Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 318
¨El Misterio de Belicena Villca¨
ellos también la fatídica lista de desaparecidos. Y sucedió así que, al no poseer una respuesta
oficial razonable sobre el paradero de mi hijo, empecé a moverme por mi cuenta, al principio
de manera muy lenta y disimulada, pero luego, al valerme de la oposición estratégica, más
rápidamente, hasta desaparecer por completo.
Para desesperación del Enemigo, que pronto estuvo sobre mi pista, solía esfumarme por
completo, en determinado sitio, y aparecer como “por arte de magia”, en lugares a veces muy
distantes. Avanzaba y volvía sobre mis pasos, desconcertando permanentemente a quienes
me vigilaban; ora estaba en Jujuy, ora en Tafí del Valle; luego en Bolivia y luego nuevamente
en Tucumán, en cuestión de horas, si es que el tiempo sirve de alguna referencia en la guerra
mágica que había emprendido. Además, el Enemigo era incapaz de determinar el Mundo en
que me hallaba en todo momento: si tropezaba con un lapis oppositionis, por ejemplo, podía
ocurrir que al seguir por el camino que supuestamente Yo habría tomado se encontrase con
un Tafí del Valle en el que jamás había habitado la familia Villca; o con una Belicena Villca que
nunca se había casado ni tenido hijos; o con un Mundo en el que no se libraba la lucha
antisubversiva; etc. Pero, no obstante, Yo me dejaba detectar nuevamente para atraer al
Enemigo, cada vez con más violencia, sobre mí y conseguir el efecto de distracción buscado.
A todo esto, Noyo avanzaría tranquilo hacia el Valle de Córdoba.
Durante uno de los regresos sorpresivos a Tucumán, Segundo, el indio descendiente del
Pueblo de la Luna que nos sirve de Mayordomo en la Chacra, me informó que el Capitán
Diego Fernández deseaba localizarme antes de partir de la Zona III, puesto que le habían
conferido un nuevo destino. Le llamé por teléfono al Regimiento y arreglamos una cita en el
parque del Dique El Cadillal. Allí se suscitó el siguiente diálogo:
–Buen día, Señora –saludó el Capitán.
–Igualmente –respondí lacónicamente.
–Ud. y su hijo, mi buen Camarada Noyo, me tienen muy preocupado, Señora Belicena.
Tendría que decirme Ud. dónde se halla. O advertirle a él que se ponga de inmediato en
contacto con nosotros. Las cosas han cambiado mucho en estos años y es urgente que él esté
al tanto de los acontecimientos.
Me encogí de hombros por toda respuesta, dispuesta a no negar ni confirmar nada, pero
atenta a la información que pudiese obtener del Oficial: Yo también me encontraba “en
operaciones”, ejecutando una maniobra tremendamente peligrosa de una Guerra Esencial
que aquel soldado no podía ni soñar; y la disciplina propia de esta Guerra exigía desconfiar de
todos y de Todo, aún del Camarada de mi hijo: todos los hombres no Iniciados podrían ser
traicionados por su Alma, dominados anímicamente y convertidos en un instrumento del
Demiurgo Jehová Satanás. Yo no podía correr ningún riesgo innecesario. Sin embargo, Dr.
Siegnagel, viendo las cosas a la distancia, puedo asegurarle hoy que el Capitán Diego
Fernández era sincero en cuanto decía, y que Noyo no se había equivocado al confiar en él.
Comprobando que Yo nada decía, el Capitán continuó con energía:
–Debería conceder más importancia a mis palabras, Señora Belicena. Creo que está Ud.
informada de que la desaparición de su hijo fue simulada: Yo conduje el Grupo de Tareas que
allanó su Chacra y lo llevó detenido; y Yo fui quien le permitió huir pocas horas después. Él era
uno de nuestros agentes secretos, además de Oficial del Ejército en Retiro, y el caso quedó
bien documentado en el área de Inteligencia: existe mi informe al Comandante G-2 sobre lo
ocurrido esa noche y, además, están los documentos previos a la operación, donde consta
que Noyo era uno de los nuestros. La desaparición era necesaria para brindar cobertura
táctica a su posición, pero no había por qué exagerar las cosas prolongando innecesariamente
la ausencia. Señora Belicena: él ya debería haber regresado hace bastante tiempo, o
comunicado con nosotros; no le ocultaré que ahora su situación se ha complicado de manera
increíble. ¡Ud. misma, Señora Belicena, está corriendo peligro mortal con su asombrosa
decisión de iniciar una búsqueda personal de su hijo desaparecido! ¿No comprende que
con tal actitud se coloca en el bando de los subversivos, que puede ser señalada abiertamente
como tal?
Frente a la expresión inmutable de mi rostro, suspiró el Capitán y prosiguió con sus
advertencias:
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