Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 473
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Sea porque realmente creía que se trataba de una broma o de una especie de prueba, o
porque no deseaba seguir hablando sobre el tema, no hubo manera de obtener más
información del lacónico Srivirya. Sus últimas palabras fueron:
–Oh, Mahesvara, el que no discute jamás, no alcanzamos a comprender el motivo que
tenéis para confundirnos con preguntas de las que sólo vos podéis saber las respuestas. El
Círculo Kâula conoce la Magia que permite existir a los perros daivas, pero nadie que no sea
un Gran Gurú o un Tulku consigue dominarlos con la mente, única vía por la que reciben
órdenes: ellos escuchan únicamente la Voz Interior de los Gurúes y los Dioses, los que están
más allá de Kula y Akula, los que son como Shiva; o tienen su Signo, como vos. Yo nací en
un Monasterio del Círculo Kâula, y mi padre y mi abuelo fueron Iniciados kâulikas; y ni Yo, ni
mi padre, ni mi abuelo, vimos nunca un Gurú capaz de hablar con los perros daivas, hasta que
los Dioses os enviaron con nosotros. Si es que queréis confirmarlo, el haberos conocido nos
enorgullece. Pero no nos avergoncéis más con preguntas que son propias de los Dioses.
Sabemos de nuestra debilidad y confusión en el Infierno de Maya y hacemos todo lo posible
para remediarlo. ¡Creednos, Oh Kshatriya: algún día emergeremos de la miseria humana en
que se ha hundido el Espíritu y seremos como vos! ¡Tendremos entonces abierto el Scrotra
Krâm, como vos, y podremos saberlo todo; y los Dioses nos revelarán los secretos del Tantra;
y los svadi daivas nos obedecerán como a vos!
Regresamos a la carpa profundamente impresionados, aunque por motivos diferentes. A
Von Grossen le sorprendía que los temibles kâulikas se dulcificaran en mi presencia y me
trataran casi como un Dios. A mí, justamente, esa deferencia me causaba inocultable
desagrado, quizás porque no acababa de comprender completamente lo que ocurría a mi
alrededor: desde que fuera secuestrado por los ofitas, durante mi niñez, hasta entonces, había
ocurrido el fenómeno de que ciertos hombres particulares percibían en mí, o por mí, un
significado espiritual que los arrancaba del Mundo material y los elevaba hacia las cúspides
más excelsas del Espíritu Eterno, Infinito e Increado. Y ese significado procedía de un Signo
que se revelaba en mí, o por mí, un Signo que los ofitas llamaban “de Lúcifer”, Konrad
Tarstein, “del Origen”, y los kâulikas “de Shiva”. Los hombres particulares que lo percibían,
según Tarstein, y coincidiendo según veo ahora con Belicena Villca, compartían conmigo el
Origen común del Espíritu y llevaban en su Sangre Pura, inconscientemente, el Símbolo del
Origen. Por eso percibían el Signo del Origen en mí; en verdad, no lo conocían recién sino
que entonces lo reconocían, lo proyectaban en mí y entonces se tornaba consciente,
descubriendo la Presencia del Espíritu en Sí Mismo, revelando el Misterio del Origen. Pero ese
significado que Yo manifestaba, y que esos hombres particulares comprendían, era
insignificante para mí.
En rigor, debería decir no-significante pues el Signo me importaba mucho a pesar de no
poder comprenderlo, de no lograr abarcar su contenido con la mente consciente. Y esa
impotencia intelectual era la causa de la perturbación que aún me causaba el comprobar que
ciertos hombres particulares lo percibían. Podía tolerarlo, como en el caso de la Pagoda
Kâulika, pero siempre salía mal librado de la experiencia.
Esta vez, a la perturbación de sentirme trascendido por el significado del Signo, se sumó
el efecto del increíble conocimiento que tenían los kâulikas sobre el Oído Interior. Cómo se
enteraron que Yo poseía esa facultad, producto del poder carismático del Führer, es algo que
nunca supe. Más a Von Grossen el tema lo fascinaba, disipadas sus dudas luego de la insólita
explicación de Srivirya, y el asunto del Oído Interior no se le había escapado. Apenas nos
acomodamos en la carpa, preguntó a boca de jarro:
– ¿Qué Demonios es eso del Scrotra Krâm, Von Sübermann?
–Lo siento mi Standartenführer –dije en el acto, y no sin rudeza– pero no puedo
responderle a esa pregunta. Le diré, sí, que haré todo lo que pueda para realizar la idea de los
monjes kâulikas. Si es cierto que los perros daivas son capaces de rastrear a Ernst Schaeffer
tenga la seguridad de que lo hallaremos. Voy a trabajar desde ahora para encontrar la solución
del problema, y emplearé si fuese necesario el Scrotra Krâm. Es todo cuanto puedo decir.
Los ojos de Von Grossen echaron chispas pero, como de costumbre, mantuvo la
serenidad y no me molestó más. Indudablemente Yo no podía hablar con él, del Oído Interior,
porque Konrad Tarstein había tomado mi palabra de que sólo lo haría con “miembros de mi
propio Círculo”; y un sexto sentido me advertía a gritos que Von Grossen no lo era.
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