Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 307

¨El Misterio de Belicena Villca¨ – ¡Sieg Heil, Gott Küv! –respondieron los Atumurunas, efectuando igualmente el bala mudra que, era el antiguo saludo secreto de la Casa de Skiold. Los Atumurunas cumplieron al pie de la letra las directivas del Señor de Venus. Desde ese momento, un aceitado mecanismo destinado a detectar a los viajeros se montó en el extremo Norte del Imperio incaico. Y fue su funcionamiento, tal como relaté, lo que permitió a los Señores de Tharsis zafar el sitio muisca, que constituía una segura trampa mortal. Con la llegada de los Señores de Tharsis a Koaty, haciendo realidad los anuncios del Señor de Venus, concluía el relato de Tatainga. A continuación, Lito de Tharsis narró lo mejor que pudo la historia de la Casa de Tharsis, despertando mucho interés en los Atumurunas el conocimiento de las maniobras asesinas de los Inmortales Bera y Birsa, y la identidad y misión de Quiblón. Deberían ahora partir juntos hacia el Sur, y marchar hasta una fortaleza o Pucará, llamada Humahuaca, en la que se separarían: no se verían más en esa vida, pero se reencontrarían durante la Batalla Final, cuando el Señor de la Guerra convocase a los Hombres de Honor para luchar contra las Potencias de la Materia. La Princesa Quilla tenía cabellos rubios y ojos celestes, en tanto que Violante contrastaba con su cabello negro y ojos verdes; pero ambas exhibían una piel tan blanca como la nieve. Quilla ya estaba preparada para convertirse en esposa de uno de los Señores de Tharsis, pero la noticia de que tendría que abandonarlos por disposición de los Dioses sorprendió y entristeció a Violante de Tharsis. Sin embargo no renegó de su misión, aunque expuso claramente su descontento. De allí que los dos frailes domínicos decidiesen quedarse junto a ella y ligar su suerte a la Estirpe de Skiold: con la compañía de sus parientes, Violante podría sobrellevar mejor la separación. Pero además, Lito ordenó a los cuatro catalanes que siguiesen a su Ama y jamás la abandonasen; les dijo sin rodeos que nunca regresarían a España si cumplían tales órdenes, pero que de obedecerlas, serían tratados como integrantes de la Nobleza por el Pueblo de la Luna. Los Atumurunas deseaban llevar consigo a los catalanes y les ofrecían, por esa única vez, la posibilidad de tomar esposas de entre las Vírgenes de la Luna. A todo se avinieron los recios soldados españoles, a quienes entusiasmaba la perspectiva de convertirse en Señores de aquel pueblo misterioso y velar por la seguridad de su Reina, Violante de Tharsis. Llegados a un mutuo acuerdo, sólo faltaba ponerse en marcha y evacuar Koaty, dando así cumplimiento a las directivas del Dios Küv. En tales preparativos estaban, cuando los espías que permanentemente les informaban sobre la situación en el Imperio, transmitieron una noticia que los obligó a apurar la partida: el Capitán Diego de Almagro acababa de salir de Cuzco al mando de 500 hombres con dirección al Sur. Entre Francisco Pizarro y Diego de Almagro había surgido una agria disputa sobre los límites que a cada uno correspondía en el reparto del Imperio incaico: Diego de Almagro pretendía que la Ciudad de Cuzco se encontraba comprendida en sus dominios. El astuto Pizarro consiguió dilatar la definición del conflicto persuadiendo a su socio de que existía hacia el Sur un país aún más rico que el Reino de los Ingas, un botín que tornaría carente de sentido la discusión sobre el Cuzco. Fue así que el iluso Almagro armó aquel poderoso ejército y marchó hacia el Sur dispuesto a conquistar la Ciudad de los Césares, Trapalanda o Elelín. El mismo pesar, acompañado de heroica resolución, que los Señores de Tharsis experimentaran al abandonar la península ibérica en el barco de los Welser, cuando la mente volaba hacia Huelva y revivía los días de gloria de la Casa de Tharsis, debían sentir entonces los Atumurunas al atravesar el lago Titicaca rumbo al puerto de Copacabana, dejando atrás la Isla Koaty donde vivieron tantos años y alcanzaron la Más Alta Sabiduría Hiperbórea. La Casa de Skiold había sido poderosa siglos antes en Tiahuanaco, hasta que la demencial venganza de la Orden de Melkisedec casi extinguiera su Estirpe: entonces, al abandonar la región para siempre, los corazones de los Atumurunas se estremecían por efecto de sentimientos encontrados. El Alma, creada y apegada a la historia y al suelo, al Tiempo y al Espacio, se desgarraba de dolor por el alejamiento definitivo del solar natal; pero el Espíritu Increado, que descubre y sostiene en la Sangre del Iniciado el Recuerdo del Origen, desbordaba cada instante anímico de dolor con la nostalgia infinita del Regreso a la Patria Primordial, a la Hiperbórea Original; y frente a la nostalgia de Hiperbórea, al deseo de abandonarlo todo y partir hacia el Origen del Espíritu, nada pueden las garras del dolor, ningún efecto tienen los apegos sentimentales a las regiones infernales y a los objetos materiales de la Tierra. 307