Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 343

¨El Misterio de Belicena Villca¨ Cultura occidental, sin reaccionar. Y no reaccioné nunca porque carecía de reflejos morales, estaba como dormido, quizás porque en el fondo, como ahora, tenía miedo de luchar y reaccionar, de enfrentar a fuerzas demasiado poderosas. ¡Oh, Dios! ¡Me habían convertido en un idiota útil, en un estúpido pacifista! Pero ahora las cosas cambiarían: si había que destruir ¡destruiría!; si había que matar ¡mataría!; cualquier cosa haría antes de transar con el Enemigo del Espíritu, descripto por Belicena Villca. Sólo necesitaba ayuda, algún tipo de ayuda espiritual. En resumen, Yo estaba decidido a llegar hasta el final, a jugar, como dije, todas mis fuerzas por la Causa de la Casa de Tharsis, pero era también realista, consciente de mis limitaciones, y sabía que sin ayuda no podría llegar a ninguna parte. Más ¿a quién podría recurrir por tal auxilio? Eso no lo podía decidir por el momento, pero es sobre lo que me ocuparía de pensar en las siguientes horas. Guardé el automóvil en la cochera de la Torre en que vivía desde unos años atrás y subí por una detestable escalera caracol de hormigón armado hasta el palier de los ascensores. Unos minutos después, me encontraba cómodamente embutido en mi pijama, dispuesto a meditar sobre aquello que me preocupaba. “Tres ambientes es demasiado grande para un hombre solo” me repitieron hasta el cansancio mis padres cuando lo adquirí, pero ahora el Departamento no lo parecía, debido a la acumulación desordenada de objetos arqueológicos, publicaciones varias y libros. En realidad para los libros destiné un pequeño cuarto al que doté de estanterías en las cuatro paredes; pero pronto la capacidad de esta biblioteca se vio colmada y los nuevos libros fueron ganando los demás ambientes como huéspedes indeseables. El único lugar más o menos arreglado con cierto orden, era el amplio hall que contaba con un juego de sillones, mesa ratona y lámpara de leer. Junto a mi sillón predilecto, la ventana dejaba ver la ladera de un pequeño morro a cuyo pie, imponente y majestuosa, se yergue la estatua ecuestre del General Martín Miguel de Güemes. Allí me senté, presa de un sentimiento muy especial, como se verá con el correr del relato, y permanecí varias horas; hasta que se produjeron los fenómenos. Pero no nos adelantemos; eran las 12 de la noche y Yo, retomando el hilo de los pensamientos anteriores, me preguntaba obsesivamente: debo solicitar ayuda, pero ¿a quién? Como siempre ocurre cuando el hombre se enfrenta a situaciones que le sobre-pasan y clama por ayuda exterior, queda indefectiblemente planteado un problema moral; es la antiquísima confrontación entre el bien y el mal. En estos casos el principio fundamental que debe primar en el juicio sobre la “amistad” o la “enemistad” de las Potencias a las cuales nos dirigimos, es el discernimiento. Cuando la “ley” es precisa, en sucesos que deben encararse jurídicamente por ejemplo, el discernimiento es automático, racional diríamos. En la compleja trama legislativa, miles de leyes entrelazadas cualitativa y jerárquicamente regulan la conducta del hombre en la sociedad civilizada. Existen “figuras” jurídicas typo que permiten orientar el juicio y determinar con precisión si lo que hace un hombre es bueno o es malo: es bueno si no produce contradicciones jurídicamente demostrables, es malo si falta a la ley. Esto en cuanto a la conducta del hombre colectivamente ajustada a la “ley”. En la esfera individual el sujeto, generalmente ignorante de la gran variedad de leyes que reglamentan el Derecho, se conduce de acuerdo a su “conciencia moral”. Este concepto alude a que el hecho de ser miembro de una sociedad humana, tanto por la transferencia cultural de generaciones de antepasados como por la educación o simplemente la imitación del prójimo, capacita al hombre en el ejercicio de una especie de reflejo condicionado moral que actúa, al fin, como una intuición (conciencia moral o “voz de la conciencia”). Pero no se trataría de una verdadera intuición, sino de la apariencia de ésta y lo que sucedería sería que un estrato de experiencias morales, asimiladas por los medios mencionados o por cualquier otro y reducidas a nivel inconsciente, actuarían automáticamente guiando a la razón en el discernimiento de las oposiciones establecidas y determinando la lógica del juicio. Se comprende que cuanto más “automáticamente” se desencadena este mecanismo psicológico, tanto más debilitada está la voluntad de discernir. El gusto o la comodidad por habitar en medios poblados o ciudades, habla sobre el predominio de estos procesos inconscientes y explica el miedo pánico a enfrentarse con situaciones o circunstancias originales donde pueda fallar el discernimiento. De allí la falacia de creer que el “hábitat” ciudadano, ámbito cultural por excelencia, hace al hombre más “equilibrado”, cuando la verdad 343