Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 528
¨El Misterio de Belicena Villca¨
y sobrevivido, además de causar grandes pérdidas al enemigo. Cuando Rudolph, luego de mi
primera misión, hizo alusión a que Yo sería uno de los Oberführer más jóvenes del Ejército
alemán, incluía sin dudas a Otto Meyer en su concepto plural. Ahora lo habían convocado para
la Batalla de Berlín, la última, y seguramente moriría.
Detuvo su Panzer y salió por la torre: – ¡Kurt Von Sübermann y la Legión Tibetana! Ja, ja,
ja. ¡Jamás hubiese esperado encontrarte aquí, agente secreto! ¿A dónde Demonios creen
que van?
– ¡Otto Meyer! –grité conmovido–. Yo tampoco imaginé volverte a ver. Oh, Otto: esta es la
guardia del Führer. ¡Debe llegar a la Cancillería!
– ¡Pero si son pocas cuadras! No te preocupes que llegarán. Diles que marchen
protegidos por los Panzer y los dejaré en la misma puerta. Y tú sube a la cabina, que quiero
charlar con alguien que aún no se haya vuelto loco, como lo están todos en esta ciudad.
Quince minutos después los cinco Panzer se detuvieron frente a la Cancillería, que ya
prácticamente no existía, salvo los bunkers subterráneos; y la Legión Tibetana se formó en el
jardín. El asombro del Brigadienführer Mohnke, comandante
de la Cancillería, no tenía
límites, al contemplar esa tropa de rostros asiáticos.
– ¡La Legión Tibetana, formación especial de la 1a
Panzerdivisión Leibstandarte Adolf
Hitler, se presenta para tomar la guardia en el bunkerführer! ¡Heil Hitler, mi Brigadienführer –
presenté y saludé a voz en grito.
A Mohnke le resultó sospechoso aquel refuerzo, del que no tenía ninguna noticia, y pensó
en una posible deserción del frente, pero se tranquilizó cuando le probé que nuestro destino
era Italia, de donde lógicamente tuvimos que retirarnos, y le comuniqué que Himmler estaba
informado de nuestra marcha hacia Berlín.
–Ahora, si puedo, debo completar la misión que me encomendó el Servicio Secreto, –
solicité.
–Por mí, cumpla Ud. con su deber, Brigadienführer. Aquí ya no hay nada más que hacer
–afirmó con tono lúgubre.
Eran las 10 de la mañana. Oí cuando le decían a Otto Meyer que el Führer se encontraba
descansando, que no podría recibirlo. El heroico Meyer había intentado ver a Hitler antes de
emprender una recorrida de la que quizás no volvería nunca. Le hice señas para que me
aguardase un momento y me despedí para siempre de Bangi, Srivirya, y los cincuenta
guerreros lopas de la Legión Tibetana. ¿Para qué describir lo que fue aquella despedida?
Basta con agregar que aún después de 35 años, los veo nítidamente en el jardín de la
Cancillería en ruinas, levantando el brazo para saludarme militarmente, y escucho la voz del
gurka que dice “¡Adiós Shivatulku! ¡No sufráis por nosotros, que pronto nos encontraremos en
otra guerra, luchando junto a los Dioses!”
– ¿La Gregorstrasse? –Repitió Meyer, en tono de interrogante–. Pero eso queda en el
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Gipfelstadt : hay que atravesar la Puerta de Brandemburgo y cruzar el Thiergarten . Mira
Kurt, desde hace unos días los rusos están tratando de ocupar el Thiergarten pero no han
logrado romper nuestras baterías antitanque. Por lo tanto, ellos también han montado sus
propias baterías. Conclusión: nadie puede pasar porque se ha formado un infierno de fuego
cruzado. Pero no te ilusiones: tampoco podrías llegar a pie porque hemos minado todos los
campos y caminos del Zoológico.
Lo miré desolado y esto le arrancó otra de sus habituales carcajadas.
–Calma, Kurt, calma, que no está todo perdido. Si bien los Panzer no pueden pasar, eso
no significa que nada pueda pasar. ¿Has oído hablar de los Kamikaze? –preguntó, siempre
bromeando.
–Sí: son los pilotos suicidas japoneses.
– ¡Pues bien, mi querido Camarada! ¡Si tú te atreves a ser un motociclista kamikaze, es
posible que te hagamos cruzar al Gipfelstadt!
Comenzaba a comprender.
–El plan es elemental; sólo se necesita el kamikaze para llevarlo a cabo –dijo sonriendo.
68 Barrio de La Cumbre.
69 Jardín Zoológico de Berlín.
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