Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 526

¨El Misterio de Belicena Villca¨ – ¿Hay línea telefónica con el Reichführer –Sólo en caso de extrema urgencia. –Pues ésta lo es, mi General. Se trata de una emergencia. –Bien Brigadienführer. Pase por la radio que autorizaré la llamada. Suspiré aliviado: ¡era necesario que confirmase mis sospechas antes de partir! –Habla el Brigadienführer Kurt Von Sübermann mi Reichführer –saludé, a través de la inaudible línea. – ¡Von Sübermann! ¡Cuánto me alegra saber de Ud. en este momento! Lo felicito por llegar hasta Múnich. ¡Justo a tiempo! No podía esperarse menos de Ud. Bien, Brigadienführer Von Sübermann; escúcheme bien: las cosas han cambiado aquí en Alemania, y ahora Yo estoy encargado de la Operación Federico II. Así, pues, debe venir cuanto antes y traerme la Reliquia del Rey. Venga en avión Hasta pronto. Páseme con el General Koller para que le dé las instrucciones necesarias. – ¡Hasta pronto, mi Reichführer –me despedí, sumido en la más negra de las aprensiones. Me reuní con Bangi y Srivirya. Por suerte no había aviones disponibles en ese momento. ¿Qué haría? Era evidente que Himmler planeaba apoderarse de la Piedra de Gengis Khan para utilizarla con algún fin personal. Más la Piedra de Agartha no le pertenecía a él sino a la Orden Negra , a la Thulegesellschaft, a Alemania. A mí el Reichführer me merecía el mejor de los conceptos, un Iniciado Hiperbóreo fiel al Führer y leal a nuestros estandartes: si la caída de Alemania lo había trastornado, ello sería comprensible. Pero en la Orden Negra jamás me perdonarían si Yo extraviaba un objeto que Federico II Hohenstaufen protegió durante 700 años. –Camaradas, estoy en un problema –les confié a los jefes de la Legión Tibetana–. Con seguridad me veré en la necesidad de desobedecer una orden del Reichführer y no quiero que Uds. se vean involucrados. He pensado en transferirlos al Comandante local de la , y proseguir solo el viaje a Berlín. Es mi deber entregar el cofre que encontramos en Apulia a los Iniciados de la Orden Negra, que también son miembros de la Thulegesellschaft, y para eso debo ir a Berlín; por el contrario, el Reichführer pretende que le dé sólo a él la Reliquia, en la ciudad de Plauen. – ¿Y cómo iréis a Berlín, Shivatulku? –Pues, por tierra, ya que por aire es imposible llegar. Fingiré ir a Plauen, pero luego me desviaré hacia el Norte, y trataré de algún modo de atravesar el cerco ruso. –Entonces nosotros os seguiremos a Berlín. Pensadlo bien: Os seremos útiles para realizar la proeza que planeáis. Y por otra parte ¿qué nos importan a nosotros los cargos por desobediencia, aún si significasen la muerte? ¡Ya hemos vivido demasiado y la Muerte no nos atemoriza en absoluto! Las palabras del gurka me trajeron a la realidad. Sin dudas aquellos días señalaban el fin del Tercer Reich. Y muy probablemente representarían nuestro propio fin. Sí; todo se terminaba, y quizás también terminásemos nosotros. Ahora o más tarde habría que jugarse la vida contra una pléyade de enemigos ¿rusos, ingleses, yanquis, franceses, quién, por Wothan, quién nos quitaría la vida? Dejar a la Legión Tibetana en Múnich sólo significaba prolongarles la vida un día o dos más: esa era la realidad. Me decidí en el acto. Debíamos actuar antes que el General Koller consiguiese el avión. Los reuní a todos en un patio alejado y les hablé: – ¡Legión Tibetana! En pocos minutos vamos a entrar en operaciones. Nuestro objetivo es alcanzar Berlín, y necesitamos pertrecharnos en el acto. Pero no podemos solicitar oficialmente esos pertrechos. Por lo tanto, nos incautaremos de ellos. Ante todo, hay que apoderarse de dos camiones artillados, con gomas de repuesto y suficiente munición. Bangi y quince hombres se ocuparán de ello, tratando de no causar bajas en ninguno de los bandos, que son el mismo bando de Alemania. Capturen y amordacen a quienes tengan que robar, y manténgalos ocultos en los camiones, pues los liberaremos antes de irnos. Tienen diez minutos para ejecutar la misión y estacionarse frente al depósito de Intendencia. Srivirya y 20 hombres asaltarán el depósito, tomando sólo lo imprescindible para un viaje de 600 km. y 50 efectivos: granadas, fusiles, municiones y mínimos víveres. Inmovilizan a todo 526