Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 476

¨El Misterio de Belicena Villca¨ encontrábamos en un enorme valle, ornado de regular vegetación y dotado de primaveral clima; todo era tranquilo y perfecto allí: sólo que ese lugar no podía existir donde estaba. Observé un pequeño pájaro posarse en un árbol, vi un arbusto con flores amarillas, eché una mirada perdida a una liebre veloz, y comprendí que la circunstancia no tenía explicación. Recién entonces me entró preocupación y le concedí razón a los reclamos de Von Grossen. “¿Dónde Diablos estamos?” pensé, mientras detenía con una orden mental a los dogos. Von Grossen me contemplaba fastidiado. – ¡Al fin ha comprendido el problema! Hace tiempo que le advierto que algo no anda bien pero Ud. no me escucha. No escucha a nadie. Sólo presta atención a sus malditos perros. No niego que en todo esto hay hechos sobrenaturales, hechos que quizás Yo no pueda o no deba comprender: lo acepto y ni intento cambiar las cosas. Sé que los perros nos guiarán por sendas extrañas, ilógicas, para alcanzar a quienes también transitan por un camino mágico. Lo sé y no busco comprender cómo lo hacen. Para eso está Ud. Pero óigame bien, Von Sübermann ¿no puede suceder que, en éste o en otro Mundo, los perros se desorienten, se extravíen, pierdan la pista de Schaeffer o sigan un rastro falso? ¿No puede haber, acaso, otros Magos, enemigos nuestros, que interfieran su rumbo? – ¡Absolutamente, no! –le dije, pero ahora era él quien no escuchaba. –Hace una semana que marchamos, supuestamente hacia el Lago Kuku Noor, vale decir, hacia el N.E. ¿Sabe en qué región deberíamos estar? –Sí –acepté de mala gana–. En Tsinghai. Este valle... – ¡No, Von Sübermann: Ud. sabe perfectamente que un valle como éste no existe en Tsinghai! Es un Ostenführer, si mal no recuerdo; lo leí en su legajo. Vale decir que conoce bastante la geografía del Asia. Deberíamos estar en Tsinghai, y a veces parecía que estábamos allí, pero definitivamente esto no es Tsinghai! ¡No sabemos siquiera si es el Tíbet! Karl Von Grossen rió histéricamente y continuó. Yo decidí esperar que se calmara. –Mire la brújula. Hacia allá está el Este, de donde venimos. ¿Recuerda el gran lago que vimos ayer con los prismáticos, y que convinimos en que no podía ser otro más que el Kuku Noor? Pues bien, la orilla Este de ese lago da al valle de Tsinghai, entre los montes Nan Chan al Norte y la cordillera Kuen Lun al Sur. ¿Conoce la distancia entre el lago y los montes Kuen Lun? Si quiere puede consultar el mapa. –Considerando que la cordillera Kuen Lun se extiende paralelamente de Este a Oeste, creo que hay unos 30 km. entre el lago y su extremo oriental, la cadena Amne Ma-Chin; –dije de memoria– y entre la orilla Este y el extremo occidental de la Kuen Lun, la cadena Altyn Tagh por ejemplo, en cambio hay unos 1.000 km. – ¡Eso es! –confirmó triunfalmente–. Ahora mire hacia el Sur con los prismáticos ¿Reconoce esos montes, a no más de quince kilómetros? – ¡Son los Altyn Tagh! –Exclamé estupefacto– ¡El extremo Oeste de la cordillera Kuen Lun! – ¿Y a Ud. le parece, Von Sübermann, que desde ayer a hoy pudimos recorrer 1.000 km? – ¡Nein! –Ahora va siendo Ud. razonable –aprobó–. Le diré cuánto anduvimos, ya que he efectuado un cálculo preciso: sólo veinticinco kilómetros. ¿Comprende? Hemos unido en sólo 25 km. dos lugares que normalmente están separados por 1.000 km. ¿Qué ocurrió con la distancia normal? ¿Se acortó? Tome conciencia, Von Sübermann: en el planeta que nosotros nacimos y estudiamos, el lago Kuku Noor no se encuentra a 25 sino a 1.000 km. de los montes Altyn Tagh. ¡Este lugar es Tíbet y China a la vez! Ante aquella realidad tangible, de hallarnos frente a los montes Altyn Tagh, en el Oeste de la cordillera Kuen Lun, se aclaraba inesperadamente el significado del nombre clave Altwestenoperation, que entendíamos como Operación Viejo Oeste: ingeniosamente, habían cortado la palabra China Altyn para formar la voz alemana Alt, viejo. Pero entonces, casi al final de la aventura, se comprendía el sentido verdadero: la nefasta misión se llamaba en verdad “Operación Altyn Tagh”. Pensé tontamente en esto, mientras Von Grossen insistía en plantear la necesidad de revisar la Estrategia de la Operación Clave Primera: él, que una semana atrás me obligara a emplear la facultad del Scrotra Krâm y a lanzar los perros daivas tras las huellas de Schaeffer, afirmaba ahora la necesidad de revisar la Estrategia propia: ¡Wahnsinn! 476