Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 536

¨El Misterio de Belicena Villca¨ tenía en su castillo de Beirut, en la Palestina Franca. Ante esto, hizo Federico colocar a los jóvenes Príncipes en el potro de tormentos y amenazó con el suplicio si no le era restituida la Piedra en un plazo mínimo, a lo que accedió sin condiciones el Señor de Beirut. Una vez obtenida la Piedra, pudo conocer la raíz del complot. Este había tenido su origen en la Orden del Temple: el Gran Maestre le había asegurado al Papa, y a muchos piadosos Caballeros francos, que Federico II planeaba una alianza con los mongoles para someter el Mundo a su voluntad; el siguiente paso sería la destrucción de la Iglesia Católica. Esta información, aunque no totalmente falsa, sí era maliciosa y malintencionada, y consiguió el efecto buscado de impedir que dicho pacto se concretase. Pero el complot se había desarrollado seis años antes y ya no tenía arreglo, luego de la muerte de Gengis Khan. Así pues, vencido en lo que constituía el objetivo espiritual de su vida, desembarcó Federico II en Tierra Santa dispuesto a tomar venganza en cuanto le fuera posible. Paradójicamente, aquel Emperador de los Reyes cristianos afrontaba una sublevación general de los Señores francos, fomentada por las Ordenes Templaria y del Hospital, y en cambio gozaba de la alta estima de los árabes. Durante años, en efecto, Federico II mantuvo correspondencia con el Sultán de Egipto, Malikal-Kamil, quien lo consideraba “el más grande Príncipe de la Cristiandad” y “un Santo”. En esa ocasión no vaciló en cederle las tres ciudades santas, Jerusalén, Belén y Nazareth, que estaban en su poder; en 1229 se firmó el tratado de Jaffa que confirmaba tal cesión, siempre y cuando la custodia estuviese a cargo de los Caballeros Teutónicos. Pero Federico II no se contentó con humillar de este modo a los francos: deseaba que toda la Siria pasase a poder de los Caballeros Teutónicos y empleó cuanto recurso tuvo a mano para lograrlo, entre ellos la promesa hecha a los Sultanes de compartir con los mahometanos los lugares santos; de hecho, permitió que en Jerusalén continuaran abiertas las mezquitas, lo mismo que en las demás ciudades que recuperó. En Jerusalén protagonizó el hecho más irritante al tomar la Corona de Rey, que se hallaba sobre el Santo Sepulcro, y coronarse por Sí-Mismo, colocándosela en la cabeza ante la presencia del Gran Maestre de la Orden Teutónica Hermann Von Salza y cientos de Caballeros alemanes y sicilianos. No conforme con esto, se dirigió a San Juan de Acre, Bastión de los Templarios, y la ocupó con sus tropas. En el palacio del Rey, del que se apoderó por ser soberano de Jerusalén, dio una gran fiesta a la que invitó a numerosos jefes del Ejército sarraceno, durante la cual exhibió decenas de prostitutas cristianas rescatadas de lupanares pertenecientes a los Templarios. Esta iniciativa puso al descubierto la hipocresía de los Caballeros francos, que por un lado proclamaban la castidad, y hasta practicaban la sodomía, y por otro exponían a esas mujeres bautizadas a toda suerte de tentaciones y pecados. Tan cruda realidad impresionó aún a los no demasiado virtuosos sarracenos, y el prestigio de los Templarios cayó más abajo que nunca. Desde luego, que el Emperador buscaba con tales denuncias que los Templarios perdiesen la paciencia y le ofreciesen una excusa para librarles batalla. Y su táctica dio resultados porque éstos intentaron asesinarle y aquél respondió atacando la Casa del Temple y el Castillo “Chatel-Pélerin”. Y si no acabaron todos exterminados por las iras de Federico II, que previsiblemente no tardaría en llamar en su ayuda a los árabes, fue porque recibió la puñalada por la espalda de saber que su suegro Juan de Brienne estaba invadiendo Sicilia por mandato del Papa Gregorio IX y que su hijo Enrique II, Rey de Alemania, lo traicionaba apoyando a los güelfos. Aquellas malas noticias lo obligaron a regresar a Sicilia donde, con tropas muy superiores, venció al Papa y lo obligó a que le levantara la excomunión, marchando luego a Alemania donde depuso a Enrique y lo reemplazó por el niño Conrado IV. En los años siguientes hizo construir el Castillo del Rey del Mundo por los Iniciados Hiperbóreos y soterró la Piedra que Ud. ha localizado ahora Lupus. Pero tenga presente que Federico II fue también un Tulku, cosa que todos aceptaban en su tiempo puesto que el pueblo jamás se resignó a su muerte y aguardó “su regreso” durante siglos. ¿Y dónde suponían los gibelinos que había viajado el Emperador? Pues nada menos que al Reino del Preste Juan, vale decir, al Reino de Gengis Khan, el Gran Emperador de Catay, K'Taagar o Agartha: el mítico Reino de Catigara, al que se situaba “en China”. En la Época de Federico II, el Gran Khan era también el Gran “Can”, es decir, el Señor del Perro, el Guardián de la Piedra del Cielo, el Rey del Imperio Universal “del Este”, tal como le 536