Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 296

¨El Misterio de Belicena Villca¨ por la distribución p e r ma n e n t e de cientos de hombres a lo largo de su recorrido, quienes se encargaban del mantenimiento de la calzada, del servicio de chasqui, y del sostenimiento de los tambos que existían cada tres o cuatro leguas. Justamente, a poco de andar por el ciclópeo camino de piedra, los viajeros dieron con un tambo de amplias dimensiones: según supieron luego los Señores de Tharsis, aquellos “Tambos Grandes” se edificaban en las cercanías de las salidas laterales, y secretas, del Camino de los Dioses. El lugar estaba atendido por miembros de la misma Raza morena que servía a los Amautas; unos niños corrieron a descargar las llamas que estos traían y a conducirlas a un corral, pero demostraron gran temor por los caballos españoles, que debieron ser atendidos por los catalanes. Allí comieron las infaltables tortillas de maíz, tamales, bebieron el api caliente, y descansaron medio día. Un chasqui, entre tanto, partió a la carrera para adelantar la noticia sobre la llegada de los Señores de Tharsis. A pesar de las agotadoras jornadas, durante las cuales marchaban todo el día y sólo se detenían por las noches en los tambos más cercanos, el tiempo pasaba sin que el Camino de los Dioses pareciese terminar nunca. Y semana tras semana, el frío, el viento, y la nieve, los castigaban sin cesar, puesto que el Camino rara vez descendía por debajo de los 3.000 metros, obligándolos a estar permanentemente abrigados. Un motivo de alegría lo constituyó la rápida mejoría de Guillermo de Tharsis: dos días después de la cura la fiebre cedió notablemente y la pierna comenzó a desinflamarse; a los quince días ya podía caminar casi normalmente. Pero sesenta días después, aún se hallaban transitando por la misma carretera rectilínea, cuyos accidentes mil veces repetidos, escalones, rampas, túneles y puentes colgantes, se les antojaban ahora monótonos y aburridos. La presencia de las inscripciones rúnicas en la misma lengua germánica fue constante durante los miles de kilómetros recorridos, aunque tendía a aumentar en variedad y perfección a medida que se aproximaban a destino. Pero aquellas leyendas y señales eran evidentemente posteriores a la construcciones megalíticas que se encontraban diseminadas a lo largo del Camino de los Dioses: tales piedras exhibían el antiquísimo e inconfundible Signo de las Vrunas de Navután, de las cuales las runas sólo reflejan un simbolismo superficial. Una semana antes de llegar al lago Titicaca, arribaron a un tambo donde los esperaban ocho Amautas del Bonete Negro y un extraño personaje. Era éste un anciano de cabellos grises y facciones de tipo europeo nórdico, cuyos ojos celestes y piel clara confirmaban su pertenencia a la Raza Blanca. Como los dos primeros Amautas que conocieran los Señores de Tharsis, el anciano blanco y sus acompañantes sólo querían ver la Piedra de Venus. Lito de Tharsis, que interpretaba correctamente sus deseos, accedió pacientemente a ello, desenvainando la Espada Sabia y quitando la cinta del arriaz. Una exclamación de asombro y aprobación brotó de las nueve gargantas. Y recién entonces dieron muestra de reparar en los Hombres de Piedra. Todos habían desmontado y se hallaban atrás de Lito de Tharsis, admirados a su vez por la reacción de sus anfitriones. El anciano, hablando el mismo dialecto germánico que los Amautas, pero en forma mucho más clara, preguntó: – ¿Y la Princesa? ¿Habéis traído a la Princesa? Semejante cuestión desconcertó a Lito, que se volvió para cruzar una mirada con sus parientes. Descubrió así los ojos de Violante de Tharsis, irreconocible como Dama bajo el hábito domínico, y súbitamente lo comprendió todo. Golpeándose la frente con la palma de la mano dijo sonriente: –Sin dudas os referís a mi prima Violante. Pero tenéis razón Noble Anciano: ¡Ella es una Princesa de Tharsis! –Y acto seguido bajó la capucha y dejó al descubierto el hermoso rostro de la Dama. Al verla el anciano, y los diez Amautas, sonrieron a su vez y se golpearon la frente con la palma de la mano, imitando el gesto de Lito de Tharsis. 296