Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 417

¨El Misterio de Belicena Villca¨ horror que hasta pocos años atrás cualquier persona que experimentaba la audición de voces se hacía sospechosa del cargo de brujería o demonología. La imagen de Juana de Arco, la “Doncella de Orleans”, ardiendo en la hoguera por seguir el dictado de una Voz interior no resultaba un aliciente muy grato para profundizar en el asunto. Pero me alentaba el pensar que estábamos en otro siglo, en una época abierta a la investigación y al conocimiento. A pesar de que comprobaba a cada paso que en el terreno de la experiencia psíquica abundaba la superstición o el escepticismo. Leyendo las obras de Allan Kardec, el fundador del Espiritismo moderno, comprobé que entre las múltiples formas de Mediumnidad descriptas como “comunes a mucha gente dotada”, figuraba una Mediumnidad Auditiva, la cual creí que podría equipararse con el fenómeno que venía experimentando. Según Allan Kardec un Médium es una persona que puede ponerse en contacto con el “Mundo de los Espíritus”: “¿Qué es un Médium? Es el ser, el individuo, que sirve de enlace a los Espíritus para que éstos puedan comunicarse con los hombres. Sin Médium no hay comunicación posible, ya sea ésta tangible, mental, escrita, física o de cualquier otra clase”. Y también dice: “un Espíritu es un hombre sin cuerpo físico”. La Mediumnidad como facultad humana se presenta en “relación a los sentidos” siendo una extensión de éstos tal que permite abarcar parte del “Otro Mundo”. Hay así una Mediumnidad Auditiva, una Mediumnidad Escribiente, etc. Sin por ello aceptar la Cosmogonía Espírita que afirma, como lo hace la Gnosis, la Alquimia, etc., una triple composición del hombre: cuerpo, Alma (o periespíritu) y Espíritu, puede uno detenerse a analizar los fenómenos que mencionan los espiritistas, casi siempre reales. Eso fue lo que Yo hice inútilmente en esos días de Egipto, recorriendo diversos Centros Espíritas y entrevistándome con numerosos Médiums. La desilusión no podía ser mayor pues, en la mayoría de los casos, el Médium era una persona de baja capacidad intelectual, incapaz de explicar claramente la naturaleza de los prodigios por él protagonizados, o por el contrario el Médium era un pícaro, demasiado avispado para brindar explicaciones y más bien gustoso de rodearse de un halo de “misterio”. La conclusión que sacaba de esas exploraciones se resumía en que cuando el sujeto era protagonista real de un fenómeno Mediumnímico no podía ejercer ningún control sobre el mismo, siendo en la generalidad de los casos un “mentecato”. El Médium Escribiente no era consciente de lo que escribía, situación abyecta que sin embargo llenaba de alegría a los testigos quienes afirmaban que ello constituía la “prueba” de la veracidad del prodigio. Lo mismo podía decirse sobre las otras clases de Mediumnidad. El Médium Parlante, totalmente “poseído” por el Espíritu o “entidad desencarnada” –según la jerga espírita– hablaba, reía, bramaba, o se contorsionaba ante el éxtasis contemplativo de los acólitos, tan ignorantes como insensatos. Y el Médium Oyente, que despertaba mi particular interés, oía, pero no una sino un concierto de voces. Y éstas lo invadían en todo momento, ordenando, solicitando o suplicando determinadas acciones, muchas veces des- honrosas o groseras. Algo deprimente que nada tenía en común con mi superior experiencia. Convencido de que por ese camino sólo hallaría enfermos o fanáticos, hice lo más lógico que puede uno hacer en esos casos: me aboqué a buscar una solución a mi problema valiéndome de mí mismo, de mi propio análisis y experiencia. De ese modo, repasando rigurosamente los procesos psíquicos que culminaban con la aparición de la Voz, comprobé que la clave no radicaba en la interrogación mental, en “preguntar” a la Voz esto o aquello. En mi confusión, a la que contribuyó no poco el contacto y la observación de los espiritistas, Yo creía que la Voz respondía a interrogantes planteados en mi conciencia durante la meditación. Tomando arbitrariamente esta creencia por una verdad concluía que sería posible interrogar conscientemente a la Voz, es decir, que Yo preguntaría y la Voz respondería: Craso error... como verás enseguida. La meditación de todo esto me permitió comprender que la “interrogación” es una actitud intrínsecamente racional; es decir, que sólo es posible interrogar a partir de esa ordenación que llamamos razón. De todas las criaturas existentes sólo el hombre interroga y lo hace para saber, para obtener conocimiento. Expresión de su miserable ineptitud y del drama de su ignorancia, la interrogación, a partir de la razón, de su lógica, le permite emitir inferencias, proposiciones, y establecer juicios. Pero el conocimiento obtenido exclusivamente a partir de la 417