Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 527
¨El Misterio de Belicena Villca¨
el mundo y, cuando lleguen los camiones, cargan todo y se reúnen con nosotros en el edificio
de dormitorios, junto al casino. ¡En quince minutos tienen que estar allí! –ordené.
Los quince tibetanos y Yo nos dedicamos a recoger nuestros equipos y ropas, y apilar
todo en la puerta de la barraca. Quince minutos después salíamos del cuartel de Múnich. El
primer grupo había hecho cuatro prisioneros. El de mayor grado era un Schartführer: a él le di
la carta dirigida al General Koller. En ella le pedía disculpas por el atropello, y le informaba que
“Yo no podía obedecer la orden del Reichführer Himmler pues ésta se contradecía con
otra orden anterior que me obligaba a ir a Berlín. El autor de la primer orden era un Jefe
del Servicio Secreto del que sólo estaba autorizado a mencionar su nombre clave:
Unicornis”. Rogaba se comunicara este mensaje textual al Reichführer y me despedía
amablemente del General Koller. No esperaba que Koller me perdonase el haber ridiculizado a
sus hombres, pero tenía fe que Himmler dejaría todo como estaba, antes que enfrentarse con
los cerebros ocultos del Tercer Reich. Soltamos, pues a los desconcertados soldados en la
entrada Norte de Múnich, reiterándoles que transmitiesen cuanto antes esa carta al General
Koller.
Mis cálculos fueron correctos porque Himmler nada hizo luego de recibir el lacónico
mensaje. Incluso nos cruzamos con tropas
provenientes del frente ruso a las que ninguna
advertencia se les había hecho con respecto a nosotros.
Ahora bien: era el 28 de Abril y creo que ese fue el último día en el que existió una mínima
posibilidad de llegar a Berlín por carretera. Nuestra ruta era como marchar por el filo de los
dientes del Dragón sinárquico: todas eran vanguardias enemigas a lo largo del camino;
primero vanguardias francesas y yanquis que avanzaban desde el Oeste, y luego vanguardias
rusas procedentes del Este, que chocaban con las columnas yanquis en las orillas del Elba.
Múnich caería en poder de los franco-yanquis el 30 de Abril, es decir, dos días después que
salimos.
De todos modos, y sosteniendo periódicos combates contra yanquis y rusos, llegamos a
Potsdam al anochecer. Imposible atravesar las líneas rusas en dos camiones alemanes y con
una legión . Dos horas más llevó localizar un campamento ruso apropiado para obtener el
camuflaje imprescindible: unos 60 soldados de la infantería rusa dormían en una hilera de
carpas, resguardados por cuatro centinelas. Todos murieron por arma blanca, la mayoría
degollados, pues nadie quería estropear su disfraz. Sin embargo, ningún legionario quiso
quitarse el uniforme de la
y hubo que ponerse la ropa rusa arriba de ella, muchas veces
ayudándola a entrar mediante generosos golpes de cuchillo.
Así vestidos, marchamos más o menos abiertamente en dirección al Spree. Siguiendo su
orilla dimos con el puente Veindendammer, que estaba cubierto por los niños de la Juventud
Hitleriana de Arthur Axmann. Diez minutos me costó convencer a un Obersturmführer de 12
años que formábamos una legión de la
y que debía dejarnos pasar. Finalmente cruzamos y
todos se quitaron allí mismo la ropa rusa, menos Yo que aún tenía que seguir bastante.
Porque habíamos decidido separarnos, ahora sí, definitivamente. La Legión
Tibetana pertenecía al Leibstandarte Adolf Hitler, el Cuerpo
que tenía a su cargo la guardia
personal del Führer, y lo más lógico sería que ese cuerpo se dirigiese al bunker para contribuir
a su defensa. Berlín ofrecía un aspecto catastrófico: manzanas enteras demolidas por los
bombardeos aéreos y el cañoneo de los rusos, las calles cubiertas de escombros,
resplandores de distintos incendios se sumaban al crepúsculo del amanecer de ese fatídico 29
de Abril de 1945. Marchamos en silencio por varias cuadras hasta llegar a la Fredrichstrasse, o
lo que quedaba de ella. La idea era seguir aquella vía hasta la altura de la estación del tren
subterráneo y luego descender y transitar bajo tierra; en la estación de la Vilhelmplatz
ascenderíamos a pocos metros de la Cancillería. No fue posible realizar este sencillo plan
porque en la calle de Federico se estaba librando una terrible batalla de tanques. Tratamos,
entonces, de alcanzar a la carrera la Vilhelmstrasse cuando la Fortuna, tan esquiva hasta
entonces, vino en nuestra ayuda.
En efecto, por la calle transversal que tomamos, comenzó a doblar hacia nosotros una
columna de tanques. Al mando iba un
Oberführer de nombre Otto Meyer, a quien
conocíamos porque Von Grossen consiguió tres años antes, que nos dictara una conferencia
sobre tácticas de caballería blindada: era un joven oficial de legendario valor y gran
profesionalidad para la conducción de tropas motorizadas. Había luchado en Francia y Rusia,
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