Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 308
¨El Misterio de Belicena Villca¨
Almagro sale de Cuzco en 1535 y a fines de Agosto, después de atravesar las hostiles
altiplanicies del Sur, arriba a la meseta del Titicaca. Va pisando los talones a los Atumurunas y
al Pueblo de la Luna, que a duras penas logran adelantarse a la vanguardia de los aguerridos
españoles. Los fugitivos pasan por el poblado de Chuquiabo, hoy La Paz, casi sin detenerse, y
sólo hacen un alto de tres días en Sucre, o ciudad de la Plata, antes de descender a los valles
de la Gran Quebrada de Humahuaca. A todo esto, Almagro, que recogía a su paso la
sorprendente nueva de que todo un pueblo se desplazaba en su misma dirección, apuraba las
jornadas con la intención de darles alcance y conocer su destino, quizás el rico país del Sur, la
Ciudad de los Césares. Lo afirmaba en esta idea el hecho de que aquel pueblo iba, según
coincidían todos sus informantes, guiados por hombres blancos y barbados, semejantes a los
españoles, pero magníficamente vestidos con la indumentaria de los Reyes inga. Para
Almagro, era altamente probable que aquel pueblo procediese de la Ciudad del Oro y la Plata,
y que hacia ella se dirigían.
Sin embargo, jamás lograría alcanzarlos. La caravana llegó al poblado de Humahuaca con
treinta días de adelanto sobre Almagro. Allí los Hombres de Piedra vertieron una terrible
amenaza sobre los nativos, apoyada por demostraciones de magia de los Atumurunas, con el
fin de que diesen una falsa pista a la expedición de Almagro sobre la dirección tomada por
ellos: debían desviar a los españoles hacia Chile, asegurándoles que allí se encontraba la
ciudad de sus sueños. Ellos, mientras tanto, tomarían por rumbos muy distintos: los
Atumurunas hacia el Este, hacia el Valle Grande del Cerro Kâlibur, cerca de El Ramal jujeño;
los Señores de Tharsis continuarían hacia el Sur, hacia el Pucará de Tilcara, desde donde, por
oposición estratégica, podrían orientarse hacia el Pucará de Andalgalá y, desde éste, hasta el
Pucará de Tharsy, su objetivo.
En Humahuaca, pues, se separaron “para siempre” los Señores de Tharsis y los
Atumurunas: volverían a encontrarse durante la Batalla Final, cuando todos regresasen al
frente de sus pueblos para ajustar las cuentas a los representantes de las Potencias de la
Materia, a los discípulos de la Fraternidad Blanca, al Pueblo Elegido; de la Fraternidad Blanca
y de los Dioses Traidores, naturalmente, se ocuparían los Dioses Leales al Espíritu del
Hombre, quizás el mismo Lúcifer en Persona. Violante y los dos frailes se confundieron en
expresivos abrazos y se prodigaron de besos con Lito, Roque y Guillermo: ninguno pudo evitar
que las lágrimas surcaran sus duros rostros, aunque simultáneamente reían con salvaje
alegría; las órdenes de los Dioses se cumplían y eso era lo importante. Por escena semejante
pasaban los Atumurunas, que debían despedir a su única pariente, la Princesa Quilla; pero ella
era una ruda vikinga y no requirió la compañía de nadie; por el contrario, exigió que todos sus
familiares se trasladasen cuanto antes al Externsteine del Valle Magno. Con los Señores de
Tharsis, para custodiarlos y guardar el Pucará de Tharsy, irían en cambio 50 familias del
Pueblo de la Luna. Una semana después de haber llegado, y en momentos en que Almagro se
hallaba en Tarija, los viajeros retomaron la marcha.
Todo sucedió según lo deseaban los Señores de Tharsis. Almagro fue despistado por los
Indios y perdió el rastro de los fugitivos. Luego de una infructuosa búsqueda en territorio
argentino pasó a Chile, tras diez meses de penosa marcha, comprobando que en ninguna
parte aparecía el rico Imperio descripto por Pizarro. En setiembre de 1536 regresó, por fin, a
Cuzco, con sus tropas diezmadas y cansadas de tan inútiles travesías. Se consumaba
entonces una insurrección general que había puesto sitio a Cuzco y amenazaba con reducir a
desastre la conquista española. La presencia de Diego de Almagro puso en fuga a miles de
indios y salvó de una muerte segura a Francisco y Hernando Pizarro, lo que no impidió que
este último le aplicase el garrote en 1538, luego que perdiese la batalla de las Salinas.
La custodia de los Señores de Tharsis y la Princesa Quilla se componía de 5 Amautas del
Bonete Negro y 45 Quillarunas, con sus familias. Los Amautas gozaban de gran autoridad en
el Imperio incaico y por eso no hubo inconvenientes para que las guarniciones de los Pucará
cumpliesen sus órdenes: todos recibieron la consigna de abandonar sus puestos y regresar a
Cuzco, evitando cruzarse por el camino con los españoles ya que éstos los reducirían a la
esclavitud. Y los españoles, carentes de la Sabiduría Hiperbórea, nada podrían hacer con
aquellas fortalezas cuya construcción se basaba en el principio del Cerco y la Muralla
Estratégica; de hecho, aunque las ocupasen militarmente, jamás podrían advertir los meñires
exteriores, las piedras referenciales, que permanecerían invisibles aun cuando estuviesen
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