Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 366
¨El Misterio de Belicena Villca¨
El automóvil llevaba corriendo unos cinco minutos por la sombría calle Esquiú que ahora
daba la inequívoca sensación de una pendiente pronunciada. El río debía estar cerca pero
aunque la poderosa luz alta de cuatro cuarzos perforaba las tinieblas, no lograba distinguir
nada más allá de veinte metros. Detuve el coche y le puse el freno de mano; sería mejor
realizar una exploración a pie.
Tomé de la guantera una linterna tipo lapicera, cuya exigua luz suele ser útil a veces, y
descendí tomando la precaución de cerrar el auto para el caso que me alejara del lugar. Un
momento después comprobaba lo oportuno de la decisión de detener el coche pues, cincuenta
metros más adelante, la calle se estrechaba abruptamente y caía en un barranco pronunciado
sobre el Río Santa María que corría abajo, a una distancia de cien o ciento cincuenta metros.
De haber seguido avanzando con el coche, me habría visto en dificultades para girar y
retroceder.
Estaba, por fin, en el origen de la calle Esquiú, no muy lejos de la vivienda de tío Kurt.
Esta presunción me dio nuevos ánimos para tratar de orientarme; algo que, estaba viendo,
era bastante difícil.
La calle Esquiú había perdido sus veredas varias cuadras atrás y, donde me encontraba
ahora, era sólo un callejón de grueso ripio que se extendía desde uno hasta otro alambrado,
sendos límites de desconocidas propiedades. Hacia el Este estaba el río por lo que, si ésta era
la última cuadra, presunta morada de tío Kurt, la dirección buscada debía estar en uno de
ambos lados de la calle, a pocos pasos de allí.
Exploré la mano del Norte que se componía de una fila de tres hilos de alambre, hasta una
altura de un metro cincuenta, pero flanqueados en toda su extensión por arbustos de ligustro
muy tupidos y perfectamente podados en forma de pilar. Recorrí unos ciento cincuenta metros
sin hallar ninguna puerta o tranquera por lo que deduje que estaba a los fondos de una finca.
Tratando de calmar la contrariedad que sentía por tan insólita situación, crucé a la mano
Sur y reemprendí la búsqueda. Esta finca estaba mejor limitada pues pronto descubrí una
gruesa malla de alambres a rombos, que dejaban entrever la maraña del consabido ligustro.
La noche se tornaba impenetrable, reduciendo la ayuda de la pequeña linterna, y por eso
mi paso era torpe y vacilante, mientras revisaba palmo a palmo ese tenebroso tramo de la
calle Esquiú. Cuando ya desesperaba de encontrar una entrada en esa pared, se produjo el
milagro: un enorme portón de caño y malla de alambre emergió de las tinieblas casi al fin de la
calle, a unos diez metros del barranco. Orienté el haz de la linterna hacia adentro pero, tal
como lo suponía, no vi ninguna construcción sino un camino, formado por dos huellas
paralelas, que se perdía en la oscuridad. A la izquierda se apreciaba una cuidada plantación
de vides, pequeñas y cargadas de racimos; a la derecha infinidad de almácigos de una surtida
huerta.
Volví a revisar la puerta, pero no hallé timbre ni llamador alguno; en cambio descubrí dos
anillas de acero, una en la puerta y otra en el marco de hormigón, ensartadas por un pesado
candado de hierro.
Desalentado me recosté contra el portón, tratando de tomar una determinación. Lo más
razonable sería irme y volver de día, pero me frenaba la suposición de que hubiera peones o
acaso familiares de tío Kurt, a quienes les resultaría muy extraña mi presencia. Quedaba la
posibilidad de persistir en la búsqueda nocturna, entrando en la finca a pesar del candado;
siempre que aquella fuese realmente la vivienda de mi tío...
Permanecía indeciso, abrazado a la malla del portón, aguzando la vista en dirección al
camino de entrada, cuando me pareció ver fugazmente el brillo de una luz. Fue sólo un
segundo, pero suficiente para que renaciera la esperanza de obtener algún resultado esa
noche.
Imaginé que la Sala debía quedar bastante lejos, razón por la cual no llegaba luz hasta el
portón, interceptada, quizás, por árboles u otros obstáculos. No lo pensé más y trepé por la
malla contigua al portón. Salvo el contratiempo de que una porción de mi saco “Safari” quedó
en los alambres de púas, que coronaban el bastidor de malla, pude ingresar sin problemas.
Unos segundos después, me desplazaba tranquilamente por el camino interior, siguiendo con
la linterna las marcadas huellas de vehículo que ostentaba el mismo. Llevaba caminados unos
cien metros, cuando la senda dobló bruscamente a la derecha y se internó entre un grupo de
frondosos árboles. No bien tomé esta curva, avisté a unos treinta o cuarenta metros una casa
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