Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 553
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Estacionados junto a la Finca, tras los lapachos donde recibiera de manos de mi madre la
fatídica carta de Belicena Villca, se hallaban cuatro coches: dos patrullas policiales y dos
ambulancias. Al lado de un lapacho, mí preferido, bajo cuya bendita sombra estudié mis
carreras universitarias y medité sobre el misterio del hombre y de su miserable vida terrestre,
estaba el cuerpo sin vida de Canuto, tapado por unos diarios ensangrentados. ¡Cómo había
cambiado ese lugar en sólo dos meses! ¡La alegría y la felicidad de la familia se habían
trocado en muerte y duelo! ¡Maldita Carta de Belicena Villca! ¡Si al menos no la hubiese leído!
Me torturaba inútilmente. Como dije al principio: “en la vida de ciertas personas hay como
trampas cuidadosamente montadas: basta tocar su resorte para que se desencadenen
mecanismos irreversibles”.
Al sentir el motor del jeep varios hombres salieron de la casa. Uno era el Comisario policial
de Cerrillos, quien me conocía de niño.
– ¡Jesús! ¡Arturo Siegnagel! ¡Justo a tiempo! –dijo sin pensar, pues luego se arrepintió,
bajó la vista, y poniéndome una mano sobre el hombro me habló cautelosamente, vale decir,
todo lo delicadamente que puede hablar un policía enfrentado a un alucinante múltiple
homicidio. Tío Kurt permaneció a mi lado.
–Discúlpame, Arturo. La verdad es que no has llegado a tiempo. Sólo lo dije pensando
en la investigación, pues ignorábamos donde encontrarte. No sé como decirlo, entiende que
soy policía, no cura, pero debes saber que toda tu familia ha sido asesinada de modo
extraño.
Amagué dirigirme al interior de la casa, visto que aún no habían subido ningún cuerpo en
las ambulancias, pero el Comisario me detuvo. “Aguarda un instante, Arturo, pero es mi deber
interrogarte ¿tú sabías que algo había ocurrido aquí? ¿De dónde vienes ahora?
– ¡Oh sí! –Afirmé precipitadamente– Sabía que algo malo pasaba porque nadie respondió
al teléfono de la Finca esta mañana a la una. Fue por eso que salimos de inmediato hacia
aquí.
–Pero ¿de dónde hiciste la llamada, adónde te encontrabas? –quiso saber sin excusas.
–Pues, en la Finca de este amigo aquí presente, el Sr. Cerino Sanguedolce, quien es
fabricante de dulces en Santa María de Catamarca y con el que estaba ajustando un negocio
para venderle nuestro mosto sobrante. Hacía unos días que me encontraba allí.
–Está bien Arturo, lo verificaré –dijo, mientras guardaba la libreta en la que apuntaba todos
los datos.
–Bueno, pueden pasar. Tú eres Médico y se supone que debes poseer “sangre fría”, pero
esto es distinto: el, o los asesinos, son sin dudas psicópatas, tal vez escapados del
nosocomio donde tú trabajabas. Han cometido los crímenes con un salvajismo nunca visto por
aquí. Mejor entras preparado.
En el interior el desorden era total, luego del paso de ignotos policías que ejecutaron sus
aún más ignotos peritajes. En el comedor, se habían arrimado los bordes de dos mesas, y
sobre ellas estaban depositados los cinco cadáveres. Prudentes sábanas cubrían la
exposición de los cuerpos. Tío Kurt me apretó un brazo con su mano de acero y descubrió él
mismo el primer cadáver.
– ¡Beatriz! –gritó él.
– ¡Mamá, Oh Mamá! ¿Qué te han hecho? –grité Yo desesperado, al comprobar que el
dulce rostro de mi madre, crispado ahora por una mueca de horror indescriptible, aparecía
degollado de oreja a oreja.
– ¿Lo ven? –Comentó inoportunamente el Comisario–. Se trata del acto criminal más
aberrante que he visto en mi vida, incomprensible, indudablemente producto de una mente
enferma.
Los siguientes cuerpos correspondían a mi hermana Katalina y a sus dos hijos, Enrique y
Federico. Estos no mostraban seña de violencia alguna.
–Pensamos que fueron envenenados, y los íbamos a trasladar a la morgue local para
practicar la autopsia cuando Uds. llegaron. Ahora que los has visto daré la orden de que los
carguen en las ambulancias. A los otros no habrá necesidad de llevarlos pues su muerte es
obvia y ya ha sido determinada por el médico forense: tu madre fue degollada, según has
comprobado tú mismo, y tu padre falleció por aplastamiento de cráneo, seguramente al
resistirse al ataque: ¿tienes algo que objetar sobre ese diagnóstico?
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