Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 550

¨El Misterio de Belicena Villca¨ instante que mi mente, al intentar silenciar a los perros daivas, se “descuidó”, ofreció un flanco débil, y fue “sintonizada”, captada, por un Demonio de la Fraternidad Blanca, un representante de las Potencias de la Materia, quizás el Inmortal Bera, quizás Rigden Jyepo, tal vez el mismo Enlil-Jehová-Satanás. Evidentemente, no me hallaba del todo desconcentrado pues oí, o creí oír, la voz de tío Kurt que tronaba las palabras “Nischala miravâta svadi” directamente en el interior de mi psiquis, con lo que los perros cesaron de inmediato de ladrar. Lo cierto fue que un instante después irrumpía verdaderamente tío Kurt en mi cuarto, gritando “¡Arturo! ¡Arturo!” – ¡Arturo! ¡Estás bien, gracias a los Dioses! –exclamó al encender la luz y cerciorarse de que me hallaba con vida–. ¿Qué has hecho, Arturo? ¡El Demonio Bera te ha localizado! ¡Por un momento lo sentí como aquella vez en la cañada La Brea, en el Tíbet! Le referí el uso imprudente que hiciera del Yantra. –Oh, Arturo, –se asombró– has sido muy fuerte al librarte de él. Pero no creo que eso baste. Mucho me temo que los Druidas hayan descubierto esta casa. Tendremos que salir de aquí lo antes posible. No sabía que decir. Irracionalmente, tomé el reloj pulsera de la mesa de luz e indagué la hora: “las 0,10 horas” –dije– y volví la cabeza hacia tío Kurt, que me observaba con los ojos desorbitados. No tardé en comprender el motivo de su horror: era el zumbido, el inconfundible zumbido de las abejas melíferas. En verdad, aquel eufónico sonido del Dordje sólo se advertía cuando sus efectos complementarios ya se estaban produciendo. Al comienzo no lo noté, pero luego, naturalmente después que lo percibiera tío Kurt, lo escuché claramente, llenando el ambiente con la sensación de llegada de un enjambre innumerable. Pero a esa altura era imposible reaccionar pues la presión sobre el corazón no admitía distracciones. Me dejé caer hacia atrás, hasta que mi cabeza dio con la almohada, y me relajé lo mejor que pude; inconscientemente me tapé los oídos con las manos, pero el sonido mortal penetraba igual, a cada instante con más intensidad; y el corazón, completamente fuera de control, parecía querer salírseme del pecho. Y aún no había llegado lo peor. Experimentaba una parálisis creciente en todo el cuerpo y razoné, ya en el final de la resistencia psíquica, que la mejor táctica mental para luchar contra la poderosa Fuerza de Voluntad de los Demonios consistiría en concentrar el pensamiento en una idea ajena a la terrible realidad del Dordje. Pensar en otra cosa, pero ¿en qué? ¡Oh Dioses, cuán avara de ideas puede tornarse una imaginación fantasiosa como la mía en una situación límite semejante, cuando está en juego la vida animal! ¡Y cuánto más avara ha de volverse si, como asegura la Sabiduría Hiperbórea, el Alma Creada está pronta a traicionarnos pues su substancia es parte del Creador, partícipe de su Arquetipo a imagen y semejanza! Allí lo comprobé sin dudas: ¡el Alma siempre traicionaría al Espíritu, al Yo, para favorecer la Voluntad de los Demonios, que pertenecen a la Jerarquía Blanca en la que se desdobla y encadena el Creador-Uno! Porque súbitamente me vino al fin una idea salvadora: era un recuerdo de mis días de estudiante universitario, cuando asistía a las clases de Biología. Y Yo me dejé llevar por el recuerdo; y pareció por un momento que me libraba de la presión del Dordje. Sí; el Alma, dueña de la memoria y los recuerdos, había finalmente obedecido la voluntad del Yo y me sacaba de aquella mortífera realidad. Era una clase de Biología, lo recordaba perfectamente; me encontraba rodeado por decenas de compañeros; ¿sobre qué versaba la clase? ¡Ah, sí! ¡Fisiología de los insectos! Ahora ingresaba el Profesor Jacobo Cañás al Aula Magistral y comenzaba a desarrollar la clase. Tema: “la abeja común clasificada también con el nombre de Apis mellifica por Linneo; Apis doméstica por Reaumur; Apis cerifera por Scopoli; Apis gregaria por Geoffroy; y muchos otros nombres con que los Grandes Naturalistas han designado al mismo insecto”. Carecía de fuerzas para salir del recuerdo. Alguien adentro mío, el mismo que intentara hundirme en el Abismo la noche del sismo de Salta, me había traicionado nuevamente. ¡Ah, si hubiese ascendido por auxilio hasta la Virgen de Agartha, como entonces, si me hubiese dejado raptar por Su Gracia Divina! Con seguridad, ese rapto de la Mujer Absoluta era lo que los kâulikas llamaban el Kula. El Kula me habría transformado en Akula, en Shiva viviente, y el Espíritu se habría situado “más allá de Kula y Akula”. Con seguridad, pues, ése era el verdadero camino de salvación para salir fuera del cerco de los Demonios, que Yo no supe 550