Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 466
¨El Misterio de Belicena Villca¨
estaban ocultos los caballos, derribando sin contemplaciones, con mortales golpes de
cimitarra, a los desconcertados duskhas que encontraba en su camino. El de la torre de la
izquierda, preparó la cuerda para descender al exterior, pero luego bajó por la escalera de
piedra hacia el interior y, convertido en un torbellino de mortíferas estocadas, limpió de
enemigos las inmediaciones de aquel sitio: aguardaba la llegada de la escuadra de Von
Grossen, que ya tendría que encontrarse allí.
Una y quince. El numeroso corrillo de duskhas, reunidos ante la entrada del Monasterio,
reclamaba con fuertes voces la presencia de los lamas del Bonete Kurkuma. Ignorando el
clamor de sus hermanos, los monjes se habían atrincherado y estaban, probablemente,
rezando plegarias a Rigden Jyepo y a los Dioses de la Fraternidad Blanca.
Era improbable que en el interior del Gompa, sede física del Ashram Jafran, hubiese algún
arma de fuego; y era más improbable aún que algún lama estuviese dispuesto a defender con
armas su refugio.
La aparición a la carrera de Von Grossen y los oficiales
fue sorpresiva y causó el
pánico de los pobladores. Dos granadas cayeron entre ellos y completaron aquel cuadro de
terror sin nombre. Los estallidos, en medio de la multitud, mutilaron los cuerpos más cercanos
y proyectaron decenas de esquirlas en todas direcciones, dientes de metal ávidos de morder y
herir la carne, fieras ciegas y aladas que mataban al azar. Von Grossen sólo tuvo que disparar
dos veces con la metralleta, para que la lluvia de balas dispersase al gentío enloquecido.
Todo el grupo se resguardó preventivamente bajo la galería de una hermosa Pagoda
budista de estilo tibetano, con el fin de preparar la siguiente acción. Kloster y Hans, en el
centro del círculo de cimitarras kâulikas, bajaron sus mochilas y extrajeron las cuarenta
granadas de fusil. Tomaron luego los Máuser 1914 e insertaron dos de ellas en el adaptador
de los cañones.
Las granadas de fusil tenían carga de fósforo, que estallaba con el impacto, y constituían
una eficacísima bomba incendiaria táctica. Despedidas con un fusil semejante al Máuser, era
posible acertar blancos precisos a 300 metros. Sus blancos, las ventanas del Monasterio, los
invitaban a lanzar los proyectiles sólo 25 metros adelante.
Asentado sobre una base cuadrada de setenta metros de lado, el Gompa mostraba tres
filas de ventanas en el nivel superior a la puerta de entrada, fachada principal que veíamos de
frente. Albergaba, como dije, unos 500 lamas del Bonete Kurkuma, muchos de los cuales se
asomaban y arengaban a los duskhas, ora suplicando, ora mandando, a resistir al enemigo, a
reorganizar la defensa, a no huir, etc. Quizás la más paradójica de tales dramáticas
intimaciones fuera la que aseguraba, en el Nombre del Bendito Señor, que los intrusos no eran
Demonios sino simples mortales.
Existía también una gran puerta trasera, que daba a la Isla Blanca, y dos pequeñas
puertas en sendos lados del edificio, todas las cuales permanecían trancadas por dentro. Los
techos, cubiertos de tejas marrones, se inclinaban en suave pendiente hiperbólica, y había un
patio central rodeado de galerías y finas columnas.
En esos momentos, los lamas advirtieron el incendio que consumía a la aldea y
exhortaron al pueblo a combatirlo empleando el agua de los estanques y canales interiores, los
que se podían inundar en cuestión de minutos abriendo unas exclusas que contenían la
presión del lago. Hay que admitir que algunos duskhas conservaron la calma en esos trágicos
instantes y corrieron a cumplir las órdenes, que los lamas no se atrevían a realizar por sí
mismos; y otros hubo que intentaron vanamente oponerse a la voracidad del fuego. Pero una
cosa es detener un incendio ocasional, surgido por accidente en tal o cual lugar, y otra muy
distinta enfrentarse a cien focos deliberadamente encendidos.
El incendio se tornó incontenible en ciertos barrios y sus moradores huyeron
despavoridos, algunos rumbo al exterior, y otros en dirección al Lamasterio. Sin reparar en los
cadáveres acribillados que sembraban la plaza, turbas procedentes de varias direcciones
convergían a cada instante para solicitar socorro Divino de sus Dioses, en tanto los lamas los
conminaban a luchar de inmediato, contra el fuego y contra los invisibles pero letales
enemigos.
Sin embargo, aunque era ensordecedor el lamento y los alaridos de los desesperados,
sobre el ruido de fondo que producía el crepitar de las cosas al quemarse, ya no se escuchaba
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