Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 548
¨El Misterio de Belicena Villca¨
corresponde con justicia? Debes unirla a la Carta de Belicena Villca y llevarla a Córdoba, para
que la conozcan los Caballeros Tirodal y, si es posible, Noyo Villca.
Quedé anonadado por la increíble respuesta de mi tío: ¡treinta y cinco años sin leer el libro
de Tarstein! ¡Ja! ¡Eso se llama merecer el calificativo de obstinado!
Tío Kurt fue a su habitación y regresó con el estuche de cuero y herrajes de plata que
guardaba la preciosa obra. Me la entregó sin condiciones y allí le disparé la segunda pregunta:
–Me quedó una gran curiosidad por saber qué fue de la Legión Tibetana. Si no te importa
perder un minuto, dime sintéticamente qué ocurrió con ellos.
–Te lo diré. Y no es demasiado largo de contar. La parte de la Legión que permanecía en
su base de Assam, en la frontera con Bután, se dispersó sin hacer ruido al concluir la guerra:
algunos regresaron a los Monasterios kâulikas y otros se alistaron como mercenarios en las
guerras posteriores del Asia: la de Chiang Kai-Shek contra Mao y las de Corea y Vietnam.
Aquellos, en principio, sobrevivieron a la Segunda Guerra Mundial. Pero tú, seguramente, me
preguntas por la suerte de Bangi, Srivirya, y los cincuenta legionarios que se quedaron en
Berlín a custodiar el bunkerführer: sobre ellos debo confesarte, con orgullo, que todos
murieron combatiendo a los rusos. Es un episodio gracioso: según me informaron en esos
días, cuando Yo todavía debía huir de Alemania, el 30 de Abril los rusos no consiguieron tomar
el bunker sino al costo terrible de diez a uno. Vale decir que los tibetanos acabaron con un
batallón de infantería de más de quinientos hombres. Y fue tan impresionante el impacto de
aquella carnicería, realizada por una Legión
asiática, que el propio Stalin ordenó el retiro y
ocultamiento de los cadáveres tibetanos y negoció con los aliados la supresión oficial de toda
noticia sobre la Legión Tibetana del bunker. Empero, muchos investigadores independientes
han mencionado la existencia de la Legión y su valerosa determinación de defender el bunker
hasta el fin. Claro que si se consulta a los “historiadores oficiales”, los que deben vivir de los
presupuestos académicos o periodísticos, la versión será bien distinta: los rusos habrían
hallado el bunker casi desguarnecido; y la Legión Tibetana nunca existió.
Capítulo II
Nos despedimos hasta el día siguiente, con la consigna de partir enseguida hacia Tucumán. Al
fin y al cabo llevaba casi tres meses desde el asesinato de Belicena Villca y todavía no había
intentado cumplir su pedido. Los conté mentalmente: 74 días. ¡Setenta y cuatro días! Podría
ser mucho tiempo; quizás para Noyo Villca lo fuera, y lo lamentaba. Pero para mí serían los
setenta y cuatro días más fructíferos de mi vida. Me causaba risa y lástima recordar lo que era
Yo antes del 6 de Enero, en aquel siniestro Hospital Neuropsiquiátrico: “el Dr. Arturo
Siegnagel, uno de nuestros mejores internos” –me presentaban las enfermeras. ¡En lo que me
había convertido el sistema! Antes del 6 de enero lo tenía todo, desde el punto de vista
material, pero carecía de ideales claros: ¡me habían lavado el cerebro! Por el contrario, ahora
no tenía nada, comparándome con el Dr. prestigioso que había sido, carecía de futuro
material, de porvenir predecible dentro de las leyes del sistema; pero tenía claro el ideal
de la Sabiduría Hiperbórea. ¡Y con ese ideal que tenía ahora, no necesitaba poseer nada
más en la vida, y mucho menos la determinación de un futuro mediocre
Me introduje en la cama, jubilosamente diría. ¡Cómo había cambiado todo para bien!
¡Cómo había cambiado Yo para bien! La noche se presentaba estrellada y un poco fresca, tal
vez anunciando el comienzo del otoño. Al principio pensé leer el libro de Konrad Tarstein, más
luego me contuve. Yo también estaba algo cansado y no quería descontrolarme del todo, no
deseaba que el gozo actual me dominase completamente: si tío Kurt se guardó 35 años de
leerlo ¿por qué habría Yo de impacientarme? ¿No era acaso capaz de aguardar un día más?
Y entonces, luego de generar tan necios pensamientos, apagué la luz y me dispuse a dormir.
¡Oh, Dioses, qué necio! en eso me había convertido ahora, aparte de “iluminado por la
Sabiduría Hiperbórea”, que por cierto no tuvo nada que ver con lo que sucedió. Fui Yo, mi
orgullo desmesurado por efecto de todo lo que sabía en tan corto tiempo y que me inflaba el
plumaje como un pavo real, el único culpable de que la Desgracia, que acechaba, se arrojase
aquella noche sobre nosotros. Por supuesto; no descarto ni subestimo la asombrosa vigilancia
que el enemigo mantiene sobre todo el Mundo, o “sobre muchos Mundos”, según los
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