Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 474
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Esa noche, cuando todos estuvieron dormidos, me decidí a “emplear el Scrotra Krâm”, es
decir, a comunicarme con la Voz del Capitán Kiev. Como la primera vez, como siempre, no
tardé en verme inundado de Sabiduría. Comprendí así que los bijas del Yantra no sólo
permitían emitir un conjunto de órdenes fijas, según me revelara el Gurú Visaraga, sino que
constituían un Alfabeto de Poder con el que se podía formar “cualquier nombre de cosas
creadas”: los kâulikas, evidentemente, conocían aquella propiedad pero ignoraban la clave
alfabética que ordenaba los 49 bijas y posibilitaba la codificación de cualquier palabra. Sin
embargo, no hubiese sido difícil para ellos descubrir el Alfabeto de Poder efectuando un
análisis criptográfico de las “palabras de mando” para los perros daivas que figuraban en sus
fórmulas mágicas.
Sea como fuere, lo cierto es que a mí me había sido revelada la totalidad del secreto.
Conocía ahora un símbolo, semejante al plano de un laberinto, que aplicado sobre el Yantra
dotaba a los bijas de un determinado orden, a cuyo arreglo se debían ajustar las palabras
formadas. Lo verifiqué varias veces con las “palabras de mando” del Gurú y, cuando estuve
seguro de no cometer errores, me aboqué a la tarea de traducir la sentencia “sigan a Ernst
Schaeffer” en la lengua del Yantra svadi.
Capítulo XXX
Por la noche amainó el temporal y a la mañana el cielo se presentaba despejado, sin vestigios
de la pasada tormenta. Hasta el viento había cesado por completo y el vayu tattva se mostraba
sereno: un silencio total reinaba ahora en el diminuto valle. Los tibios rayos de Surya, el Sol,
apenas alcanzaban a derretir parte de la nieve acumulada. Pero más radiante que el Sol me
hallaba Yo pues, aunque no había dormido en toda la noche, estaba seguro de tener la
solución para dirigir a los perros daivas tras los pasos de Ernst Schaeffer, y ese logro me
estimulaba y sobreexcitaba.
Al verme, Von Grossen no necesitó preguntar nada para saber que el problema estaba
resuelto. Se ocupó, en cambio, de enviar un lopa para relevar al gurka y notificarle la ubicación
de nuestro campamento; luego se concentró en estudiar los deficientes mapas del Tíbet y el
Oeste de China. Pasé la mañana conversando con Oskar y los otros oficiales d, y al mediodía
almorzamos tsampa, una olla cocinada por los monjes, formando todos juntos una gran rueda
de conmilitones. La reciente aventura nos había aproximado al peligro y a la muerte, y dejado
como saldo positivo una sana camaradería que me recordaba los días de la Hitlerjugend. Sí;
hasta podría asegurarte, Neffe Arturo, que en aquellos momentos nos embargaba una
despreocupada alegría.
Ya anochecía cuando llegaron el gurka, el lopa mandado por Von Grossen, los dos lopas
que dejamos en Yushu, y los cinco porteadores holitas con los yaks, los zhos, y los terribles
dogos. Creo que jamás en mi vida me sentí tan contento como en esa ocasión, al recobrar a
los perros daivas. El arribo fue muy festejado por los oficiales
pues, además de víveres, en
los yaks venían otros cincuenta cargadores de Schmeisser y balas de Luger, justo para
reponer las municiones gastadas contra los duskhas. Los dos monjes kâulikas traían noticias
frescas sobre el ataque, recogidas en el camino Chang-Lam.
Toda la región del Tíbet estaría, al parecer, conmocionada por el suceso. Por el camino,
tropas de un titulado “Príncipe de Kuku Noor” los habían interceptado, pero luego de las
explicaciones recibidas les permitieron partir sin problemas. Aquel incidente era consecuencia
de la guerra civil: en algún momento de su Historia, el país del Tíbet llegaba hasta el lago Kuku
Noor; posteriormente, los chinos formaron la provincia de ese nombre e hicieron retroceder la
frontera del Tíbet más al Sur del Río Yang Tsé Kiang; y últimamente, luego de la incorporación
de otros pequeños estados, principados, o feudos tibetanos, constituyeron la gran provincia de
Tsinghai.
Al comenzar la guerra entre Japón y China, y a causa de la ausencia del poder central por
la ocupación de la capital del Celeste Imperio, los tibetanos vieron la oportunidad de recuperar
sus antiguos señoríos e independizarse de China y unirse nuevamente al Tíbet. En ese caso
particular, el resurgido Príncipe de Kuku Noor era un fervoroso budista de la tribu tibetana
lubum, cuyos miembros forman parte de la aristocracia lamaísta. Su devoción y respeto por el
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