Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 470
¨El Misterio de Belicena Villca¨
el Enemigo era el mismo: el Enemigo del Espíritu Eterno, el Enemigo de la Sabiduría
Hiperbórea, el Enemigo de “nuestros Estandartes”, como lo denominaba tío Kurt, es decir, la
Fraternidad Blanca de Chang Shambalá y sus agentes terrestres.
Del mismo modo, acopiaré en los capítulos sucesivos los relatos más interesantes de tío
Kurt sin intervenir. Naturalmente, emplearé tal criterio hasta donde sea posible, es decir, hasta
el Epílogo ¿Epílogo?, que fue cuando el relato de tío Kurt, y todo relato, hubo de ser
interrumpido. Yo, por mi parte, ya me hallaba bien de salud a esa altura, y sólo aguardaba la
culminación de la historia para cumplir la solicitud de Belicena Villca: cada día que pasaba
crecía mi determinación, pues, a cada instante, las cosas se iban aclarando irreversiblemente
en torno de la Sabiduría Hiperbórea.
Según recuerdo, así prosiguió tío Kurt una mañana:
Capítulo XXIX
Cabalgamos sin detenernos hasta cruzar el camino Chang-Lam. Junto al puente sobre el Río
Amarillo, en el mismo sitio donde lo encontramos, dejamos al gurka. Permanecería oculto
aguardando al resto de la expedición, es decir, a los dos monjes kâulikas y a los cinco
porteadores holitas. Nosotros, en cambio, continuaríamos varios kilómetros para acampar en
los montes del N.E.
No convenía hacernos ver por el momento pues el ataque a la aldea duskha causaría la
consiguiente alarma en la región e ignorábamos la reacción de las autoridades oficiales del
Tíbet, quienes tal vez sospechasen de nuestra intervención.
Comenzaba a amanecer cuando nos detuvimos, siendo evidente que el buen tiempo que
nos acompañara hasta entonces se había acabado. Densas nubes surcaban velozmente las
alturas y una brisa helada, que nos calaba hasta los huesos, anunciaba sin equívocos posibles
la inminente tormenta. Se trataba de una tormenta de nieve y el lugar más protegido sería,
paradójicamente, el campo raso: de acampar contra las rocas de una barranca podríamos
terminar sepultados por una avalancha. Dimos al fin con una depresión elevada, un pequeño
valle de 30 metros cuadrados rodeado de suaves laderas, y nos empeñamos con celeridad en
armar las carpas de alta montaña.
Al medio día fue imposible permanecer en la intemperie, pues la brisa se había convertido
en franca ventisca, y hubo que refugiarse en las carpas: sólo los caballos tibetanos, como hijos
de Céfiro que eran, resistían con naturalidad las inclemencias del viento. Aquel retoño del
monzón del N.O., sacudía las tiendas con violencia y silbaba un lamento agudo y desolado, un
quejido que tal vez surgía del alma de Rigden Jyepo al llorar la suerte de sus adoradores.
Adentro de mi tienda, otra tormenta amenazaba desatarse. Pero a ésta no la causaba el
viento sino la tempestuosa actitud de Von Grossen. Para el Standartenführer la operación
contra los duskhas representaba pura diversión, pérdida de tiempo. Su misión, dar alcance a la
expedición de Schaeffer, no se había cumplido; y el tiempo seguía transcurriendo inútilmente.
De acuerdo a sus lógicas apreciaciones, ahora estábamos peor que antes: –en primer lugar –
razonaba– desconocíamos el camino secreto que unía el Cancel de Shambalá con la Puerta
de Shambalá, cerca del lago Kuku Noor; en segundo término, parecía evidente que ya no
podríamos seguirlos como hasta entonces, es decir, contando con la colaboración de la red
kâulika, puesto que los espías gurkas quedaron fuera de la expedición; y en tercer lugar, cabía
esperarse que a lo largo de aquel camino poco o nada frecuentado no hubiese pobladores a
quienes indagar; pero, en cuarto orden, sería muy improbable que si los hubiera, ellos nos
facilitasen la información requerida, después que nosotros descubrimos nuestra filiación
contraria a la Fraternidad Blanca destruyendo a la comunidad de lamas del Bonete Kurkuma.
– ¿Cómo, entonces, cómo haríamos para darles alcance, según rezaban las órdenes de la
División III de la R.S.H.A.?
Yo fingía ignorar estas preguntas y me contentaba en explicar a Oskar Feil las verdaderas
causas de su secuestro a manos de las duskhas: en verdad, había caído en una emboscada;
la celada era parte de un complot entre Ernst Schaeffer y los lamas del Bonete Kurkuma, cuyo
propósito tenía por fin proveer de una víctima humana al Culto de Rigden Jyepo; empero, tal
conspiración tenía sus raíces en Alemania, en los traidores que se titulaban “las Fuerzas
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