Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 522

¨El Misterio de Belicena Villca¨ “Pronto no cometí ya más errores. Pasé por pruebas tales como la súbita aparición de personas a las que había conocido antes, y fingía no reconocerlas, aunque me encontraba en estado de sueño hipnótico. Tenía que estar alerta día y noche. Finalmente llegué a estar presto para responder falsamente a las preguntas, incluso en sueños, persistiendo en fingir la pérdida de la memoria”. “El 19 de Abril de 1945 vino de nuevo a verme el Brigadier General Doctor Rees. De nuevo trató de convencerme de que tanto mis conclusiones como mi sufrimiento eran mera consecuencia de manías obsesivas. Le interrumpí afirmando que nada servían sus palabras porque Yo sabía lo que ocurría. Entretanto había adquirido nuevas convicciones que justificaban mis sospechas. Las abominables atrocidades que, durante la guerra de los boers, perpetraron los ingleses en mujeres y niños en los campos de concentración podían ser atribuidas también a la substancia química secreta.” “El Brigadier General Rees reflexionó unos instantes con expresión sombría. Luego, se puso de pie de un salto y salió apresuradamente, murmurando: «Es Ud. muy perspicaz; le deseo buena suerte».” “Yo llevaba ya cuatro años preso en compañía de lunáticos y a merced de sus torturas, sin poder informar a nadie de ello, y sin poder convencer al enviado suizo de la verdad de cuanto ocurría, por no hablar de mi incapacidad para instruir a los lunáticos sobre su estado. Era peor que estar en manos de criminales, pues éstos, al menos, tienen algo de razón en algún oscuro rincón de su cerebro, algún sentimiento en algún oscuro rincón de su corazón, y un poco de conciencia. Con mis lunáticos, esto quedaba totalmente descartado. Pero los peores eran los médicos, que empleaban sus conocimientos científicos para las torturas más refinadas. En realidad, Yo carecí de médico durante esos cuatro años, pues quienes se daban a sí mismos ese nombre no tenían otra misión que ocasionarme sufrimientos y, en todo caso, agravarlos. Igualmente, permanecí todo ese tiempo sin medicinas, porque lo que me daban bajo ese nombre no hacía sino servir a la misma finalidad y, además, era veneno.” “Delante de mi jardín paseaban de un lado a otro locos, o drogados, con fusiles cargados, me rodeaban locos en la casa, cuando salía a dar una vuelta iba precedido y seguido de locos, todos con uniforme del Ejército británico, y nos cruzábamos con columnas de internos de un manicomio cercano que eran llevados a trabajar. Mis acompañantes manifestaban compasión hacia ellos y no advertían que pertenecían a la misma columna; que el Doctor que dirigía el Hospital y, al mismo tiempo, dirigía el manicomio, debería haber sido su propio paciente durante largo tiempo. No se daban cuenta de que ellos mismos eran dignos de compasión; y no se daban cuenta porque estaban, todos, drogados e hipnotizados. Yo les compadecía sinceramente; personas honradas se veían allí convertidas en criminales.” “Sin embargo, ¿qué les importaba esto a los judíos? Les importaba tan poco como el Rey de Inglaterra y el pueblo británico. Porque los judíos estaban detrás de todo aquello. Si no hubiera bastado para demostrarlo la simple probabilidad lo habría demostrado lo que voy a relatar. Se me había entregado un libro escrito por un judío sobre el trato que había sufrido en Alemania, así como informes de los Consulados británicos sobre el trato dispensado a los judíos en Alemania según la descripción de los propios judíos. El Doctor Dix dijo que mis manías obsesivas eran consecuencias de remordimientos por el trato a los judíos, del que Yo era responsable, a lo que respondía que no había sido mi competencia decidir el trato a aplicar a los judíos. Sin embargo, de haber sido así, hubiera hecho todo lo posible para proteger a mi pueblo de aquellos criminales y no habría sentido remordimiento por ello. El Teniente A.C., de los Guardias Escoceses, que estaba conmigo para mi protección en nombre del Rey, me dijo un día: «Está Ud. siendo tratado igual que como la Gestapo trata a sus enemigos políticos». El Doctor Dix y el enfermero, sargento Everett, se hallaban presentes y asintieron con una sonrisa. Como se habían apartado del papel que tenían asignado ya que siempre se afirmaba que mis sufrimientos eran imaginarios, el médico y el oficial fueron relevados poco después.” “En mi nota de protesta del 5 de Septiembre de 1941, mencionaba la expresión utilizada por A.C., de los Guardias Escoceses, y añadía que era típico de los judíos afirmar que sus enemigos hacían lo que hacían por ellos mismos, sin que los judíos les diesen motivos, y cargarles a sus enemigos los crímenes que en realidad ellos acostumbraban a cometer. El Obispo húngaro Prohaska lo había descubierto ya tras la dominación bolchevique de Hungría 522