Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 559
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Capítulo VI
El coche del Comisario Maidana trepó la cuesta del camino de salida, y doscientos metros
después se introdujo en la ruta provincial. Dos mujeres gordas que aguardaban
pacientemente, se aproximaron y abrazaron, ambas a la vez: eran las “madres de leche” de
Katalina y mía. Allí era muy importante eso de ser “mamá de leche”, “hijo de leche”, o
“hermano de leche”; todo comenzaba cuando a una buena madre “se le cortaba la leche” para
su bebé, o no la producía en la cantidad suficiente: entonces se recurría al concurso de otra
madre, una madre más fuerte, que hubiese parido a su hijo en fecha aproximada, y se
requería su concurso para amamantar ambos bebés. La madre de leche si bien era la más
fuerte, con frecuencia era también la más pobre, ya que solía tratarse de una criolla o india, tal
vez ya madre de muchos niños, quien prestaba de buen grado su colaboración. Y, desde
luego, era retribuida por tales servicios. Pero la retribución era una cosa, generalmente regalos
para sus propios niños, ropas y alimentos, y otra muy diferente el amor de la madre: eso no
podía pagarse con nada y por eso se creaban lazos superiores a la simple transacción
comercial: “el comadrazgo de leche”. En efecto, la mamá de leche se convertía habitualmente
en “comadre” de la madre verdadera y gozaba de cierta amistad o preferencia con respecto a
otras mujeres del valle calchaquí. Costumbres, costumbres centenarias, que venían de la
época de los españoles, o quizás de los indios.
De esas dos mujeres que me abrazaban, una fue “mi mamá de leche” y la otra lo había sido de
Katalina. “Nada tengo, me dijo la primera, ni me parezco a Doña Beatriz, pero todo lo mío es
tuyo, Arturito, todo mi amor”. Apreté con fuerza a aquella criolla que me había visto nacer, y la
besé en ambas mejillas. “Gracias, Nã Isabel, muchas gracias”, le dije conmovido, mientras las
lloronas de La Merced me hacían coro con sus dolorosos lamentos.
Dejé a las comadres persignándose junto a los ataúdes y me retiré a un rincón apartado,
en compañía de tío Kurt. Desde que partiera el Comisario Maidana, una sobreexcitación
creciente se fue apoderando de mí. Tenía una idea, una idea surgida de la racional conclusión
del policía, que deseaba comunicar sin dilación a tío Kurt. Naturalmente, si Yo no quería
aceptar las propuestas de Maidana, tío Kurt ni siquiera las había escuchado. Así que, se lo
repetí:
– ¡Tío Kurt! ¡Tío Kurt! –lo sobresalté–. Reflexiona sobre las palabras del policía: son como
un silogismo. El afirmó “los asesinos son humanos”; ¿por qué?: “porque utilizan cuchillos y
porras, es decir, armas materiales”, dedujo. En ese momento negué de plano tal posibilidad,
pero ahora considero poco menos que genial la deducción del Comisario Maidana.
– ¡Estás loco, Neffe, loco de remate! –Me descalificó para opinar tío Kurt– ¡Son Inmortales!
¡Bera y Birsa son Inmortales! Nada significa que hayan empleado un puñal: era necesario para
el Ritual del Sacrificio.
– ¡Por los Dioses, tío Kurt, no me trates como si fuera un imbécil! –me defendí–. Sé que
son Inmortales: pero, como dijera Belicena Villca en la historia de Nimrod, sólo lo son
mientras no los maten, “mientras no se ejerza violencia física sobre Ellos”. “Estos
Inmortales, también, pueden morir”.
– ¡Estás loco! –repitió, más cerrado aún–. ¿No comprobaste anoche el poder del Demonio
Bera? Nada podemos hacer contra ellos. ¡Has hecho muy bien en desalentar al policía!
–¡Oh, mein Gott! –Juré– ¡No tío Kurt! ¡No estoy loco! ¡Eres tú el que peca de obstinado!
Pero a mí me vas a escuchar. Y me vas a permitir exponer mi idea; ¿die prüfen?
–Ia, Ia –prometió sin convicción.
–Entonces atiende. Mi concepto es que existen dos planos irreductibles, que ahora, por
una apreciación errónea y subjetiva de la realidad, se han interferido o mezclado. Tales planos
son: el Plano de la Realidad del Espíritu y el Plano de la Realidad Humana Entre ambos
planos no pueden haber relaciones o conexiones, sino sinrazones todo nexo o razón es
ilusorio, no real. Pero existe, asimismo, una ley, que es la razón de la sinrazón, que protege y
afirma la absoluta realidad de los planos. Y esta ley, que sostiene la razón de la sinrazón entre
tales planos, es la única referencia para no perder la razón y enloquecer. Esta ley de la
cordura exige: no transgredir los planos. No trasladar al plano de la Realidad del Espíritu
entes propios del plano de la Realidad Humana y recíprocamente: no proyectar al plano
de la Realidad Humana ideas propias del plano de la Realidad del Espíritu.
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