Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 423

¨El Misterio de Belicena Villca¨ extraña que costaría encuadrarla dentro meses y luego pasé tres meses en Bernau, cerca de Berlín, un centro secreto del De las operaciones militares, especialmente en la actualidad, cuando los ejércitos “profesionales” son máquinas bien aceitadas y los soldados simples robots. Pero es que la Waffen no era una organización meramente militar sino la expresión externa de la Orden Negra, una Orden de Iniciados Hiperbóreos: existían, pues, junto a las operaciones clásicamente militares, misiones de neto carácter esotérico. Una de ellas era la Operación Altwesten que había emprendido en 1937 el Profesor Schaeffer, financiada y dirigida por la . Como lo había anticipado Rudolph Hess, mi Destino estaba ligado a aquella expedición al Tíbet y nadie, ni el traidor Schaeffer, podrían impedir que participase de ella. Sin embargo en 1937 el grupo ya había partido y sólo un año después me incorporé a ellos en el Tíbet. Las circunstancias previas no fueron menos extrañas, pero te las narraré luego que hayamos cenado –dijo sorpresivamente tío Kurt. Miró su reloj y se llevó la mano a la frente con asombro–. ¡Soy un desconsiderado! Hace cinco horas que te entretengo sin contemplar que ésta es la primera vez que dejas la cama en quince días. ¿Realmente estás bien? Dime la verdad pues quizás sea mejor que te acuestes y te haga subir la cena. –Estoy muy bien tío Kurt –dije– y si quieres saber la verdad, lo que siento ahora es hambre. Así que ¡vayamos a cenar! Reía gozoso tío Kurt mientras nos dirigíamos al comedor. Una hora más tarde volvíamos a ubicarnos en los sillones luego de haber tomado una cena fría y liviana, a base de fiambres y ensaladas, durante la cual hablamos de diversos temas desvinculados completamente de la narración interrumpida. Al fin, mientras bebíamos una taza de café, decidió tío Kurt continuar el relato. –Es una hermosa noche de verano –dijo–. Cielo despejado, temperatura agradable, silencio y fragancias del campo. ¡Te propongo que nos sentemos bajo los sauces Neffe! Verás que disfrutas la frescura de la noche en tanto avanzamos con el relato. –Oh no, –respondí–. Será mejor que retornemos al living-room. Allí estaremos más cómodos. Lamentaba estropear el entusiasmo de tío Kurt pero no deseaba enfrentarme a los dogos. Sabía que tarde o temprano tendría que hacerlo pero procuraría que fuera de día. ¿Los dogos nuevamente de noche? La idea me llenaba de aprensión, pero tío Kurt no debió notarlo pues encogiéndose de hombros se dirigió al living seguido por mí. –Tres o cuatro semanas después de llegar a Crossinsee retorné a Berlín –continuó narrando tío Kurt– para entrevistar a Konrad Tarstein, mi contacto en la Thulegesellschaft. La Gregorstrasse 239 correspondía a un vetusto caserón de dos plantas que debía contar con más de dos siglos de azarosa existencia y su único habitante, Konrad Tarstein, resultó ser un típico berlinés pequeño burgués, calvo, de baja estatura, dotado de gruesa barriga, quien hacía juego perfectamente con la decrepitud del lugar. Es probable que semejante lugar y sujeto –pensé– tuviesen por objeto despistar a posibles espías o decepcionar a inquietos aspirantes. Yo sufrí el segundo efecto al golpear una mohosa argolla que giraba dentro de un puño de bronce dudosamente fijado a la destartalada puerta. – ¿Sí? –preguntó una voz chillona que emergía de algún lugar indefinido. –Soy Kurt Von Sübermann –dije, dirigiéndome a la diminuta mirilla que al fin había descubierto en uno de los paneles de la puerta, desde donde un par de ojillos huidizos me observaban impacientes. –Me envía Herr Rudolph Hess... Se abrió la puerta y una figura rechoncha y pequeña apareció, con la mano cortésmente extendida para saludar. –Soy Konrad Tarstein –dijo–. Pase, lo estaba esperando. El interior no mejoraba para nada la impresión inicial. Amueblada con manifiesto mal gusto, en una descuidada mezcla de formas y estilos, unos minutos en la casa bastaban a cualquiera para desalentarse de que allí hubiese o pudiese tratarse algo importante. Y sin embargo yo esperaba mucho de la Thulegesellschaft en la que, según Rudolph Hess, hallaría respuesta a todos mis interrogantes. Sentado en un ridículo sillón Luis XV, que nada parecía tener que hacer allí, frente a una mesa normanda y unas sillas fraileras, observaba con sorpresa que Konrad Tarstein se 423