Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 525
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Emperador de Occidente; y los Dioses Leales de Agartha, por las Fuerzas Subterráneas de la
Tierra. Antes de morir, en 1244, Federico hizo construir aquel extraño castillo octogonal y
escondió para siempre la Piedra. Ahora, Konrad Tarstein nos explicaba que el Castillo, en su
construcción, ocultaba una clave para localizar la Piedra, que no se hallaría muy lejos de la
plaza. Efectivamente, a 800 Mts. de distancia, bajo una suave ladera cubierta de césped, los
perros daivas rastrearon una Kripta de piedra que contenía un cofre de la Reina Constanza y
la ansiada Piedra de Gengis Khan, grabada en caracteres Vigur y en Runas germánicas.
No fue fácil hallarla, hubo que realizar excavaciones profundas y mediciones
trigonométricas con teodolitos. Las mediciones fueron hechas a posteriori, para tratar de
descubrir la clave de la construcción por oposición estratégica que permitía proteger un objeto
valioso, colocándolo fuera de las murallas.
No hubo tiempo de completar las mediciones pues desde el 5 de Abril de 1945 había
comenzado la invasión aliada a Italia. Fuimos retrocediendo, pues, hacia el Norte, pero a cada
paso comprobábamos la magnitud del desastre. La guerra estaba perdida para Alemania y no
tardaría en terminar. Decidimos separarnos. Karl Von Grossen y Oskar Feil, bajo protesta, se
quedarían ocultos en un Monasterio franciscano cuyo prior era simpatizante de Alemania y de
la causa árabe: ambos tuvieron que trocar el negro uniforme de la
por la parda sotana
seráfica A su cuidado quedarían también los perros daivas.
Mientras nuestros Camaradas permanecían en el Monasterio de Nápoles, la Legión
Tibetana emprendió viaje hacia Berlín. Íbamos Bangi, Srivirya, cincuenta comandos y Yo. Tras
múltiples enfrentamientos con los partisanos comunistas que infestaban los caminos,
conseguimos llegar a Verona, desde donde partían varias sendas que pasaban los Alpes.
Tomamos la de Bolzano, que nos condujo un día después directamente a Berchtesgaden.
El 25 de Abril el comandante
de Berchtesgaden recibió un telegrama de Bormann en el
que se le ordenaba detener al Mariscal Goering. Cuando llegamos nosotros no había nadie
que nos pudiese atender o dar información. Nos dirigimos entonces al Obersalzberg, pero
antes de llegar, el Destino, ese Destino trágico que siempre me perseguía, decidió representar
su mejor función: 318 bombarderos Lancáster llegaron primero y comenzaron a descargar
toneladas de bombas sobre la pacífica aldea alpina. Paralizado de dolor, atravesado por la
nostalgia lacerante, creo que gritando de impotencia, vi volar en mil pedazos la casa de
Rudolph Hess y otras aledañas. ¡Aquella casa donde 12 años atrás llegáramos con mi padre
para visitar al Stellvertreter del Führer y solicitarle ayuda para encaminar mi carrera! Allí Papá
le había confiado la medalla de los Ofitas ¿qué habría sido de ella? Tal vez las tuviese Ilse, la
suya y la mía...
¡Cuántos recuerdos!...
¡Malditos ingleses, malditos yanquis, malditos rusos, maldita Sinarquía judía! ¿Qué
necesidad había de destruir esa aldea de Obersalzberg? ¿Quizás suprimir un símbolo? Pero a
los símbolos sólo es posible romperles la forma, quebrar su apariencia, porque el contenido es
metafísico, trascendente, y jamás podrá ser alcanzado por una bomba de Lancaster.
En fin, sin poder contener las lágrimas, observé las ruinas humeantes del Beghof, el
Cuartel General del Führer, vacío en ese momento porque, como bien sabían los aliados, el
Führer se hallaba en el bunker de Berlín, y los restos de las casas de Bormann y de Goering, y
de muchos pobladores que nada tenían que ver con el nazismo y el Tercer Reich. Regresamos
a Berchtesgaden y logramos al día siguiente transporte hacia Múnich. Allí entrevisté al General
Koller quien me informó de la desastrosa situación de Berlín: los rusos habían alcanzado las
orillas del Elba y Eisenhower detuvo el Ejército americano cerca de Torgau, con el confesado
propósito de que Berlín fuese arrasado por las hordas eslavas. “Eso era, se justificó el maldito
judío, lo que se había convenido en Yalta”.
Berlín se hallaba, así, sitiada por los rusos, siendo casi imposible entrar o salir por tierra.
¡Pues la legión tibetana entrará en Berlín! –afirmé con determinación.
–No será necesario que corra semejante riesgo, Brigadienführer Von Sübermann:
acaban de llegar órdenes para Ud., que mandan se dirija a Plauen. El Reichführer Himmler
desea verlo personalmente allí. El General Koller, ante mi sorpresa, me alargó el telegrama de
Himmler. ¿Cómo supo el Reichführer que nos encontraríamos en Múnich? Había una sola
respuesta: el oficial S.D. de Berchtesgaden había informado de nuestro paso. Maldije para mis
adentros e indagué a Koller.
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