Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 563
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Cuando Maidana acabó de comunicarme las informaciones policiales que obtuvo en tan
poco tiempo, volvió a la carga con lo suyo: pretendía que Yo le retribuyese con igual lealtad y
le revelase cuanto sabía sobre los asesinatos y los misteriosos asesinos. Por supuesto, Yo no
podía decirle la verdad, verdad increíble por otra parte, y me hallaba así aprisionado en un
brete moral.
A las 7,05 horas llegó el Comisario de Cerrillos. Venía a saludarme y a cumplir con una
solicitud de Maidana, quien lo había despertado también a él, a las 3,00 de la mañana.
–Hola Arturo. Buen día Señor Sanguedolce. ¿Cómo está, Maidana? –saludó–. Ignoraba
que fuese amigo de Arturo. He traído lo que me pidió, pero ya que son amigos, recuerden que
aún se mantiene todo en reserva. El Juez está tratando de echar luz en un asunto que se ha
vuelto por demás extraño, y recién por la mañana emitirá las órdenes que nos permitirán
actuar. Hasta entonces el sumario es secreto.
Le entregó un sobre a Maidana, que éste se apresuró a abrir. Contenía los identikits de los
asesinos y varios dibujos que representaban las escenas vistas por los testigos.
Los retratos mostraban dos rostros de indudable aspecto oriental: redondos, pómulos
marcados, cejas ralas, ojos ligeramente rasgados, labios gruesos. Estaban pulcramente
afeitados y carecían, al parecer, de cabello. Esto último no se podía asegurar con certeza
porque, insólitamente, los criminales lucían sombreros tipo “hongo”, muy
encasquetados.
– Hay cosas que no van, que no están de acuerdo con los patrones generales de la
Criminología –comentó el Comisario de Cerrillos con contrariedad–. Buscamos dos asesinos
feroces, autores de la masacre de una inofensiva familia. Dos testigos, los ven, a la hora del
crimen, penetrar en la casa. Hasta allí todo correcto, todo “normal”. Les solicitamos entonces a
los testigos que nos describan a los presuntos malhechores. Acceden; y allí se termina la
normalidad tipológica: el caso escapa a todo encuadre general; ni la casuística criminológica,
ni los antecedentes, ni la experiencia acumulada, sirven para comprender el hecho. En un
principio se sospechó de los testigos, pero luego se verificó su capacidad para testificar: son
personas intachables, que jamás beben una gota de alcohol, dado que deben ejercer un
puesto de vigilancia, y para colmo son ex policías, es decir, policías jubilados, entrenados para
observar hechos y acostumbrados a brindar detalles. Pero su historia era demasiado increíble.
–Miren esa imagen, donde el acompañante ha descendido para abrir la tranquera y el
conductor está sentado al volante del cochazo negro– ¿Qué han visto los testigos? No dos
criminales “normales”, que van a asesinar furtivamente a una familia, sino a dos caballeros
elegantemente vestidos, que entran como si estuvieran de visita en la Finca de los Siegnagel.
De hecho, el Juez los hizo examinar por psiquiatras, ayer por la tarde, pero el informe es
positivo: están en perfectas condiciones mentales. Incluso se prestaron a un interrogatorio
bajo hipnosis, que también arrojó resultados positivos: concretamente, dicen la verdad sea lo
que sea que hayan visto, ellos creen en lo que dicen.
Eché una mirada de reojo al Comisario Maidana, pues de todo aquello se desprendía el
tufillo conocido durante el asesinato de Belicena Villca. Pero éste no se inmutó; evidentemente
tenía también una explicación racional para el curioso atuendo de los “agentes del Mossad”.
– ¡Miren esto, Señores! –Insistía el Comisario de Cerrillos– ¿Puede haber algo más
ridículo que unos asesinos vestidos con traje negro de tres piezas, zapatos negros, sombrero
negro, ¡sombrero hongo negro!, corbata negra y camisa blanca? Sí, sé que pueden existir
asesinos así: en Hong Kong, en Estambul, en Londres, en Nueva York, y mil lugares más del
mundo. ¿Pero aquí, en Cerrillos? Tratándose de otra clase de gente hasta sería posible
aceptar su presencia en la zona: por ejemplo, si fuesen ejecutivos de una empresa
trasnacional que vienen por negocios, a saquear alguna de nuestras materias primas. A esa
clase de criminales es posible imaginarlos sin esfuerzo. Más, en el caso que nos ocupa,
escapan fácilmente al patrón general de los asesinos de agricultores.
El Comisario consultó el reloj y se despidió: –Ya debo irme. Hasta luego, Arturo; siento
mucho todo esto. Te veré esta tarde en el cementerio. Disculpa la charla pero ha sido Maidana
quien vino a revolver el avispero; Yo no te hubiese molestado hasta después del funeral.
Naturalmente, el Juez también desea hablar contigo y no tardará en citarte; cuando pase este
trágico momento, naturalmente.
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