Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 561

¨El Misterio de Belicena Villca¨ –... Aunque parece una locura, debo admitir que no carece de sentido. Bien Neffe; supongamos que sea así: ¿y qué ganaríamos con ello? ¿Dónde estaría la diferencia de la situación? –Ahhh... –suspiré triunfante–. Tu pregunta obedece al hecho de que ni remotamente consideras la posibilidad de atacar ¿no? – ¿Atacar? Creo que sí te has vuelto loco –prejuzgó. – ¡Sí! ¡Atacar, atacar a los Demonios! ¿Qué te pasa, tiito? ¿Los treinta y cinco años de vacaciones forzadas te ablandaron? –me burlé–. Me acabas de aceptar que los Demonios, al obrar como Sacerdotes, se transforman en seres humanos ¿entonces qué nos impide ejecutarlos, cobrarnos con sus asquerosas vidas todo el daño que nos han causado? –Pero cómo, Arturo, cómo haríamos eso. Dónde los hallaríamos –había dejado a tío Kurt, virtualmente desconcertado, sin saber qué argumento oponer contra mi descabellada idea–. Y, aun suponiendo que pudiésemos hacerlo ¿de qué nos serviría, de qué serviría a la Estrategia de los Siddhas? ¿No acordamos, ya, que lo mejor sería seguir la pista de Noyo Villca, cumplir el pedido de Belicena Villca? –Shhhh –soplé, poniendo el dedo índice sobre mi boca en señal de silencio–. ¡Still! Todas esas respuestas las obtendrás tú mismo, cuando conozcas el plan. – ¿Q...qué plan? –interrogó con temor tío Kurt. – ¡Mi plan! ¡El plan que tengo para atacar a los Demonios! Más no hablaré por ahora de ello hasta que no concluya el funeral. Luego te lo explicaré y lo discutiremos. Para nada convencido, tío Kurt movía la cabeza con cómica preocupación. De no encontrarnos en circunstancias tan trágicas, me habría reído de buena gana de sus gestos, con los que pretendía expresar que él era una persona seria que había caído en manos de un demente. Capítulo VII A las 5,30 horas llegaron dos coches fúnebres que transportaban a Katalina y sus niños. Los tres ataúdes fueron inmediatamente dispuestos junto a los de mis padres, hecho que inspiró a las lloronas para renovar con singular patetismo sus letanías. Quince minutos después aparecía el Comisario Maidana, el autor de aquella increíble hazaña burocrática. – ¿Cómo lo logró, Comisario? –indagué. –Pues, no fue tan difícil, considerando que los informes forenses ya estaban listos, aunque carentes de firma: a nadie le gusta rubricar un informe desprovisto de diagnóstico. Porque eso es lo que ellos tenían: nada Es decir, que ignoraban de qué murieron su hermana y sobrinos. Mi único mérito fue convencer a los médicos, que recién llegaron a las 5,00, de que tenía información confidencial que el caso sería enterrado por orden superior. Aun así, tuve que despertar a un respetable Juez para obtener el visto bueno verbal que le permitiera al Comisario entregar los cuerpos; empero, estando listos los informes forenses, no había ningún impedimento para terminar el trámite y el Juez accedió a recibirlos por la mañana y firmar la autorización. Y aquí están sus desgraciados familiares, Dr.; y ¿sabe con qué diagnóstico? paro cardíaco. Es tonto, pues todos estamos de acuerdo en que se trata de un múltiple homicidio, pero estos médicos no consiguieron determinar la causa de la muerte: Yo en su lugar hubiese solicitado un profundo estudio en la Universidad de Salta, pero ya que está tan apurado por dar término al funeral, las cosas deberán quedar así. –En efecto, Comisario Maidana. Así quedarán; para bien de todos –aseguré–. De cualquier manera, los asesinos pagarán por lo que han hecho a mis padres. – ¡De eso quería hablarle, Siegnagel! –dijo Maidana eufóricamente, cambiando totalmente de actitud. Discúlpeme si peco de optimista –se excusó– pero me encanta ganar discusiones o apuestas, especialmente cuando el rival es una persona respetable como Ud.: eso me llena de orgullo– confesó ingenuamente. – ¿Y en qué ha ganado? –pregunté perplejo. 561