Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 552

¨El Misterio de Belicena Villca¨ Me notificó entonces la hora en que se asentaba mi pedido y casi no lo pude creer: eran nada más que las 0,30 horas. En quince o veinte minutos había ocurrido todo. ¿Podría ser? ¿Podrían los Demonios haber actuado en tan poco tiempo? Esa duda, inconsistente, me esperanzó un poco. Pero fue sólo hasta que volvió tío Kurt del garage y le comuniqué mi inquietud. Sacudió la cabeza en un gesto negativo y desalentador, y me dijo: –Quisiera confirmar tu esperanza pero no puedo engañarte. No debemos ser optimistas en modo alguno: los Inmortales dominan el Tiempo y el Espacio, son Maestros en el arte de desplazarse en los incontables Mundos de la Ilusión máyica. A nosotros no pueden hallarnos, como no podían hacerlo con Belicena y Noyo Villca, porque Nuestros Espíritus Iniciados están en verdad aislados del Tiempo y del Espacio por las Runas de Wothan; o por las Vrunas de Navután, si prefieres. Ellos no conocen nuestra Realidad, el Mundo que el Espíritu afirma desde el Origen, y eso los desconcierta, les impide localizarnos; pero una vez obtenida la referencia real de un Mundo determinado, a él pueden dirigirse y llegar en cualquier Tiempo y Espacio. No sé para qué preguntaba si Yo sabía que era así. Pero me ilusioné por un momento confiando en que mi razonamiento tuviese valor, aguardando vanamente que la razón prevaleciese sobre la irracionalidad que se iba adueñando de mi vida. La campanilla del teléfono me sacó de tan amargas reflexiones. –“Su llamada con Salta” –anticipó lacónicamente la operadora. Durante diez largos minutos oí los tonos de llamada a través del teléfono, sin que nadie respondiese en Cerrillos. ¡Aquello sí que no era normal! ¡Aun siendo la una de la mañana alguien debería atender en mucho menos tiempo: mil veces había hecho llamadas semejantes desde Salta y siempre me contestaron en tres o cuatro minutos! “No responden en su número”, interrumpió la operadora. “¿Repetimos la llamada más tarde?” No supe qué decir. Miré de reojo a tío Kurt y observé que me hacía una obvia señal con las llaves del jeep. –No, señorita, la cancelo ahora. No debe haber nadie en esa casa –sugerí con amargura. Capítulo IV Quince minutos después me hallaba por segunda vez en mi vida rodando por la calle Esquiú: íbamos tío Kurt, Yo y los perros daivas. “Es preciso llevarlos por las dudas que nos tiendan una celada”, me explicó; “pero esos Demonios son orgullosos y suponen que jamás les va a fallar un golpe; es posible que ya estén en Chang Shambalá; o cumpliendo otra de sus macabras misiones”. Se quedó un momento pensativo y luego agregó con tono lúgubre: –Cielos, Arturo: ¿adónde supones que irían después, si como tememos han pasado ya por Cerrillos? –A Tucumán, a Tafí del Valle, a la Chakra de Belicena Villca –respondí sin vacilar. Esa probabilidad, y lo que podría haber pasado en Cerrillos, nos quitaron los deseos de hablar durante el resto del viaje. Viaje agotador, si se tiene en cuenta el horario nocturno, las malas carreteras, el hecho de que llevábamos un día sin dormir, y el reciente esfuerzo físico causado por el ataque de los Demonios. Las campanas de la iglesia de Cerrillos llamaban a la misa de las ocho cuando pasamos frente a ella. Y cien metros antes de llegar a la tranquera de la Finca ya sabíamos que algo terrible había realmente sucedido: las luces rotativas en el techo de las patrullas policiales confirmaron trágicamente nuestras sospechas y temores. Haciendo caso omiso de los policías que custodiaban la entrada, tío Kurt viró el jeep y tomó el camino hacia el casco a gran velocidad. Evidentemente ahora nada le importaba: ni su cobertura estratégica, ni las posibles persecuciones si era descubierto, ni que de acuerdo a su nueva identidad nada lo vinculaba con los Siegnagel-Von Sübermann. ¡Pobre tío Kurt! ¡En treinta y cinco años jamás se atrevió a cruzar esa tranquera para visitar a su única hermana, y ahora debería hacerlo para su funeral! ¡Porque todos habían muerto, incluso mi Madre, es decir, su hermana Beatriz! ¡Y de la manera más horrenda! 552