Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 468
¨El Misterio de Belicena Villca¨
En el centro de un espeluznante círculo de cadáveres, al pie de la escalera, dimos con el
monje kâulika. Antecedidos por éste, fuimos subiendo en columna hasta la torre y bajando
rápidamente con la cuerda al exterior de la muralla.
Sin obstáculos dignos de mención, emprendimos la retirada en dirección al Norte.
Quinientos metros más adelante hallamos al monje kâulika con los caballos y completamos la
retirada, alejándonos velozmente de la destruida aldea duskha. El camino ascendía por la
pendiente de una loma y Yo no pude evitar volverme un instante para contemplar por última
vez la consecuencia de nuestro ataque. La imagen que percibí, como corolario de la
operación, fue dantesca: con el marco tenebroso de la noche cerrada, se distinguía
nítidamente el cuadrado del interior de la muralla, iluminado por los resplandores rojizos del
incendio, que todavía conservaba su vitalidad destructiva; el fuego, como una bestia famélica,
había decidido devorarlo todo, y aún se alimentaba del siniestro Monasterio; el edificio, que
fuera el más alto de la aldea, ardía libremente y sus llamas proyectaban un abanico multicolor
sobre el espejo inmutable del lago Kyaring; bajo esa luz, hasta me fue posible reconocer al
maldito Templo de Rigden Jyepo, que estaba construido íntegramente con piedras blancas.
El éxito del ataque habría sido total de haber podido seguir el curso de una variante
planificada por Von Grossen, que contemplaba la dinamitación de aquel Templo satánico. Pero
no se dispuso de tiempo material para ello; vale decir, el tiempo se empleó en cubrir las
puertas del Gompa a fin de evitar que escapasen los lamas: al realista Von Grossen le pareció
más práctico matar a todos los lamas, enemigos vivos, que emplear la violencia en un símbolo
“inerte” tal como el Templo. Mas Yo discrepaba con semejante criterio, pues consideraba que
tenía más peso real, como adversario, el Lamasterio que los lamas: ¡a la Fraternidad Blanca le
iba a resultar mucho más fácil reemplazar a los lamas que reconstruir el milenario Templo! Sin
embargo, nada le reprocharía a Von Grossen ya que, gracias a su indudable profesionalismo,
ahora galopaba a mi lado Oskar Feil.
Unas potentes exclamaciones me substrajeron bruscamente de tales pensamientos. Tardé
en comprender que todos hicieron lo mismo que Yo y se volvieron un segundo para llevarse la
visión final de la aldea duskha. Y ahora, al descender al otro lado de la loma, lanzaban
incontenibles y alborozados gritos de júbilo. Naturalmente, me refiero a los alemanes, pues los
asiáticos permanecían tan indiferentes como siempre. Von Grossen tuvo que aludir a la
autoridad de su grado militar para evitar que se entonara a viva voz la canción de Baldur Von
Schirach “Canto a las Banderas de las Juventudes Hitlerianas”. Yo también la hubiese querido
cantar en ese momento. Y, recordando mi niñez en El Cairo, la repetía mentalmente, como sin
dudas hacían mis Camaradas:
...Alemania, un día te elevarás radiante
¡Aunque Nosotros tengamos que morir!
Nuestros Estandartes ondean frente a Nos,
Nuestros Estandartes son de un Tiempo Mejor,
Nuestros Estandartes nos conducen a la Eternidad,
¡Sí, nuestros Estandartes son superiores a la Muerte!
Sí, nuestros estandartes eran superiores a la Muerte misma; y desencadenaban la Muerte
sobre los enemigos, como acababan de comprobar los lamas del Bonete Kurkuma. Los
alemanes desatábamos la Muerte porque la Historia nos convocaba para ello; el Enemigo de
nuestros estandartes se arrepentiría para siempre de haber clavado sus viles garras en la
patria. Recordé entonces la “Canción de Rebato para los alemanes” de Dietrich Eckart, aquel
miembro fundador de la Thulegesellschaft de quien Konrad Tarstein me hablara
incansablemente, pues había sido también uno de los Iniciadores de Adolf Hitler:
¡Convocación, Llamamiento, Alarma, Rebato!
¡Suelta está la Serpiente!
¡El Dragón de los Infiernos!
¡La Estupidez y la Mentira rompieron sus cadenas;
la Avidez por el Oro reposa en horrible asiento!
Rojo, como la Sangre, está ardiendo el Cielo;
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