Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 323
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Sí, estimado Dr. En esos días, mi único deseo era morir con Honor, suicidarme antes de
caer en las garras fatales de Bera y Birsa, quitarles a los Malditos Inmortales el placer de su
venganza, el cumplimiento de la sentencia de exterminio que trataban de ejecutar desde la
Época de los Reyes iberos. Sólo necesitaba una mínima recuperación física y un pequeño
descuido de la vigilancia médica para quitarme la vida por cualquier medio. Sin dudas, Dr., que
esto hubiese podido hacerlo sin problemas en todo este tiempo que llevo internada. Huir ya no
representaba salida para mí sin orientación externa y, de todos modos, la misión estaba
realizada: Noyo guardaba en la Caverna Secreta de Córdoba la Espada Sabia; y aunque Yo
no pudiese encontrarlo, aunque quisiera, la orden del Señor de la Guerra se había cumplido y
eso era lo importante. Entonces, morir no representaba más que un pequeño intervalo hasta la
Batalla Final: iría astralmente a K'Taagar y regresaría pronto, para ajustar las cuentas al
Enemigo del Espíritu Eterno. Mientras tanto, eludiría la última persecución de Bera y Birsa.
Este era mi pensamiento al llegar aquí, Dr. Siegnagel.
Empero, algo me hizo cambiar de idea no bien llegué; y fue por eso que, a pesar de
que continué simulando estar demente, inicié la redacción de esta extensa carta. Para
ser clara, “ese algo” por el cual troqué mis intenciones suicidas fue Ud., Dr. Siegnagel. En
verdad, apenas le vi, comprendí que tenía Ud. manifestado en alto grado el Símbolo del
Origen; pero aprecié también que era inconsciente de ello, que desconocía hasta en sus
menores detalles la Sabiduría Hiperbórea: es Ud. un Hombre de Sangre Pura, Dr.
Siegnagel. Pero la memoria de la Sangre se halla bloqueada por su Alma. No conoce Ud.
la existencia de su Espíritu Eterno ni sabe cómo orientarse hacia el Origen. Padece de
una amnesia metafísica que es producto de la Edad Oscura en que actualmente vivimos,
propia del encantamiento con que las Potencias de la Materia sumen al hombre en el
Gran Engaño, característica de la decadencia espiritual del hombre y de su atracción por
la cultura materialista: en fin, es Ud., Dr. Siegnagel, un hombre dormido. Pero es un
Hombre. Un ser dotado de Espíritu Increado que puede despertar. Su presencia aquí, en
este oscuro nosocomio, la he tomado como una señal de los Dioses, como un mensaje del
Señor de la Guerra y del Capitán Kiev, tal vez como una revelación del Pontifex, Señor de la
Orientación Absoluta. Al verlo, Dr., comprendí a qué se refería el Capitán Kiev cuando
anunciaba que “hombres dormidos restablecerían el nexo antiguo con los Dioses”: tales
hombres dormidos son, sin dudas, semejantes a Ud. Lo tienen todo en la Sangre Pura, pero en
forma potencial: sólo requieren la Iniciación Hiperbórea para que esa potencia racial se
desarrolle y aflore en la conciencia. Y la Iniciación Hiperbórea, Dr. Siegnagel, hoy por
hoy, sólo es capaz de concederla en esta parte del mundo el Pontifex Maximus de la
Orden de Odín, el Señor de la Orientación Absoluta, o los Constructores Sabios que lo
secundan. Para transmitirle esta verdad fue que cambié mi decisión de morir voluntariamente.
Debe tener presente, Dr. Siegnagel, el punto de vista ético de los Señores de Tharsis: para la
Estrategia de liberación espiritual de los Dioses Leales al Espíritu del Hombre, implica mucho
más Honor el que Yo trate de despertarle a Ud. que el suicidio para huir de las infames
represalias de los Demonios Inmortales. ¿Acaso ese castigo, la posibilidad de ese terrible final,
no estaba previsto de entrada en la Estrategia sugerida por el Capitán Kiev?
Sí. Decidí despertarle, o al menos intentarlo, ¿pero cómo? No hablando con Ud. pues un
prejuicio profesional le hubiese impedido dar crédito a las palabras de una enferma mental. Tal
vez escribiendo nuestra historia en una carta, como la presente, pero no se me escapaba que
me encontraría en situación semejante: su incredulidad sería también inevitable. No obstante
existe la posibilidad de que un hecho concreto, ajeno a mí pero suficientemente efectivo, torne
consciente la historia de la Casa de Tharsis: y ese hecho no puede ser otro más que mi
propia muerte a manos de los Inmortales Bera y Birsa. Vale decir, debo conseguir que los
Demonios Golen dejen suficientes rastros de su inmenso poder como para convencerle a Ud.
de que en algún grado la historia narrada en la carta es verdadera; y debo lograr que la carta
llegue a sus manos después de mi muerte. Es lo que intentaré hacer, Dr. Siegnagel. Por lo
pronto, ya he concluido la carta y he comenzado, desde hace tiempo, a realizar la Estrategia
que creo dará los resultados esperados: con los últimos restos de mi voluntad graciosa
luciférica, he tratado de dirigirme telepáticamente hacia Chang Shambalá, hacia los miembros
de la Orden de Melquisedec, y he desafiado a los Demonios Inmortales. Los he desafiado
en nombre de la Casa de Tharsis, que es la más grande ofensa para su infernal orgullo, y
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