Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 459

¨El Misterio de Belicena Villca¨ La segunda y última noche que el grupo de Schaeffer pasaría en el Ashram Jafran, los gurkas decidieron actuar. Sin vacilar se hundieron en las heladas aguas del Lago Kyaring y nadando silenciosamente rodearon el islote para emerger en la parte trasera del Templo. Los centinelas nada habían notado. Rápidamente treparon hasta una claraboya en forma de estrella de seis puntas que, por mirar al Este, de día permitía que los rayos del Sol iluminasen la enorme estatua de Rigden Jyepo, pero que el día exacto del solsticio de verano dirigía la luz solar directamente al Corazón del Rey del Mundo. Afortunadamente aquella horrible abertura admitía el paso de un hombre, lo que fue aprovechado por Gangi para descender arrojando una cuerda hacia el interior; su hermano permanecería de guardia en la cornisa exterior. Una vez adentro, comprobó que el Templo estaba iluminado por antorchas, y que, atado fuertemente con cuerdas de cáñamo, Oskar Feil dormía sobre la piedra sacrificial. Frente a él, el Jefe de los Señores del Karma gozaba anticipadamente el Yajnavirya de su dolor, según pensó el intruso con un estremecimiento, al observar el rictus y la mirada diabólica de la siniestra escultura. Pero vio algo más: en el interior también había una guardia. Constaba de cuatro duskhas, aunque se hallaban a bastante distancia, junto a la única puerta del Templo: dos dormían sobre una estera, en tanto los otros dos charlaban animadamente. El gurka comenzó a arrastrarse sigilosamente, tratando de que la piedra sacrificial interceptara la visión de los duskhas y llevando en la boca un afilado puñal para cortar las ligaduras. Momentáneamente oculto tras el altar de piedra, el gurka kâulika se incorporó suavemente y atisbó por encima del cuerpo de Oskar el comportamiento de los duskhas: continuaban completamente distraídos, entretenidos ahora en jugar a los dados. Deslizó una mano sobre la cara de Oskar y la apretó fuertemente contra su boca, con el propósito de evitar que hablase o emitiese algún sonido innecesario al despertar. Empero, a pesar de sacudirlo con singular violencia, el prisionero no volvía en sí. Finalmente abrió los ojos, pero Gangi los vio blancos, con las pupilas desorbitadas hacia arriba, y comprendió contrariado que el alemán padecía los efectos de un narcótico. Nada se podía hacer, salvo retroceder y abandonar el Templo. Shiva sabría perdonar a quien por lo menos había arriesgado su vida para rescatar a la víctima de los Demonios. Pero estaba visto que los Dioses dispusieron otro Destino para el gurka; al quitar la mano de la boca de Oskar, creyéndolo completamente desvanecido, ocurrió lo impensable: lanzó un agudo lamento y se convulsionó durante un instante, para caer enseguida en el desmayo anterior. El cuerpo volvió a quedar inerte, más ya era tarde: los centinelas corrían hacia el altar profiriendo exclamaciones. El gurka saltó sobre el primero y lo apuñaló, pero tuvo que rendirse a continuación frente a la amenaza de dos disuasivos fusiles. Otro guardia abrió la puerta del Templo y pronto hubo una multitud enardecida de duskhas rodeando al intruso. Si Gangi hubiese contado con las armas de los guerreros kâulikas habría presentado mejor batalla, pero dado el papel de porteador que representaba en la expedición lo más que podía llevar era aquel cuchillo oculto entre sus ropas. En ese terrible momento, lo único que deseó fue que su hermano consiguiese huir. Y su deseo se cumplió, pues el otro gurka descendió con celeridad de la cornisa y se internó en el lago, ganando la orilla sin ser visto. Escondido tras un murillo que seguía el contorno de la playa, observó cómo minutos después llegaba Ernst Schaeffer acompañado por dos de sus más fieles colaboradores y seis lamas del Bonete Kurkuma. La suerte de su hermano estaba echada. Para el caso de ser capturados, ambos quedaron de acuerdo en declarar que la incursión al Templo obedecía al único propósito del robo: –“suponían que en el Templo –dirían– habría objetos de valor que podrían ser sustraídos a la custodia de los duskhas para luego comerciarlos en China o en la India, produciendo así un cambio favorable en la vida de dos pobres sherpas”. Serían ejecutados, desde luego, por el sacrilegio cometido y, especialmente, porque Schaeffer no podía dejar testigos de la presencia de Oskar Feil en el Templo. Pero la versión del robo alejaría sus sospechas y no pondría en peligro la tarea de los espías alemanes. Ahora uno de los gurkas, Bangi, estaba libre pero no cabían alentar esperanzas sobre la suerte que correría su hermano: sería asesinado para evitar que hablase y presentar así su cuerpo al resto de la expedición, afirmando que fue muerto al ser sorprendido in fraganti 459