Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 451

¨El Misterio de Belicena Villca¨ permanentemente vigilados desde la Torre Kampala. Su cautela se torna más comprensible, también, si se considera que debió permanecer un año en Lhasa, en el Palacio del Dalai Lama, hasta que recibió la autorización para acercarse a Chang Shambalá: debe todavía atravesar el Cancel y persuadir a sus Guardianes de que, en efecto, cuentan con el aval de los Maestros. Se comprende, entonces, que trate de evitar errores y se aproxime lentamente a su infernal destino. Por nuestra parte, debemos partir lo antes posible pues se acerca el invierno y pronto los pasos del Himalaya se convertirán en glaciares. Empero, una vez en el Tíbet, nos apartaremos de la ruta comercial tomada por Schaeffer y adelantaremos jornadas hasta darle alcance. Capítulo XXII Karl Von Grossen tenía todo previsto para salir de inmediato cuando nosotros llegásemos. No obstante, pese a los esfuerzos, no se podría iniciar la marcha hasta dos días después. El día siguiente a nuestra llegada lo pasé, pues, entretenido en recorrer el Monasterio y examinar la maravillosa obra escultórica de la Pagoda. Allí me ocurrió un simpático hecho que, asombrosamente, te ha afectado a ti, Neffe Arturo, más de cuarenta años después... Al penetrar en la nave de la ciclópea roca tallada, me vi rodeado de improviso por un grupo de monjes kâulikas. Hasta ese momento habían estado entonando un mantram frente a una gigantesca estatua de Shiva danzando sobre el Dragón Yah: al notar mi presencia fueron silenciando poco a poco sus bijas y luego, al igual que los árabes que me secuestraron en El Cairo, se precipitaron como hechizados junto a mí. Mas entonces Yo estaba prevenido pues largos años había pasado en los Ordensburg y en la Orden Negra bajo la instrucción de Konrad Tarstein para ignorar lo que les sucedía a aquellos Iniciados. Era el Signo del Origen, el Signo invisible para mí que en los kâulikas causaba el efecto carismático de elevarlos espiritualmente hacia el Origen de Sí Mismo: por eso ellos deseaban situarse cerca de mí, contemplarme, sostener la percepción de lo Increado. Nada más que eso querían y por eso Yo permanecí inmutable en el sitio, mientras aquellos Iniciados se ausentaban de la irrealidad del Mundo y accedían a la Realidad del Espíritu. Así permanecimos un rato, en absoluto silencio: una nueva corte de estatuas para aquel gélido panteón. Yo comprendía su lengua y había intentado hablarles, pero fue inútil pues en su estado místico consideraban casi un sacrilegio dirigirme la palabra. Luego de un tiempo prudencial comencé a pensar la forma de librarme de ellos, cuando advertí que se acercaba, inusualmente sonriente, el Gurú Visaraga. Todos los monjes se apartaron a su paso y él, tomándome del brazo izquierdo, me sacó de tan difícil situación. Lentamente me condujo al patio, seguido a regular distancia por los alucinados monjes. En el patio lo aguardaban los sadhakas que vimos la noche anterior, soportando cada uno la rienda de un enorme mastín. Llevaban correa al cuello, sin bozal, de donde se sujetaba la mencionada rienda, y sin embargo no proferían ni un ladrido: mudos, silenciosos como los monjes que me rodeaban, aquellos terribles canes me observaban sin pestañear. Entonces el Gurú Visaraga habló. Y sus palabras aún resuenan en mis oídos con extraña nitidez. –Oh Djowo: Vos sois para nosotros un Shivatulku, es decir, una manifestación de Shiva. Estos perros que veis aquí, son un obsequio de nuestra comunidad para quien exhibe tan claramente el Signo de Bhairava: la hembra se llama “Kula”, y el macho “Akula”. Era el último regalo que hubiese esperado recibir de los kâulikas. Iba a protestar pero el Gurú no admitía réplica: – ¡Vielen dank! dije solamente. –Vuestro compañero Von Grossen, que compartió varios meses nuestra mesa, nos ha confiado que los Iniciados de la sois capaces de detener a un mastín enfurecido por medio de un grito. Asentí con un gesto: –En efecto –dije–. Todo Iniciado debe demostrar que es capaz de imponer el Señorío del Espíritu sobre todas las criaturas animales de la tierra, por más salvajes que sean. –Ah –suspiró el Gurú–. Nos resulta difícil imaginar vuestro mundo así como a vosotros se Os torna casi imposible representar el nuestro. Más que las Razas, nos separa un Universo de 451