Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 331
¨El Misterio de Belicena Villca¨
casette de Angelito Vargas, rebobinada por enésima vez, nos envolvía a todos con “Tres
esquinas”.
–Papá, Mamá –dije enfáticamente– ¿en vuestras familias habéis tenido antepasados o
parientes que siguiesen un oficio o artesanía por tradición?
–Eso era una costumbre muy común en Europa –respondió Papá pensativo– hoy
lamentablemente olvidada. En mi familia hubo muchos médicos como tú, Arturo, y hasta
boticarios como mi padre, pero sin que esto fuese una ley, pues tuvimos también buenos
agricultores como Yo: jof, jof, jof, –reía mi padre celebrando su ocurrencia.
En cambio la familia de tu madre, –prosiguió más calmo– sí que tiene una tradición en el
cultivo y la producción del azúcar. Tú sabes que a ella la conocí en Egipto cuando mi padre,
allá por el 35, decidió abrir nuevos mercados al comercio del tanino, en vista de que la
industria textil de Europa y América funcionaba sujeta a rígidos monopolios. Mi padre pensaba
vender tanino a las florecientes industrias textiles árabes y turcas, por lo que inició un viaje por
Medio Oriente cuya etapa final era Egipto. Yo tenía 18 años en esa época y, contrariando los
deseos de mi padre que prefería verme convertido en Ingeniero, mi aspiración más grande era
ser agricultor. Confiando que el largo viaje acabaría por disipar lo que mi padre tomaba como
un capricho, fue que accedió a llevarme consigo.
Al llegar a Egipto fuimos recibidos por un tío abuelo, Hans Siegnagel, miembro de una
rama de la familia que habita, aún hoy, cerca de El Cairo. Los Siegnagel de Egipto viven allí, al
parecer, desde la invasión de Napoleón, junto a cientos de familias de origen germano, las que
conforman una fuerte colectividad.
Bien; durante los días que pasamos en El Cairo, mi interés estaba centrado en
observar los grandes Ingenios Azucareros que se extienden a lo largo del Nilo y las
interminables extensiones sembradas con caña de azúcar.
Papá, al ver que mi inclinación por la Agricultura en vez de disminuir se hacía más intensa,
comprendió que ésa era mi verdadera vocación y decidió aceptar la amable invitación del
Barón Reinaldo Von Sübermann, dueño de un poderoso Ingenio con plantaciones propias,
para que permaneciera en su hacienda estudiando las técnicas de cultivo.
Estuve allí desde el año 35 hasta el 38, en que las perspectivas de una paz mundial
duradera se diluían rápidamente, debiendo ceder a los insistentes llamados de mi padre para
que regresara a la Argentina.
Emprendí el viaje de regreso en junio del 38, pero no lo hice solo; conmigo venía la hija
del Barón Von Sübermann, una bella Walquiria que por la gracia de Wothan, puedes
contemplar aquí presente.
Reímos todos, especialmente mi madre que había permanecido con los ojos en blanco,
mientras Papá recordaba su fascinante vida.
– ¿Qué ocurrió desde entonces? –pregunté, sabiendo que le haría bien a mi viejo padre
completar la historia.
–La guerra abrió brechas dolorosas y forzó separaciones definitivas. Muertos tus abuelos
(mi padre y el Barón) ya no volvimos a conectarnos con los parientes de Egipto. Muchas veces
lo he sentido por tu madre –la voz se le aflojó– que es alemana-egipcia y ha debido sufrir
mucho por la separación.
En cambio –continuó ya más compuesto– mis sentimientos patrióticos sólo son para este
país y en ningún otro lugar estaría mejor que aquí. Fíjate que tu Bisabuelo, el primer Siegnagel
que vino a América, lo hizo en 1860 a pedido del Gobierno para trabajar en la fabricación de
explosivos, ya que él estaba reputado como Químico de prestigio. ¡En más de un siglo, mi
buen Arturo, los Siegnagel se han hecho más argentinos que el mate!
Cuando papá hizo referencia al sufrimiento que había experimentado por permanecer lejos
de su familia y del solar natal, mi madre se acercó y comenzó a mecerle tiernamente los
cabellos mientras vertía amorosos reproches.
En tanto que los viejos se hacían arrumacos, Yo sentía arder las mejillas; estaba como
alelado, viendo a la imaginación desbocada ya, trazar las más audaces hipótesis. La
afirmación que hacía Belicena Villca en su carta sobre la misión familiar de “trabajar
alquimísticamente el azúcar”, se veía confirmada en principio por el relato de mi padre. Era
una indudable realidad, el que los Von Sübermann fueron productores de azúcar desde
tiempos inmemoriales, pero ¿cómo lo había sabido ella?
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