Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 332

¨El Misterio de Belicena Villca¨ Pobre de mí; ni soñaba que esta confirmación del acierto de Belicena era sólo la primera de las muchas situaciones que, en el futuro, me demostrarían hasta qué punto lo absurdo y lo real estaban compenetrados en torno a ella. Ting, Ting, el sonido del triángulo, que tocaba la criada india llamando a cenar, me sacó de tan grises pensamientos. Esa noche fui sorprendido gratamente por una parva de humitas deliciosas; ese plato constituye, desde mi niñez, el más preciado manjar; así que gratificado emotiva y gastronómicamente por mi familia, pronto me tranquilicé y hasta logré olvidar, por momentos, el obsesionante asunto de Belicena Villca. Capítulo III Consideraba seriamente las advertencias de Belicena, sobre los peligros involucrados en la búsqueda de su hijo. A la luz de su destrucción psíquica y posterior asesinato, estas advertencias adquirían una poderosa elocuencia que no estaba dispuesto a despreciar. Por lo tanto decidí actuar resuelta pero cautamente. Ya había conseguido toda la información policial posible sobre el caso y casi no albergaba dudas de que los misteriosos asesinos de Belicena fueron los Inmortales Bera y Birsa: la totalidad de las evidencias del crimen así lo indicaban. Sólo seres como Ellos podrían haber ingresado en esa celda herméticamente cerrada y ejecutarla ritualmente. Y la más llamativa de esas pruebas la constituía la cuerda enjoyada: era evidente que el “oro de España”, de las medallas, procedía de Tharsis, de las antiguas minas de Tartessos; y que el cabello “teñido con lechada de cal”, de la cuerda, pertenecía a las infortunadas Vrayas tartesias, aquellas que fueron asesinadas por Bera y Birsa cuando salvaron la Espada Sabia y con cuya sangre los Inmortales habían escrito la sentencia: “el castigo para los que ofendan a Yah provendrá del Jabalí”. Indudablemente Ellos consideraban cerrado un ciclo, cumplida una venganza milenaria, tal vez creyesen una vez más exterminada a la Casa de Tharsis, para haber empleado esa significativa forma de ejecución: asesinar a la última Vraya con el cabello que Ellos quitaron a una de las primeras Vrayas, macabro trofeo que ahora devolvían con diabólica lógica. ¡Y qué Misterio se ocultaba en los poderes de Bera y Birsa, en su increíble dominio del Tiempo! Porque del informe policial se desprendía claramente que aquel cabello no había sufrido el paso del tiempo: el cabello de la cuerda, en efecto, aún estaba vivo, como recién cortado de una cabeza humana, de una cabeza de Raza Blanca, cuando se lo trenzó para matar; y de ningún modo revelaba los dos mil doscientos años transcurridos desde entonces. ¿Dónde, Oh si el sólo pensar esta pregunta me llenaba de inquietud, dónde lo habían guardado hasta ahora sin que envejeciese? ¿Tal vez en el mismo Infierno donde Ellos habitaban, y que Belicena Villca denominaba Chang Shambalá? Sí. Con toda probabilidad ésa era la respuesta correcta: el cabello procedía de sus Moradas Malditas, donde el Tiempo no transcurría y Ellos tampoco envejecían. Ya había decidido enfrentar el peligro y debía ponerme en marcha cuanto antes. Pero primero quería aclarar definitivamente la cuestión de las leyendas de las joyas de oro. Y para eso nadie podía serme de mayor utilidad que el Profesor Ramírez. Me dirigiría, pues, a su presencia. Detuve el automóvil en la playa de la Ciudad Universitaria y me llegué hasta la Facultad de Antropología en busca del Profesor Ramírez. Se encontraba muy ocupado, efectuando una traducción; pero me atendió con cortesía. – ¿Qué le trae nuevamente a verme, Dr. Siegnagel; otro delirio quechua de sus pacientes? –se burló. –No Profesor, esta vez se trata de lenguas no americanas. Hallé dentro de un viejo libro, un papel con este dibujo –mentí fríamente– y quise consultarle sobre sus inscripciones. –Le alargué el dibujo que hiciera sobre la siniestra Joya de oro. Relampaguearon los pequeños ojos grises, y por un instante pareció que iba realmente a interesarse; pero enseguida volvió a adoptar el aire lacónico que lo caracterizaba. Nada podía afectar al viejo Erudito, admirado por las Universidades de medio mundo. –Es la más grotesca combinación lingüística que he visto. ¿Se trata de una broma, Siegnagel? –preguntó con desconfianza. 332