Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 551

¨El Misterio de Belicena Villca¨ encontrar de entrada por manifiesta falta de fe en Mí Mismo, por la desconfianza en el hecho de que mi Espíritu pudiese ser amado realmente por la Diosa de la Liberación Eterna. En cambio, permanecía en la clase del Profesor Jacobo Cañás: “el zumbido de los himenópteros es generalmente una combinación de tres tonos distintos, generados en diferentes órganos. El más intenso es el de las alas, aunque es el de menor frecuencia: para un mismo ejemplar de Apis mellifica, varía estadísticamente entre un la de 440 ciclos por segundo y un mi de la misma octava de 330 ciclos por segundo; el primer tono corresponde a la abeja descansada, en el momento de salir de la colmena; el último, a la abeja fatigada, al finalizar su jornada de labor”. Percibía precisamente aquellos tonos; oía claramente el sonido de las alas al batirse; los himenópteros volaban hacia mí. “El segundo tono que compone al zumbido característico, es producido por la vibración de los estigmas que conducen el aire a las tráqueas pulmonares: se trata habitualmente de un sí de 594 ciclos por segundo, apreciablemente más agudo que el tono de las alas, pero menos intenso”. Escuchaba ahora el zumbido de una abeja; el zumbido de un enjambre; el zumbido me saturaba los sentidos, me paralizaba el cuerpo, me invadía la mente. ¡El zumbido se apoderaba de los latidos de mi corazón y los sincronizaba con su frecuencia! ¡El zumbido me estaba matando! “El tercer tono, muy débil, procede del movimiento de los anillos abdominales”... No terminaría jamás de recordar la clase del Profesor Jacobo Cañás. En el paroxismo de la crisis cardíaca, sufrí una sensación de calor insoportable, terrible, como si mi cuerpo hubiese sido echado de golpe en un horno incandescente. Pero no; en el instante que duró la convulsión térmica, noté que el Fuego no estaba afuera sino adentro mío; que impregnaba todo mi cuerpo como un líquido inflamado que se descomponía en gases candentes. Y aquel líquido que ardía era mi sangre. Un instante duró el impulso calorífico, que me estremeció al ritmo del zumbido apícola, pero Yo, naturalmente, creí morir: como una última visión agónica contemplé el rostro de Mamá, de Katalina, de mis sobrinos, y de muchos otros familiares desconocidos hasta entonces pero cuyo parentesco era patente. Mas todos los rostros se parecían entre sí, no en virtud de su semejanza genética, sino a causa de la expresión común que manifestaban, probablemente idéntica a la mía de ese instante: todos eran rostros agónicos, rostros de seres humanos que morían en medio de un gran dolor; sus expresiones reproducían la Expresión de la Muerte. Y entonces terminó todo. Capítulo III Con otras palabras, quiero decir que entonces concluyó el fenómeno; o sea, que cesó el zumbido y se cortó la presión sobre el corazón. Poco a poco se me fue normalizando el pulso y pude moverme a voluntad. Aún aturdido, reaccioné y me incorporé al recordar a tío Kurt: temí lo peor. Empero, él también se recuperaba en esos momentos; y comprobé que había caído de rodillas, como también le ocurriera en la cañada tibetana La Brea, más de 40 años antes. Estuve unos minutos inmóvil, ordenando las ideas, hasta que de pronto rememoré el último instante del fenómeno, cuando viví mi propia agonía y la de todos mis familiares. Y entonces comprendí. Entonces supe que aquello era verdad, que algo irreparable le había sucedido a mi familia Descompuesto de pánico interrogué con la mirada a tío Kurt: en el horror que leí en sus ojos supe que Yo estaba en lo cierto. Al fin conseguí articular palabras y grité: – ¡Mamá, Katalina! ¡Oh, tío Kurt: algo terrible le ha ocurrido a la familia! ¿Qué ha pasado, tío Kurt, qué ha pasado? –Creo que una cosa espeluznante, Arturo. No quiero alarmarte, pero me parece que el Demonio Bera no logró realmente averiguar tu paradero, y el mío, pero temo que lo que vio en tu psiquis fue suficiente para que encontrara la Finca de Beatriz en Cerrillos. Si es así, nuestra familia ha corrido grave peligro. ¡Debemos ir de inmediato a Salta, Arturo! ¡Pide una comunicación telefónica mientras Yo preparo el Jeep! “A Salta, treinta minutos de demora”, fue la lacónica respuesta de la operadora. Solicité igualmente la comunicación con carácter de urgente y rogué que la activara cada diez minutos. 551