Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 342
¨El Misterio de Belicena Villca¨
en Westfalia, donde había una Biblioteca especializada en Religión y Ocultismo de más de
50.000 volúmenes. Pero al finalizar la guerra, parte de este valioso material y el “Círculo
Restringido” de las
(unos 250 hombres súper entrenados y supersecretos) se evaporó como
por encanto.
Ud. Sabe –me decía el Profesor con mirada cómplice– todas esas historias sobre refugios
ocultos, el grupo Odessa,... bah, patrañas.
–Sí –asentí con un gesto y miré el reloj. Eran las 20 Hrs. 30 minutos. Calculé que
llevábamos cinco horas reunidos y sentí vergüenza de abusar de ese modo del precioso
tiempo del Profesor.
–No hay por qué disculparse, Arturo, –decía el Profesor ante mis excusas– ha sido una
charla de mi agrado, en la cual he recordado con Ud. algo de lo que, en otros tiempos, hubo
también de preocuparme a mí.
En ese día de verano sólo quedaban, en la Facultad, el Sereno y el personal de limpieza.
Salí en compañía del Profesor Ramírez y le acompañé hasta una de las Casas Docentes que
habita, dentro mismo de la Ciudad Universitaria. Y nunca más volví a verlo... ¡Que el
Incognoscible guíe su Espíritu hacia el Origen, o que Wothan lo conduzca al Valhala, o que
Frya le muestre la Verdad Desnuda de Sí Mismo, que su corazón se enfríe para siempre, que
conquiste el Vril y posea la Sabiduría que tanto buscó durante su vida! Y, por sobre todo: que
consiga huir de la venganza de Bera y Birsa...
Capítulo IV
El regreso a mi departamento lo hice sumido en sombrías cavilaciones, luchando por evitar
que el desaliento me ganara. Pasado el entusiasmo inicial, el peso de la realidad se apoyaba
duramente en mi Espíritu y me planteaba un interrogante insoslayable: ¿cómo podría Yo,
valiéndome sólo de mis propias fuerzas, cumplir con la solicitud de Belicena Villca? Es cierto
que me sentía dueño de una voluntad inquebrantable, que no cedería así porque sí en mi
determinación de llegar hasta el final, que todas mis fuerzas, sin reservas, las pondría a
disposición de la Causa de la Casa de Tharsis; pero era cierto, también, lo reconocía
humildemente, que Yo no estaba dotado con las virtudes de Ulises. No; definitivamente Yo no
era el Héroe Perseo que según Belicena descendiera hasta el mismo Infierno para conquistar
la Sabiduría: pero no sólo a aquellos Héroes mitológicos Yo no me parecía; no me aproximaba
ni remotamente a alguno de los Señores de Tharsis. Ellos sí que sabían cómo resolver toda
clase de situaciones. Se habían enfrentado durante milenios a una infernal conspiración,
inconcebible para una mente humana corriente, soportaron varios intentos de exterminio, y
salieron airosos de todas las pruebas, sortearon todos los peligros, triunfaron de todos los
enemigos. Y lo consiguieron porque, al decir de Belicena, sus corazones eran más duros que
la Piedra diamante y poseían la certeza del Espíritu Eterno; y porque experimentaban una
hostilidad esencial hacia las “Potencias de la Materia”, que les permitía exhibir una fortaleza
indescriptible frente a cualquier enemigo. Ellos se habían mantenido “al margen de la Historia”,
tratando de preservar la herencia de la Sabiduría Hiperbórea de los Atlantes blancos. Eran
Iniciados que actuaban conscientes de su responsabilidad espiritual. Cumplían con la
“Estrategia” de sus Dioses y los Dioses se dirigían a Ellos y los guiaban.
Yo, en cambio, era incomparablemente más débil. No distinguía tan claramente como
ellos entre el Alma y el Espíritu, aunque la lectura de la carta me produjo como una revelación
del “Yo espiritual”, como la intuición innegable de la verdad del Espíritu encadenado en la
materia; pero por ahora era sólo una intuición espiritual. Tampoco recibí una tradición
esotérica, una sabiduría heredada, y mucho menos tuve la posibilidad de ser Iniciado en el
verdadero Misterio del Espíritu: busqué, eso sí, la verdad por muchos años, como narraré
luego, y hasta llegué a descubrir por mí mismo la realidad de la Sinarquía Universal, pero
jamás se me ocurrió luchar contra tales fuerzas satánicas, ni nunca imaginé que fuese
necesario hacerlo, imprescindible, inevitable, una cuestión de Honor. Por el contrario,
como expresa el conocido tango, “Yo me entregué sin luchar”: dejé que el sentimentalismo
me ablandara el corazón, que me impregnaran las costumbres decadentes del siglo, toleré y
conviví con las más abominables realidades, las mismas en que se hunde lentamente la
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