Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 295
¨El Misterio de Belicena Villca¨
perceptibles para ellos y hubiesen podido atravesar la pared en un instante, con sólo
aproximarse estratégicamente a la abertura oculta. Más, no se les escapaba que sólo los
Iniciados Hiperbóreos son capaces de efectuar aquella operación: en la Casa de Tharsis sólo
unos pocos entre miles de descendientes habían conseguido hacerlo y eso les valió el ser
considerados Noyos o Vrayas. ¿Qué harían entonces? ¿Dejarían abandonados a los cuatro
catalanes?; y, lo más intrigante: ¿cómo pasarían aquellos rudos guerreros, que a todas luces
se veía no eran Iniciados ni mucho menos?
Las respuestas no tardarían en llegar. Uno de los Amautas tomó un recipiente de porongo
y, destapándolo, procedió a dar de beber a cada uno de los guerreros de su guardia. Minutos
después el brebaje había hecho efecto y los indios estaban como hipnotizados, mirando sin
pestañear pero conservando el equilibrio. Evidentemente, la droga les había privado
momentáneamente de la conciencia, pues los Amautas los tomaban por los hombros y los
empujaban hasta las rocas de la montaña; y éstos se dejaban conducir dócilmente. Pero lo
más admirable para los Señores de Tharsis era el observar cómo los Amautas introducían
al guerrero en la entrada secreta y desaparecían en el interior de las enormes piedras,
para regresar enseguida a buscar al siguiente.
– ¡Dioses! –exclamó Lito de Tharsis–. Si nuestra Casa hubiese poseído la fórmula de esa
substancia…
Al fin sólo quedaron los españoles de ese lado de la montaña, y los Amautas ofrecieron el
porongo haciéndoles señas para que bebiesen. Los seis Hombres de Piedra desistieron de
probar la droga, pero forzaron a que lo hiciesen los escépticos catalanes. Cada uno de ellos
sorbió un trago y experimentó, minutos después, un efecto fulminante: cayeron al suelo
profundamente dormidos. Hubo, así, que arrastrarlos hasta la entrada secreta, pero
inexplicablemente era ahora posible introducirlos en ella.
Aquella entrada secreta no daba, como en Huelva, a una caverna sino a un túnel de unos
cien metros de longitud, en cuyo extremo surgió un nuevo motivo de sobresalto para los
Señores de Tharsis. En efecto, a la salida del túnel se encontraron en medio de una calzada
de piedra con murillos a los costados y perfectamente alineadas de Norte a Sur, que se perdía
en la distancia hacia ambos puntos cardinales. Sobre los murillos laterales, grabados con
signos del alfabeto rúnico futark, se veían a ciertos trechos inscripciones y señales.
–No hay dudas que se trata de una lengua germánica. Empero –comentó Lito– este
camino tiene todo el aspecto de haber sido construido por los Atlantes blancos. ¡Observad
esas piedras! ¡la forma en que están talladas! ¡se trata de auténticos meñires, que sólo Ellos
pueden haber plantado!
La observación de Lito fue prontamente confirmada por los Amautas: cuando ellos
llegaron a esas tierras, muchos siglos atrás, aquel sendero ya estaba. Pero sólo los
Iniciados podían acceder a él y por eso se lo llamaba “El Camino de los Dioses”. Los
invasores blancos jamás podrían hallarlo, aunque seguramente utilizarían las dos
calzadas paralelas que los ingas construyeron imitando El Camino de los Dioses. Pero
ellos, los dos Amautas del Bonete Negro, no deberían hablar de esos temas con los
Huancaquilli pues tal misión les estaba reservada a los “Atumurunas”, que los aguardaban al
final del Camino.
La capital, Cuzco, se hallaba en el centro de las cuatro regiones en que se dividía el
Imperio incaico: al Oeste, el Kontisuyu; al Este, el Antisuyu; al Norte, de donde procedían los
Señores de Tharsis, estaba el Chinchasuyu; y al Sur, hacia donde se orientaba el Camino de
los Dioses, se encontraba el Kollasuyu. Los dos Caminos Reales hallados por los
conquistadores de Pizarro, iban de Norte a Sur, siguiendo un trazado paralelo al Camino de los
Dioses: la ruta costera, nacía en Tumbes y llegaba hasta Talca, en Chile, 4.000 kilómetros
después; la central, mil kilómetros más extensa, partía desde Quito y concluía en el lago
Titicaca, a orillas del Río Desaguadero. El Camino de los Dioses, mucho más oriental, también
terminaba su recorrido en el lago Titicaca. Pero la diferencia radicaba en que los Caminos
Reales eran sendas por las que se canalizaba toda la actividad del Imperio: el Camino de los
Dioses, por el contrario, era un camino secreto, sólo conocido y empleado por los Amautas del
Bonete Negro, los temidos Iniciados de la Muerte Fría Atyhuañuy.
El Camino de los Dioses mostraba un perfecto estado de conservación, rivalizando en
algunos tramos de excepcional belleza con las mejores carreteras europeas: ello se conseguía
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