Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 322
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Sexagesimotercer Día
Se interrogará Ud., Dr. Siegnagel, ¿cómo fue que mis captores me enviaron al Hospital Dr.
Patrón Isla, de la Ciudad de Salta? La respuesta es tristemente sencilla, no muy difícil de
imaginar. Los Agentes Infernales, que conocían el secreto de sus drogas sobre el cuerpo
humano, sabían que a mí me resultaría imposible huir de cualquier lugar: la voluntad de resistir
estaba completamente enervada y, como dije, había perdido totalmente la orientación
externa. No podría moverme del sitio en que estuviera, esto lo tenían bien claro. Pero
entonces Yo había decidido morir.
Lo explicaré mejor: si bien Ellos habían quebrado mi voluntad de librarme externamente,
Yo comprobaba a cada instante que conservaba intactas las facultades espirituales interiores.
La voluntad de mi Espíritu, Dr., no estaba quebrada en el reducido ámbito de la conciencia.
Quizás Ellos destruyeran parte de la estructura psíquica, pero el daño sólo podía reducirse al
campo del Alma o al cerebro físico, es decir, al terreno exclusivamente material. Desde luego,
Ellos no podían saber con exactitud qué había ocurrido con el Espíritu Eterno porque los
Iniciados de la Fraternidad Blanca carecen de capacidad para percibir a los Seres Increados;
pero consideraban un triunfo de sus técnicas de lavado de cerebro el comprobar que Ya no
existían manifestaciones espirituales. Concretamente, se referían al “Yo”, la manifestación
del Espíritu, como un piloto indicador del estado del prisionero: si el tratamiento culminaba
con la desintegración del Yo, ello significaba que un proceso irreversible impediría el re-
encadenamiento espiritual. Aunque el Símbolo del Origen continuase presente en la Sangre
Pura, la destrucción de la estructura psíquica tornaba imposible que el Yo se pudiese
concentrar nuevamente en la esfera de conciencia. Pero en mi caso esto no había ocurrido.
Como comprenderá, Ellos esperaban que la ingestión de las psicodrogas diese por resultado
un estado de esquizofrenia aguda, esperanza que en mi caso se vio reforzada por las
confesiones que habían logrado arrancarme. Mas la verdadera situación consistía en que todo
cuanto consiguieron obtener en el interrogatorio no era voluntario ni involuntario sino
mecánico: sus drogas actuaron sobre el sujeto consciente del Alma, no sobre el Yo, y lo
forzaron a volcar el contenido de la formidable memoria racial de los Señores de Tharsis, una
cualidad propia de la especialización biológica de mi familia con la que presumiblemente los
Rabinos no estaban habituados a tratar. Creyeron así que mi Yo estaba fragmentado o
desintegrado y que jamás volvería a producirse un estado de conciencia espiritual estable: la
confesión demostraba, para Ellos, la fractura irreversible de la voluntad espiritual.
Pero aquella confesión era sólo una estúpida traición del alma, cuyo sujeto leía los
contenidos de las memorias psíquicas. En una esfera profunda, la voluntad de mi Yo resistió
en todo momento la violación sin poder impedir que los contenidos mnémicos se exteriorizasen
mecánicamente: surgieron entonces, para deleite de los Rabinos, los recuerdos que las
memorias conservaban sobre la Estrategia propia y su ejecución. Se enteraron de lo ocurrido
con Noyo y partieron en el acto sobre sus pasos, suponiendo dejar tras de sí un despojo
humano. Sin embargo, está visto que, como siempre, no les resultaría tan sencillo acabar con
los Señores de Tharsis.
¿Qué había ocurrido? Pues, que Yo alcancé a comprender qué consecuencias se
esperaban del lavado de cerebro y atiné a simular con gran convicción la demencia
esquizofrénica prevista por Ellos. Finalmente, convencidos de que mi locura no tenía remedio,
decidieron evacuarme del comprometido Monasterio Franciscano e internarme
momentáneamente, hasta la llegada de Bera y Birsa, en un Hospital Neuropsiquiátrico. Para
eso tenían que “legalizarme”, es decir, concederme el status jurídico de prisionera política, a
fin de obtener el asentamiento burocrático en el Hospital y aventar toda futura investigación.
Comenzaron entonces por convocar a un tal “Coronel Víctor Pérez”, militar de raza hebrea que
trabajaba para el Shin Beth. Este tomó a su cargo el caso y elaboró un expediente inflado de
falsedades, en el que constaba la supuesta actividad subversiva de mi hijo Noyo y el apoyo
que Yo le brindaría, tanto a él como a la organización en la que militaba. Fraguó la descripción
de las circunstancias de la detención, los interrogatorios y el tenor de las confesiones; y obtuvo
de un Médico militar el diagnóstico de demencia y de un Juez la orden de internación en el
Hospital Neuropsiquiátrico Dr. Javier Patrón Isla. Y de este modo llegué hasta aquí, Dr. Arturo
Siegnagel. Pero entonces Yo había decidido morir.
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