Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 330

¨El Misterio de Belicena Villca¨ carnet, alguien perdido en la mediocridad cotidiana de la remota Salta: ¡de pronto soy llamado para una misión riesgosa, soy convocado por el Destino! La sangre me hervía en las venas y algo así como una reminiscencia de pasadas batallas, se apoderó de mí. Belicena se preguntaba en su carta si podría ser un Kshatriya: – ¡Pues ya lo era! Aparte de este irresponsable entusiasmo, en el fondo experimentaba una gran estupefacción a poco que intentaba razonar sobre el contenido de la carta. No podía negar que de toda ella se desprendía una tremenda fuerza primordial, un halo de antiguas verdades olvidadas, como si Belicena Villca no perteneciese a esta Época o, mejor dicho, como si fuera independiente del tiempo. El lenguaje era pagano y vital; “fantástico” sería el término justo, sino fuese que el asesinato de Belicena convertía a este mensaje premonitorio en algo macabramente real. Dos preguntas bullían en mi cabeza saltando el pensamiento de una a la otra sin solución de continuidad ¿Dónde estaba ese “Signo del Origen”, del cual soy portador, claramente visible para Belicena Villca y aparentemente representativo de una cierta condición espiritual? Recordaba perfectamente lo que Belicena había escrito el Segundo Día: “en verdad, lo que existe como herencia divina de los Dioses es un Símbolo del Origen en la Sangre Pura: el Signo del Origen, observado en la Piedra de Venus, era sólo el reflejo del Símbolo del Origen presente en la Sangre Pura de los Reyes Guerreros, de los Hijos de los Dioses, de los Hombres Semidivinos que, junto a un cuerpo animal y a un Alma Material, poseían un Espíritu Eterno”. Si era cierto que Yo poseía el Símbolo del Origen en mi Sangre Pura, si Yo era un hombre espiritual, entonces tendría la posibilidad de obtener la Más Alta Sabiduría de los Atlantes Blancos ¿O había interpretado mal las palabras de Belicena? Porque en ese Día Segundo ella escribió: “la Sabiduría consiste en comprender a la Serpiente con el Signo del Origen”. Según Belicena, los Dioses afirmaban al hombre: “has perdido el Origen y eres prisionero de la Serpiente: ¡con el Signo del Origen, comprende a la Serpiente y serás nuevamente libre en el Origen!” A la luz de estos conceptos, mi razonamiento era el siguiente: si el Signo del Origen, “mi propio signo del Origen”, se hallaba manifestado y plasmado en alguna parte de mi cuerpo, de tal suerte que fue rápidamente distinguido por Belicena Villca, ¡ése era el sitio que Yo debía descubrir y proyectar en el Mundo, sobre la Serpiente, como antaño hicieran los Iniciados Hiperbóreos! Y sentía así como una urgencia interior por localizar ese Signo y cumplir con el mandato de los Dioses. Pero entendía, también, que carecía de muchos elementos esotéricos de la Sabiduría Hiperbórea. Mas, si habría que dejar pendiente esta primer pregunta, la segunda “que bullía en mi cabeza”, sobre la “prueba de familia”, no tardaría en investigarla. Belicena Villca, en efecto, había asegurado, en el Cuarto Día, que mi familia “fue destinada para producir una miel arquetípica, el zumo exquisito de lo dulce”. Aquella era la primer noticia que tenía sobre el asunto y trataría, por lo menos, de comprobarla con mis familiares cercanos. Capítulo II Desde que mamá me entregó el portafolios con la carta de Belicena Villca, hasta el momento en que tomé la decisión de cumplir con su pedido póstumo, habían transcurrido cuatro días. Ciertamente, leí la carta en tiempo récord, dada su extensión y profundidad, permaneciendo encerrado en mi cuarto y haciéndome subir, de tanto en tanto, algún alimento. Al fin, una tarde, descendí calladamente, con el misterioso portafolios en la mano, y tomé asiento entre los míos, que se encontraban como era la costumbre a esa hora desplegados en el patio posterior. Reclinada la cabeza, la mirada perdida en la lejanía de los cerros, estuve en silencio un largo rato. Durante ese lapso nadie me interrumpió, acostumbrados por años a verme estudiar bajo la sombra del gigantesco roble. Sólo el murmullo del viento entre las hojas, el trino de las aves, y el ras, ras, de Canuto al rascarse cada tanto, acompañaban mi meditación. Me paré bruscamente, haciendo a un lado el sillón de hormigón del juego de jardín. Junto a los lapachos cercanos a la casa, estaban mis padres: Mamá zurciendo medias de mis sobrinos y Papá leyendo un semanario europeo que llega quince días atrasado; mientras, la 330