Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 558
¨El Misterio de Belicena Villca¨
marxistas, masones, sionistas, o lo que fuere, pero enemigos permeables a la artillería de
variado calibre y al trotyl.
–Le agradezco su oferta Maidana. Se la agradezco profundamente porque sé que es
honesta y desinteresada. Pero Uds. no pueden ayudarnos y Yo no puedo darle ninguna
información. Créame que es mejor dejar las cosas así. Ahora no es una mera interna del
loquero: se trata de mi familia, Maidana; de toda mi familia Si Ud. pudiera ayudarme ¿cómo
no aceptaría? Sin embargo ahora soy Yo quien desea dejar las cosas como están. Sé lo que
estoy diciendo.
– ¿Cómo que no podemos ayudarlo? –Protestó Maidana–. ¿Sabe lo que pienso?: ¡que Ud.
tiene miedo! No sé quién ha cometido los crímenes. Pero es evidente que Ud. sabe y no
quiere compartir el secreto. ¿Y por qué haría tal cosa? Pues, porque supone que el enemigo
es demasiado “poderoso” para nosotros, los torpes sudamericanos. Lo comprendo; Ud. es un
alemán y tiene un prejuicio contra el nacionalismo argentino; y quizás tenga razón, porque
toda una fauna de imbéciles y traidores nos han desprestigiado; Yo no puedo responder por
esos cargos. ¡Más se equivoca si supone que siempre será igual! Estamos en otra época, y
hay otros hombres: a nuestra generación, Dr. Siegnagel, no la podrán detener
materialmente –afirmó con firmeza–. Somos muchos, tenemos ideales, y estamos hartos de
corrupción y materialismo; se acerca el día en que propinaremos a las fuerzas sinárquicas un
gran escarmiento nacional. ¡Confíe en nosotros y no se arrepentirá! Ningún enemigo es
demasiado fuerte en nuestra patria como para que no le asestemos un golpe inolvidable. ¡Tal
vez no le ganemos la guerra, pero podemos castigarlo parcialmente, herir su orgullo, quebrar
su soberbia, evitar que saboree el triunfo de sus crímenes! ¿Qué me dice, Dr.? ¿Es el
Mossad? ¿El MI5 inglés? ¿La C.I.A.?
¿Qué responderle al Comisario Maidana?
–Sólo le diré esto, y es lo único: –dije– si el Enemigo fuese humano, estoy seguro que
su ayuda sería efectiva. Sí, Maidana: si el enemigo fuese humano le aseguro que contaría
con su apoyo. Esto le debe bastar.
–Pero ¿qué dice?– preguntó con tono de burla–. Me sorprende que Ud., una persona a
quien respeto por su sinceridad, me demuestre que recurre a un simple escapismo para evadir
la amenaza de los asesinos. ¡Ud. tiene miedo y no quiere afrontar el hecho de que tarde o
temprano será atacado también por los asesinos! Porque si no, si estuviese en sus cabales,
comprendería que los asesinos son bien humanos.
– ¿Cómo? –exclamé involuntariamente.
–Sí, Dr.; reaccione –solicitó Maidana–. Los asesinos son seres humanos: si no lo fueran
¿Por qué emplearían cuchillos y porras? –preguntó con irrefutable lógica policíaca.
Era una conclusión simple, absurda y elementalmente simple. Por eso no podía aceptarla,
le negaba entrada en mi razón; por eso, y por provenir de Maidana, un mero policía salteño.
– ¡No! ¡No! –Negué tercamente– Ud. no comprende la naturaleza del Enemigo. Ud. no
puede ayudarnos.
Me había encerrado en una lamentable actitud infantil, cuando la intervención de tío Kurt
nos sorprendió a ambos.
– ¡Sí puede ayudarnos! –aseguró.
Lo miramos boquiabiertos.
–Quizás pueda conseguir que nos devuelvan los cuerpos de Katalina y los niños –sugirió.
– ¡Ah! –Suspiró Maidana–. Se trata de un trámite burocrático. Es otra la clase de ayuda
que vine a ofrecerle, pero no crean que los voy a defraudar si me piden un favor.
Observó su reloj pulsera y agregó:
–Son las 2,15. Mala hora para hacer gestiones. No obstante me llegaré hasta la Comisaría
local para indagar qué sucede con esos cuerpos, y luego regresaré. ¡No olvide lo que le dije,
Dr.! Mientras tanto, considere mi ofrecimiento.
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