Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 571
¨El Misterio de Belicena Villca¨
–Antes debe asegurarme que cumplirá con el favor que le solicitaremos –me previne.
–Bueno ¡pues dígame de una vez de qué se trata! –exigió irritado.
–Armas, Comisario Maidana. Necesitamos al menos dos armas lo más pronto posible.
– ¿Qué clase de armas? –Preguntó vacilando; y agregó– No sé porque no deja esto en
manos de profesionales, Dr. Está Ud. actuando fuera de su especialidad; es como si Yo me
dedicara ahora a realizar curaciones psiquiátricas.
–Ya le dije, Maidana, cuáles eran los términos del trato: lo toma lo deja
– ¡No tengo alternativa, Siegnagel! Claro que le puedo prestar armas. ¡Tenemos toda
clase de armas! Dígame, solamente, qué maldito tipo de armas quiere.
–Necesitamos un tipo de arma que sea muy eficaz de cerca, que destroce el cuerpo. Dos
escopetas de repetición serían lo ideal –sugerí.
–Puedo entregarles dos Itakas esta misma tarde. ¿Qué más?
–Pues... municiones para las escopetas y... ¿es posible conseguir también armas de
puño? –me daba cuenta que carecía de entrenamiento militar como para solicitar las cosas
con claridad. Tío Kurt, que era especialista en el tema, permanecía callado para no llamar la
atención sobre sus conocimientos.
– ¿Armas de puño? Hay cientos de armas de puño a su disposición; pero, si me permite
intervenir con mi experiencia en este asunto, me parece que lo mejor será que me explique
qué piensan hacer y me deja a mí ocuparme del equipo.
No podía, por supuesto, explicarle el plan. Pero si mostrarle algunos detalles generales.
–Se trata de un operativo comando contra los asesinos.
– ¿Qué clase de operativo?
–Una emboscada –definí.
–Pues entonces no necesitan cualquier arma de puño sino pistolas ametralladoras. Y
también deben llevar granadas de fragmentación. Mire, Siegnagel: le prepararé dos equipos
SWAT, adecuados para una operación de ese tipo. Donde van a operar, ¿pueden llevar
puesto un saco de combate?
–Sí... creo que sí –respondí. Miré con el rabillo del ojo a tío Kurt y vi que asentía–. ¿Qué
importancia tiene?
–Es que los sacos que le voy a prestar tienen todos los bolsillos, argollas y ganchos
necesarios –explicó–. Llevarán las pistolas ametralladoras, que son muy pequeñas a pesar de
disparar mil balas por minuto, en una cartuchera sobaquera, y recurrirán a ellas sólo en caso
de necesidad, puesto que portarán las Itakas en las manos. Las Itakas pueden usarse con
correa para el hombro o con cartuchera de pierna, más para el caso le sugiero la correa.
Tienen capacidad de 8 cartuchos, lo que les confiere un poder de fuego infernal; con una sola
carga les debería alcanzar para una emboscada, pero, si deben sostener un tiroteo,
encontrarán más cartuchos en la chaqueta. Igualmente, en otros bolsillos estarán los
cargadores de repuesto para las pistolas ametralladoras y en el cinturón las diez granadas de
fragmentación. Por las dudas que se vean obligados a demoler algo, les proveeré también de
dos panes de trotyl con detonador electrónico a cada uno, los que irán igualmente sujetos en
la chaqueta. El equipo se los completaré con dos cuchillos de monte, cuya vaina está cosida
en la parte interior de la chaqueta. ¿Conforme, Dr. Siegnagel?
– ¿Cuándo me podrá entregar semejante equipo? –pregunté admirado.
–Esta misma tarde. Ahora deme el nombre del contacto.
–Capitán Diego Fernández. En 1978 estaba destinado en Tucumán. Él no me conoce y
seguramente no sabe lo que le ocurrió a Belicena Villca hace tres meses. No se negará a
hablar con Ud. cuando sepa que estamos tratando de proteger a su Camarada.
Capítulo X
A las 18 horas se realizó la penosa inhumación. Los Siegnagel poseían un amplio mausoleo
en el cementerio local y allí serían depositados los cinco ataúdes: la cremación no sería bien
vista por los curas del pueblo. Primero, la caravana fúnebre pasó por la iglesia, según la
costumbre, y allí se ofició una misa por “el eterno descanso de sus Almas”, fórmula Golen, aún
de rigor. El viejo cura, amigo de mis padres, intentó consolarme por la inmensa pérdida sufrida
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