Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 424
¨El Misterio de Belicena Villca¨
aprestaba a llenar una ficha. Era lo más alejado de una actividad espiritual que yo podía
imaginar y por eso titubeé al dar mis datos personales, actitud que Tarstein interpretó
erróneamente como producto del temor.
–No tema –dijo Tarstein– los libros de la Orden nunca podrían ser hallados. Puedo
asegurarle, Herr Von Sübermann, que jamás ha ocurrido una filtración importante sobre
detalles del Culto o la identidad de nuestros miembros. Hemos sufrido deserciones y alguna
traición menor, pero siempre en los niveles superficiales de la Orden, y por gente que no
poseía un conocimiento muy preciso de la organización interna.
– ¿Recibe muchos aspirantes Señor Tarstein? –pregunté.
Konrad Tarstein levantó la vista de la ficha y me observó unos largos minutos con
curiosidad. Al fin, como si cayera en la cuenta de un olvido u omisión, se llevó una mano a la
frente en tanto su rostro se iluminaba con una sonrisa.
– ¡La parquedad de Rudolph Hess! –Dijo como si pensara en voz alta–. Su eterna y tímida
parquedad. Debí suponer que Ud. no estaría avisado de que esta entrevista no forma parte de
ninguna práctica regular en la Thulegesellschaft. Dígame Kurt Von Sübermann ¿Qué
información recibió de Rudolph Hess para llegar hasta aquí?
Le respondí en forma completa sobre todo cuanto sabía acerca de la Thulegesellschaft: lo
que había dicho Rudolph Hess en nuestra charla de la Cancillería, la noche de la graduación, y
la referencia a un “contacto” en Berlín, Konrad Tarstein, expuesta en su carta que llegó a mis
manos por mediación del
Oberführer Papp.
Mientras hablaba me asaltaba la duda de que se hubiese producido un inesperado
malentendido, a causa de algún error cometido por mí en la interpretación de las instrucciones.
Pero por más que reflexionaba no encontraba ningún motivo que pudiese haber provocado la
sorpresa de Tarstein ante mi pregunta sobre la recepción de otros aspirantes a la
Thulegesellschaft. ¿O es que, efectivamente, no venían jamás otros aspirantes a la
Gregorstrasse 239? Esto me lo confirmó, finalmente, Konrad Tarstein pocos minutos después.
Aprobó con un gesto de su calva cabeza todo cuanto dije y, luego de guardar la ficha en un
maletín de cuero, me invitó a pasar a un ambiente interior del enorme caserón.
La sala donde estábamos se conectaba con la puerta de calle por medio de un pasillo
desde el pequeño hall. A la derecha se veía una escalera de fina madera lustrada y
alfombrada, que, mediante una curva de noventa grados, conducía a la planta superior y se
continuaba en la baranda, la cual se extendía lateralmente a lo largo de un pasillo,
perfectamente visible desde abajo. Hacia el frente de la sala se abrían dos puertas de grandes
marcos de madera tallada. Tomando por la puerta de la derecha accedimos, con Tarstein, a un
patio abierto, rodeado de galerías con pequeñas columnas bajo arcos normandos, en cada
uno de los cuales se abrían sendas puertas. Siguiendo la galería de la izquierda, recorrimos la
distancia de un lado del patio embaldosado y continuamos a través de una puerta cancel
transversal que nos condujo a otro patio, éste cerrado con una campana de vidrio, en tanto la
galería se extendía a lo largo de este patio para morir en la pared del fondo.
Antes de llegar allí, entramos en la última de las incontables puertas que daban a las
galerías traspuestas. El sitio al que habíamos arribado, luego de tan laberíntica excursión, era
en verdad sorprendente. Al cerrar la puerta que daba a la galería, diríase que entrábamos a un
moderno apartamento, más propio de estar en un rascacielos de la Bernaverstrasse que allí,
en el corazón de una decadente mansión del siglo XVIII.
– ¿Le sorprende Sr. Kurt? –preguntó sonriendo Konrad Tarstein–. Hice remodelar un ala
de esta antigua casa para vivir con cierta comodidad. Nada del otro mundo, más bien sencillo,
pero cómodo para quien ya tiene recorrido gran parte del camino final.
...Vea Kurt, ésta es la cocina, moderna y bien instalada; éste, el comedor y living-room.
Por aquí, por favor. Vea, éstos son los dormitorios, hay dos porque suelo recibir a un
matrimonio de viejos amigos como huéspedes. Pase por aquí Kurt; vea, éste es el principal
ambiente, adonde paso gran parte del día y la noche.
Nos hallábamos ante un cuarto de grandes dimensiones, con las cuatro paredes cubiertas
de estanterías con libros. En el centro, bajo una lámpara cuadrada y de altura regulable que
colgaba del techo, una mesa tapada de libros, algunos abiertos, otros apilados, y varios
manuscritos, dejaba adivinar el lugar de trabajo o estudio de Konrad Tarstein.
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