Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 321

¨El Misterio de Belicena Villca¨ y me impidió seguir desarrollando la Estrategia. Luego fui rápidamente capturada por un comando del Shin Beth, integrado por Rabinos Iniciados en la Alta Cábala, Sacerdotes que habían contemplado en Israel el Sepher Icheh y conocían todo lo referente al Holocausto de Fuego. Pertenecían, tal como lo anticipara el Capitán Fernández, a un Servicio de Inteligencia paralelo, que contaba con miembros en los Servicios del Ejército, Marina, Fuerza Aérea, Policía Federal, Secretaría de Seguridad de Estado, Ministerio de Defensa, etc. Su poder de movilización era entonces absoluto. Yo me encontraba descansando momentáneamente en una mísera posada del pueblo Kâlypampa, que se halla frente al Parque Nacional del mismo nombre, junto al Cerro Kâlibur. Allí me fue suministrada la droga, mezclada en un pote de melaza de caña que ofrecieron para endulzar el café. El efecto que instantáneamente produjo en mi cuerpo de Iniciada Hiperbórea fue indescriptible, siendo improbable que Ud. pueda siquiera imaginarlo, pues desconoce cómo se comporta una mente capaz de poseer conciencia en varios Mundos a la vez. Lo más que le diré es que la droga, una forma perfecta de miel arquetípica de abejas, produjo un acelerado proceso de fortalecimiento anímico, una formidable inyección de energía para la voluntad instintiva del Alma, que en los Iniciados Hiperbóreos se halla habitualmente dominada por la irresistible voluntad del Espíritu Increado. Y esa evolución súbita del Alma causó como una degradación sanguínea, como un debilitamiento del Símbolo del Origen, presente en la sangre Pura, y como una actualización del cuerpo físico, que perdió así su capacidad de moverse independientemente del Tiempo y sincronizó todos sus relojes biológicos con el tiempo de este Mundo. Quedé, pues, presa del contexto cultural, sujeta a la realidad de aquel pueblito de Jujuy. Naturalmente intenté huir de todos modos: los lapis oppositionis ya no me servían porque había perdido la orientación externa hacia el Origen y me resultaba imposible practicar la oposición estratégica. Pero no llegué muy lejos. Antes de salir de la Provincia ya estaba en manos de los agentes del Shin Beth. Estos me condujeron al Monasterio Franciscano de Nuestra Señora del Milagro, en Salvador de Jujuy, donde la mayoría de los curas parecían estar bajo sus órdenes. En una sórdida mazmorra, de los tiempos de la colonia, fui sometida a un refinado interrogatorio durante el cual se me administraron diferentes tipos de drogas. Las preguntas eran pocas y exactas; siempre las mismas: ¿Dónde estaba la Piedra Extraterrestre? ¿Qué había pasado con mi hijo Noyo? ¿Hacia dónde me dirigía? ¿Cuáles eran mis órdenes? ¿Tenía algún contacto terrestre, un Iniciado que compartiera la operación, u obraba por mi cuenta? Abreviando, Dr. Siegnagel, creo que acabé por confesar casi todo, imposibilitada de resistir el efecto de las drogas que me impedían hasta la representación del Signo de la Muerte, con lo que hubiese podido, en otra ocasión, haber desencarnado allí mismo. De todos modos Noyo ya estaba a salvo en la Caverna Secreta: eso lo presentía desde hacía tiempo y había recibido señales confirmadoras de los Dioses. ¡Yo caía, pero la Estrategia triunfaba! ¡La orden del Señor de la Guerra se había cumplido impecablemente y nada, de parte de la Casa de Tharsis, impediría la Batalla Final! Sólo faltaba ahora que el Pontífice Hiperbóreo, el Señor de la Orientación Absoluta y su Orden de Constructores Sabios, hallasen la Espada Sabia: y eso quedaba totalmente fuera de nuestras manos. Como comprenderá, estas reflexiones pertenecen al presente. En aquel terrible momento, cuando mi voluntad resultaba impotente para dominar la lengua, una angustia inenarrable me embargaba: estaba siendo humillada en mi dignidad de Iniciada Hiperbórea y sentía como una traición, como una falta de honor imperdonable, la involuntaria confesión que me estaban arrancando. A pesar de que la posibilidad de aquel final ya fuera contemplado por nosotros. Pero en esos momentos Yo sólo quería morir, a pesar de que los malditos Rabinos nada deseaban más que conservarme con vida: apenas si fui torturada físicamente, pues toda su acción se concentró en doblegar y destruir mi estructura psíquica. No iban a matarme, y esto me lo dijeron claramente, porque mi cuerpo era intocable, como el de Rudolph Hess. Sí, Dr. Siegnagel: Yo estaba reservada para un Sacrificio Ritual que efectuarían Bera y Birsa en persona. 321