reencontramos en la Finca. Con extrema cautela, Maidana bajó cuatro bolsas de tela
de avión que contenían el equipo SWAT. Nos hizo mil recomendaciones sobre la prudencia
con la que teníamos que manejar aquel material, y algunas aclaraciones de orden práctico.
Estaba todo lo prometido y más aún: agregó borceguíes, pantalones, camisas y boinas, en fin,
toda la indumentaria del comando, manchada con tonos aptos para el camuflaje de monte.
–He cumplido mi parte del trato –afirmó–. Y les deseo suerte en la operación. Por
dedicarme a conseguir esto en tan corto tiempo no he podido descansar, así que ya me voy
pues no me tengo en pie. ¡Ah; investigué sobre el oficial Diego Fernández! Está en actividad.
Ahora es Mayor G2, y se encuentra destinado en el Batallón de Inteligencia 702, en Buenos
Aires. Mañana o pasado iré personalmente a hablar con él.
–Bien, ¡Adiós, Camaradas! –se despidió solemnemente– ¡Ah; otra cosa, de la cual ya me
olvidaba! Cuando vuelva, Dr. Siegnagel ¿me aclarará aquellos dos puntos oscuros del caso de
Belicena Villca, esos hechos irracionales que trabaron toda la investigación? Me refiero a ese
cuento del asesinato dentro de la celda herméticamente cerrada, y a la cuerda enjoyada usada
en el estrangulamiento. Sé que existen los crímenes Rituales, y que, quienes los practican,
son justamente miembros de organizaciones sinárquicas. Pero ¿qué importancia tenía darle
forma Ritual a la muerte de una pobre alienada, o al múltiple asesinato de su familia? Es lo
que no acabo de entender.
Lo miré desalentado. ¿Cómo explicarle que los Rituales serían efectivos si quienes los
realizaban son Magos de la calidad de Bera y Birsa? Debió leer la decepción en mi semblante
porque levantó los brazos en expresión de stop y retrocedió sonriente hacia su coche.
–Ahora no, ahora no, Dr. Ud. está tan cansado como Yo y no conviene continuar con las
hipótesis sino ir a dormir cuanto antes. Cuando vuelva, le dije. ¡Verá que entonces hallará la
manera de explicármelo!
Se fue de inmediato, y nunca más lo volví a ver.
Esa noche, un silencio sepulcral descendió sobre la Finca. Tío Kurt se entretuvo una hora
en examinar las armas, en tanto Yo utilizaba ese tiempo para enterrar a Canuto. Mi fiel perro
había recibido una especie de rayo en medio del cuerpo, tal vez un golpe del Dordje, y estaba
convertido en un guiñapo: ya nunca jamás me esperaría en la tranquera para brindarme su
afecto, durante esos doscientos metros hasta la casa que le correspondían sólo a él. Y ya
nunca jamás volvería a ver a mis padres, y a mi hermana con sus niños, al final del camino.
¡Malditos Demonios Bera y Birsa! ¡Malditos Sacerdotes de El Uno Jehová Satanás! ¡Malditos
Sacrificadores Sagrados! Pronto, muy pronto nos veríamos las caras nuevamente y serían
ajusticiados. No “Bera y Birsa” pues, como repetía tío Kurt, “los Inmortales no pueden morir”,
pero sí los “asesinos orientales” de mi familia, la manifestación humana de Bera y Birsa. Ellos
conocerían mi furia; la de tío Kurt; y la de todos los integrantes de la Casa de Tharsis que Ellos
asesinaron, atormentaron, y persiguieron, y que ahora parecían venir en mi ayuda y alentarme.
Porque si había tenido fuerza de voluntad para imponerme a tío Kurt y forzarlo a aceptar mi
plan era ciertamente por eso: porque tenía la certeza de que eliminar a los asesinos orientales
era una cuestión de Honor; por sobre todas las cosas; y sentía patentemente que en ese
anhelo me acompañaba espiritualmente la Casa de Tharsis. Veía claramente a Belicena Villca;
y escuchaba que me hablaba, que se refería a las últimas palabras de su carta y me decía:
“Sí, Dr. Siegnagel; ¡es una cuestión de Honor acabar con Bera y Birsa! ¡Ellos han cometido un
error y Ud. lo debe aprovechar; la Casa de Tharsis lo acompaña en su decisión! ¡Ahora
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