Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 293

¨El Misterio de Belicena Villca¨ distinguía tras sus filas que diversas hogueras comenzaban a encenderse: pronto un grupo de mujeres se ocupó de distribuir a cada guecha una torta de maíz y una escudilla de cerámica con un líquido humeante. La noche se hizo cerrada y los españoles decidieron descansar y vigilar por turnos. Todos consiguieron dormir pues el amanecer los encontró en la misma situación del día anterior. No obstante, aún transcurriría la mañana y parte de la tarde antes de que se notase algún cambio. El número de guerreros, en lugar de decrecer, había ido aumentando con el correr de las horas, y ahora prácticamente no existía sitio donde no se divisara uno de ellos: cubrían la plaza y las callejuelas que corrían entre las casas, estaban subidos en los techos, pilares y murallas, y, en fin, hasta donde alcanzaba la vista, se los podía ver en actitud expectante pero francamente hostil. Se advertía sin mucho esfuerzo que acechaban por millares, y que sería muy difícil zafar el cerco. Al promediar la tarde, los Hombres de Piedra comprobaron que algo nuevo ocurría: los guechas, se pusieron súbitamente de pie y se apartaron dificultosamente para dejar pasar a una caravana que avanzaba desde la puerta exterior de la fortaleza. Esta vez eran tres literas que llegaban; en una regresaba el enigmático personaje del día anterior; y en las otras dos, venían sentados unos hombres de facciones del todo diferentes a las de los indígenas: mientras aquéllos presentaban caracteres indudablemente asiáticos, los recién llegados mostraban los rasgos inconfundibles del hombre occidental europeo. Inclusive su tez, evidentemente bronceada por las exposiciones solares, era bastante pálida, y contrastaba notablemente con la piel amarilla de los muiscas. Empero, sus indumentarias delataban que se trataba de indígenas, de otra etnia pero indígenas al fin: vestían unos hábitos negros de lana de llama, muy semejantes a la saya de los Cátaros, y cubrían sus cabezas con bonetes negros del mismo material. Pero lo que más atrajo la atención de los Señores de Tharsis, lo más increíble, eran los escudos redondos y emplumados que portaban: en su centro, claramente visible, llevaban pintada una de las Vrunas de Navután. A su paso, arrancaron un murmullo de temor de parte de los muiscas y los españoles observaron con asombro que la mayoría de los guerreros evitaba mirarlos. Al detenerse, el jefe al que Lito había dirigido las palabras de la Piedra de Venus se abocó a llamar a los dos insólitos personajes que lo acompañaban. Luego de descender, los tres se aproximaron hacia la casa ocupada por los intrusos. A cierta distancia, se pararon y conferenciaron durante unos minutos; finalmente, el de la víspera, se acercó resueltamente y gritó: – ¡Huancaquilli Aty! ¡Huancaquilli Aty! Lito de Tharsis vaciló un instante, en tanto todos los ojos de los Hombres de Piedra estaban clavados en él, pero enseguida salió y se enfrentó con el indio. Como la primera vez, enarbolaba ahora también la Espada Sabia. Al verlo, los dos de negro sin dudarlo, avanzaron a su encuentro. Sin embargo, su interés no radicaba en Lito sino en la Espada Sabia: ambos dijeron al unísono: – ¡Coyllor Sayana! –que en quechua significa: “Piedra de la Estrella”. Desde la ventana trapezoidal, los Hombres de Piedra seguían atentamente los acontecimientos, aprestados para correr en ayuda de Lito de Tharsis. No alcanzaban a oír las palabras que pronunciaban, pero era indudable que tanto Lito como los Amautas del Bonete Negro hablaban a intervalos regulares. Transcurrieron los minutos en la misma forma, hasta que el intercambio de palabras y frases adquirió el inequívoco tono del diálogo. Al fin, el Señor de Tharsis giró y se encaminó sin problemas hacia el albergue de sus parientes; el jefe muisca, por su parte, dio una orden y de inmediato los guechas se desconcentraron sin protestar: sólo la guardia real que acompañaba a las literas se mantuvo en las cercanías de la casa. – ¿Qué ha sucedido? –Indagó Violante sin poderse contener, apenas Lito traspuso la puerta–. ¿Habéis logrado haceros entender por los naturales? –Aparentemente el peligro ha pasado –afirmó Lito, cuyo semblante reflejaba aún la estupefacción que lo embargaba–. Señores de Tharsis: nos enfrentamos a un Gran Misterio. Según lo que he logrado comprender, estos seres de túnica negra nos estaban aguardando desde hace muchos meses, quizás un año o más. Las palabras que Yo he pronunciado ayer, pertenecen a una lengua más bien profana, propia del Imperio que ha 293