Mi primera revista sterio de Belicena Villca editorial de la cas | Page 288
¨El Misterio de Belicena Villca¨
hombre de prestigio que contaba con notables influencias y amigos poderosos, nombrando en
compensación a Federmann Teniente General del Gobernador. Y fue en 1533, mientras el
alemán se ocupaba de equipar la flota de los Welser, que todos se juntaron en Sevilla.
Nicolaus de Federmann no era Iniciado ni tenía conocimientos de magia o esoterismo,
pero llevaba en sus venas la Sangre de Tharsis. Enseguida comprendió que la misteriosa
causa que llevaba a sus parientes a América debía ser apoyada y accedió en todos sus
puntos a efectuar el plan que éstos le proponían; un secreto instinto le decía que no se
equivocaba, que algo superior al oro, por el cual estaba dispuesto a morir, guiaba a aquellos
aventureros: lo podía percibir en el aire cuando estaba en su presencia; y por si fuera poco,
ellos también pagaban con oro: con buen oro español, pues sus parientes resultaban ser muy
ricos. Sí, Nicolaus de Federmann se jugaría por los Señores de Tharsis. El plan parecía
simple: habría que transportar a seis de ellos; tres eran Caballeros y sería fácil contratarlos;
otros dos, frailes domínicos, ya disponían de la dispensa eclesiástica, y además, para
satisfacción de los Welser, eran expertos mineros y especialistas en metales finos, un arte
altamente apreciado en esos días en que se requería fundir las insólitas aleaciones de los
objetos indígenas para rescatar el oro y la plata que contenían; el único problema lo
representaba la Dama, quien tendría que aguardar en Coro hasta el regreso de sus hermanos
y tíos; y los de Tharsis ofrecían sufragar, asimismo, los gastos de diez soldados catalanes de
su propia tropa de infantería, lo que no ofrecía inconveniente alguno ya que en cada
expedición americana se requerían ingentes cantidades de efectivos militares. Ya en América,
Nicolaus trataría de orientarlos en la búsqueda de una extraña construcción de piedra que
ellos aseguraban existía “hacia el Sur”. Cómo lo sabían era cosa que pronto desistió de
averiguar debido al cerrado hermetismo de los españoles. Pero otra cosa era segura: a éstos
no interesaba el oro, piedras preciosas o perlas, que pudiesen hallar en esa búsqueda;
cualquier objeto de valor le pertenecería puesto que ellos sólo querían encontrar aquel lugar.
La primera Nao enviada por Francisco Pizarro con una muestra del rescate de Atahualpa
llegó a Sevilla el 5 de Diciembre de 1533 y la segunda, con Hernando Pizarro a bordo, el 9 de
Enero de 1534; transportaban 100.000 castellanos de oro, unos 450 kilogramos, que sólo
constituía una tercera parte de lo que le correspondía al Rey: en el Perú, Francisco Pizarro se
había apoderado para ese entonces de nueve toneladas (9.000 kg.) de oro puro y cincuenta
(50.000 kg.) de plata. Tales hechos pusieron en estado frenético a los ávidos Welser, que
pretendían obtener un rédito semejante de su colonia americana, y aceleraron la partida de
Georg de Spira y Nicolaus de Federmann. A fines de Enero de 1534 zarpaba del Guadalquivir
de Sevilla la flota que traía a América a Lito de Tharsis y a los cinco Hombres de Piedra que lo
secundaban.
Los Señores de Tharsis se habían aprovisionado de abundantes víveres, ropa y equipo
militar, además de veinte caballos, tres perros dogos españoles y tres docenas de pollos de
Castilla. Una semana antes de partir, Lito de Tharsis retiró la Espada Sabia de la Caverna
Secreta, cubrió la Piedra de Venus con una cinta de moño cruzada en el arriaz, y ciñéndosela
en la cintura, emprendió el sendero sin regreso hacia el puerto de Sevilla y América: por
primera vez en 1.800 años, desde la caída de Tharsis a manos de los fenicios y Golen, la
antigua Espada de los Reyes iberos abandonaba la Caverna Secreta. Tres Noyos la
custodiarían ahora en aquel incierto viaje, uno de ellos el Hombre de Piedra más perfecto que
jamás produjera la Casa de Tharsis. Más ¿alcanzaría su Sabiduría para librarlos de los
diabólicos poderes de Bera y Birsa, quienes saldrían inmediatamente en su persecución? Sólo
en el futuro cercano comprobarían la respuesta afirmativa.
Ni bien la proa de la fragata de los Welser ingresó en el Océano Atlántico, la mirada de los
Hombres de Piedra se dirigió hacia la Costa de la Luz, que dejaban atrás: setenta kilómetros al
N.E. se hallaba Onuba, uno de los antiguos puertos del Imperio Tartesio, y también Rus Baal,
la Peña de Saturno, donde Quiblón recibiera la Shekhinah. Los seis estaban apoyados sobre
una barandilla de la amurada de estribor, pero sus mentes viajaban hacia Onuba, en la
confluencia de los Ríos Tinto y Odiel; y luego subían por el Odiel, hasta Turdes, y se detenían
en la ciudadela de Tharshish, ahora nuevamente viva y poderosa en el escenario de la
imaginación; veían a sus antepasados, los Reyes iberos Señores de Tharsis, sostener con el
compromiso de sus vidas las pautas del Pacto de Sangre; en soledad, aquella Estirpe se había
enfrentado a Todo y a todos para cumplir con la misión encomendada por los fundadores
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