Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 534

¨El Misterio de Belicena Villca¨ Los Cátaros sostenían que el mundo material había sido creado por Jehová Satanás con la ayuda de una corte de Demonios; creían en un verdadero Dios que era Incognoscible desde el estado de impureza espiritual que suponía la encarnación; asimismo creían en Cristo Luz, a quien llamaban Lucibel, y en el Paráklito o Espíritu Santo, un agente absolutamente trascendente a la esfera material. Consecuentemente con estas creencias rechazaban el Antiguo Testamento de la Biblia por considerar que en él se narraba la historia de la creación del mundo por Jehová-Satanás, un Demiurgo maligno, y en el que no se mencionaba para nada el verdadero Dios; del Nuevo testamento sólo aceptaban el Evangelio de Juan y el Apocalipsis. Sobre la Iglesia de Roma opinaban que era “la Sinagoga de Satanás”, un refugio para los Demonios y sus siervos en la que no brillaba ni un rayo de luz espiritual. Naturalmente, si los creyentes en una doctrina tan clara eran condenados a muerte por el Papa, y reprimidos hasta el aniquilamiento por las tropas del Rey franco, no cabían dudas que estos últimos eran, a su vez, partidarios del Demiurgo Jehová Satanás. Pero las cosas no se “veían” tan claras desde Mongolia; en efecto: resultaba sospechoso que el Rey franco Felipe Augusto no participase personalmente de la matanza cátara y, lo que era aún más llamativo, que toda Francia hubiese sido puesta en entredicho entre 1200 y 1213, por Inocencio III debido al concubinato que el Rey mantenía con una amante. ¿Cuál de los Reyes, el alemán o el franco, era, al fin, el aliado que mencionaban los Siddhas? Viendo el Oeste oscurecido por las tinieblas del Kâly Yuga Gengis Khan decidió enviar tres mensajeros embajadores, a Inocencio III, a Felipe Augusto, y a Federico II, con la misión de iniciar relaciones diplomáticas y a quienes instruyó para que realizasen discretos sondeos - destinados a concretar una alianza entre el Este y el Oeste. Hizo esto para ganar tiempo, en tanto otros enviados suyos viajaban hasta el “centro de menor intensidad” a buscar las ansiadas respuestas. Hacia 1220, Gengis Khan ya sabía que el trato debía celebrarse con el Rey alemán. Pero un pacto semejante, que no sería político sino espiritual y que se celebraría en varios mundos a la vez, requería de mayores certezas que la mera convicción humana: en 1221 el sabio taoísta Chiu Chuchi regresó, luego de dos años, de la expedición al “centro de menor intensidad”. En el campamento mongol, a orillas del río Oro, el sabio relató a Gengis Khan su increíble aventura: había sido autorizado por los Siddhas a visitar el Reino de Agartha; guiado por unos misteriosos Iniciados mongoles se internaron cientos de kilómetros en el desierto de Gobi hasta llegar a un sitio completamente desolado y yermo adonde no parecía posible que existiese ningún vestigio de vida vegetal o animal; en tal sitio, aparentemente en medio del desierto, los monjes decidieron acampar y, aunque parecía un suicidio, el sabio chino no osó contradecirlos; permanecieron allí varios días, perdió la cuenta del total, hasta que una noche en que se hallaba profundamente dormido, tratando de reponer las fuerzas que durante el día el ardiente sol le arrebataba sin piedad, fue despertado bruscamente; sin salir de su asombro fue invitado por los monjes, a quienes acompañaban unos terribles guerreros surgidos no imaginaba de dónde, a internarse con ellos en el desierto en una dirección determinada; pero no anduvieron mucho pues muy cerca del campamento, en un lugar que en esos días había observado muchas veces y en el que no podía haber nada más que arena, se distinguía claramente un brillo blancuzco que brotaba del suelo; era una noche despejada, con una luna que derramaba torrentes de luz plateada sobre la sinuosa superficie del desierto; sin embargo, y esto lo repitió muchas veces el sabio de Shantung, al llegar a pocos pasos de distancia la luz que brotaba del suelo era cien veces más intensa que la luna, a tal punto que su cegador resplandor impedía distinguir qué o quién la producía; tambaleando se detuvo junto a la fuente de luz y sólo unos segundos después, cuando sus ojos se hubieron acostumbrado, pudo comprobar que un perfecto contorno rectangular se recortaba contra el piso, donde una pesada loza de piedra había sido corrida; la luz provenía de aquella abertura que conducía directamente a una escalera descendente cuyos escalones se perdían rápidamente de vista en las profundidades de la Tierra. A pesar de lo fantástico de la historia Gengis Khan la aceptó sin dudar porque el sabio Chiu Chuchi merecía su total confianza y, principalmente, porque su misión había tenido éxito traía consigo un mensaje de los Siddhas y le acompañaba, para interpretar tal mensaje ante el Khan de los mongoles, un habitante de Agartha. Según Chiu Chuchi, luego de descender a profundidades increíbles por aquella trampa del desierto, arribaron a un túnel 534