Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 549

¨El Misterio de Belicena Villca¨ conceptos que el Capitán Kiev empleaba con Belicena Villca. No; no voy a subestimar la atenta tarea de observación que los Demonios desarrollaban tratando de ubicar a tío Kurt; tal vez esa guardia habría dado un día sus frutos y lo hubiesen hallado de alguna manera. ¡Pero de lo ocurrido esa noche Yo fui el principal responsable! ¡¡¡Cien veces, mil veces, hubiera sido preferible que leyera el libro de Tarstein, como “normalmente” lo deseaba, en lugar de hacer lo que hice!!! Como dije, apagué la luz y me dispuse a dormir. Vi el cielo estrellado a través de los cristales, y cerré los ojos. Mas, estando aún bastante nervioso, además de cansado, decidí adormecerme mentalizando el Kilkor svadi. ¡Y ese sería el error fatal! Tío Kurt me reveló la forma del Kilkor e hizo demostraciones sobre el dominio mental que permitía ejercer sobre los perros daivas. Comprendí entonces que el “silbido” empleado para lanzar los perros sobre mí, cuando entré furtivamente en su finca, no había sido en verdad un sonido audible: fue mi inconsciente predisposición a captar los símbolos del Kilkor, desde “más allá de Kula y Akula”, la causa de la percepción de la orden de tío Kurt. Igualmente había sucedido con los quejidos de los dogos tibetanos que expresaban sus deseos contenidos de atacar: todo fue mental, percepciones extrasensoriales, símbolos que la ignorancia de mi razón traducía como originados por sonidos, la ilusión de sonidos. Desde luego que sólo Yo, o alguien que poseyera como Yo “el Signo del Origen” hubiera podido oírlos: cualquier persona “normal”, por más adiestramiento que poseyera su sentido auditivo, sólo habría notado la presencia de los canes cuando las fauces mortales se hubiesen cerrado sobre sus miembros. En fin, tío Kurt había quedado, como tantas cosas inconclusas que quedaron, en permitir que Yo lo empleara de acuerdo a sus indicaciones; pero la ocasión no se presentó y no llegué a efectuar ningún tipo de práctica sobre los dogos. Aquella noche, faltando quince o veinte minutos para las 12, me entretuve un buen rato fijando la imagen del Kilkor en la mente y al cabo, sin reflexionar en ello, emití una orden. Vale decir, que compuse la palabra de una orden sin imaginar que ésta se cumpliría inexorablemente. Fue una directiva simple, “ladrar” pensé, que en modo alguno permitía suponer lo que causaría. Instantáneamente, los dogos emitieron un aullido lobuno, desgarrador, y comenzaron a ladrar a dúo, sin parar. Los rugidos que lanzaban eran estremecedores, y muy intensos, por lo que me incorporé en la cama, helado de espanto y desesperado. “Despertarán a tío Kurt” pensé tontamente, y me concentré nuevamente en el Yantra, tratando de formar una palabra que detuviera el concierto canino. Imaginé que la palabra seria “silencio” mas ¿cómo se dice silencio en sánscrito o tibetano, únicas lenguas en las que se podía traducir el concepto con la clave del Kilkor svadi? “Tío Kurt me lo había dicho”, me aseguraba a mí mismo, mientras procuraba infructuosamente recordar. Y fue entonces que se produjo el primero de la serie de nefastos fenómenos que sucederían durante esa noche infernal. Ocurrió como si mi conciencia se hubiese expandido de pronto ilimitadamente: percibí toda la habitación de un sólo golpe de vista, pero sin mirar, como si una voluntad más poderosa que la mía me obligase a hacerlo. Luego vi el exterior de la casa, la Finca, toda a la vez y la ciudad de Santa María, y el camino a Salta, y mi propia Finca en Cerrillos. Vi a Papá, a Mamá, a Katalina, a Enrique y Federico, mis sobrinos, y hasta al perro Canuto. Como hipnotizado, lo veía todo y no podía dejar de ver. De improviso, desde el fondo de mi campo de visión, justamente frente a mí, y como surgiendo detrás de las Cumbres del Obispo, un punto comenzó a crecer a velocidad portentosa hasta ocupar toda mi atención. ¡Jamás lo podré olvidar! Tomando las palabras que la Princesa Isa le dijera a Nimrod, afirmaría que se trataba de “el monstruo más espantoso y abominable que imaginarse pueda en una eternidad de locura”, uno “que no puede ser descripto por ningún mortal sin perder la cordura”. ¿Y qué me salvó a mí de esa Presencia del Infierno? Sin dudas la Virgen de Agartha, la Semilla de Piedra que Ella depositara el 21 de Enero en un corazón humano y mortal; la Semilla que, pese a todo, había germinado y hecho de mí lo que ahora era. Porque en el pasado habría muerto allí mismo, frente al Demonio que me había contemplado por un instante con un odio que nunca creí posible que nadie pudiese experimentar. Pero ahora tuve fuerzas suficientes para enfrentarme a él y apartarle de mí. Sí; desapareció de la vista y la visión se disipó. De nuevo me encontré en la habitación de Santa María, sentado en la cama y oyendo cómo los dogos aullaban sin parar. Comprendí en un 549