Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 329

¨El Misterio de Belicena Villca¨ ◊ LIBRO TERCERO “En busca de Tío Kurt” Capítulo I Puede el lector dar rienda suelta a la imaginación. Nunca logrará representarse las emociones y el estado de total perturbación en que me sumió la lectura de la carta de Belicena Villca. Fue algo muy extraño para mí; a medida que leía fui experimentando una pluralidad de estados de ánimo. Así pasé del escepticismo inicial a la sorpresa, de ésta al estupor, de allí salté a la curiosidad, y sucesivamente a mil sensaciones más. Finalmente, un entusiasmo primitivo e insensato se apoderó de mí y, en vez de rechazar la carta como una impostura, actitud lógica y perfectamente justificada, hice todo lo contrario, sellando así mi suerte: ¡decidí emprender la aventura! Recién terminaba de leer la carta y, casi sin reflexionar, había tomado una decisión, ¿por qué? Trataré de explicarlo. Hasta el momento de leer la carta de Belicena Villca mi vida estaba vacía de ideales. Tenía un brillante futuro profesional y cuanto necesitaba para mi confort; era afortunado con las mujeres y aunque ninguna lograba ganar mi corazón, eso tarde o temprano ocurriría. Todo hacía prever que mi vida se desenvolvería por los carriles que conducen al éxito mundano. Y sin embargo algo fallaba en este esquema porque no era feliz. Poseía paz y tranquilidad material pero muchas veces la tristeza me agobiaba; presentía que a mi Espíritu le faltaba un horizonte hacia el cual mirar, un ideal, una meta quizás, digna del mayor sacrificio. Por eso a veces contemplaba con envidia la Historia Universal, los períodos heroicos en los que me hubiese gustado vivir: elegir tal o cual bando, seguir a éste o aquel reformador, cometer esa herejía liberadora o hundirme ardientemente en aquel dogma tiránico. ¡Vivir, luchar, morir, ser hombre! Pero ser hombre no es solamente pensar; es “sentir” el Espíritu. Y el Espíritu se “siente” cuando la vida se orienta en la búsqueda de un ideal; porque los ideales no están en este mundo, son de otro orden, lo mismo que el Espíritu y afines a él. No es fácil. Ser idealista requiere mucho valor ya que la realidad, engañosa y cruel, guarda una trampa para el idealista ingenuo y un sepulcro para el idealista comprometido. He visto cómo el elemento idealista de mi generación, fue sistemáticamente aniquilado y sus ideales calificados de “nihilistas”. Un Almirante argentino que pasa por persona culta, Massera, dijo en un discurso: “Estamos combatiendo contra nihilistas, contra delirantes de la destrucción, cuyo objetivo es la destrucción en sí, aunque se enmascaren de redentores sociales”. Muchos de los muertos y desaparecidos, no eran tal cosa, sino idealistas que creyeron en el mito infantil de la “revolución social” como medio válido para instalar un orden más justo en el mundo. Precisamente por creer (ser idealista), no vieron la diabólica trama de intereses en que estaban insertos; precisamente por creer fueron algunos adoctrinados, armados y lanzados imbécilmente a la aventura, por el mismo Sistema sinárquico que después los reprimió. Y no pienso solamente en los que empuñaron las armas, que tal vez merecían morir por apátridas, sino en tantos otros que cayeron sin conocer el olor a la pólvora; por cometer el “delito” de amar ideales que afectan algún interés o privilegio. Eso no es nihilismo; nihilista es la represión desbocada, la censura asfixiante, la mediocridad instituida, la corrupción oficializada, el lavado de cerebros digitado, en fin, la tiranía implacable, embozada obscenamente en un lenguaje “democrático” o “liberal”. El triunfo del Sistema es la estabilidad de un orden de cosas corrupto, de una sociedad edificada sobre la usura y el materialismo, de un país dibujado a plumín, para que se inserte en una geopolítica foránea, planeada al detalle por la Sinarquía Internacional de los Grandes Imperialismos. ¿Qué nos ofrece este mundo contemporáneo de dólares y acero que valga nuestro sacrificio? Acá una cultura decadente y cipaya; allí un terrorismo sin grandeza; allá un Poder represor y asesino; acullá una Iglesia cobarde y mentirosa; ¿Para qué seguir si todo hiede? Este era mi estado de ánimo cuando leí la carta de Belicena Villca y por eso mi reacción fue instantánea: Yo, el insignificante Dr. Siegnagel, poco más que el número de una ficha o 329